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divisas

¿Y los bolívares?”, se pregunta la gente mientras la nueva moneda extranjera en curso es devorada por la hiperinflación. Reais brasileros, pesos colombianos o dólares.

Por Minerva Vitti

La primera vez que lo vi en mi país fue en una librería. Hacía la cola para pagar un libro y un hombre tenía en sus manos un billete de 20 dólares. “Ella me anotó por ahí, busca mi nombre”, le decía al encargado de cobrar porque la empleada anterior se había marchado.

La segunda vez fue en una panadería. Un viejito compraba un kilo de queso y unos panes y pagó con dólares. Le dieron vuelto.

La tercera vez estaba caminando por Bellas Artes. “Súbanse, súbanse”, gritaba un ayudante de chófer. Entre la paca de billetes que tenía en sus manos también tenía verdes.

La cuarta fue en una cesta de una Iglesia. La ofrenda navegaba como una mancha verde fluorescente entre tanto patriota muerto.

Y así llegó la quinta vez, cuando hacía la cola en un supermercado y justo llegando a la caja me tuve que cambiar porque me había confundido y estaba en la “caja de divisas”. Yo recogía mis cosas mientras un señor sacaba su celular y pagaba por “zelle” (mecanismos de transferencias inmediatas de bancos extranjeros). Salí como corcho de limonada del supermercado, sobresaturada por la abundancia de productos, pensando en los que no podrán acceder a esto porque mientras un kilo de pasta cuesta dos dólares, el sueldo mínimo está en cuatro dólares.

Perdí la cuenta de las veces que he visto transacciones con dólares en un país donde la moneda oficial es (era) el bolívar (¿fuerte?; ¿soberanos?).

Hace unos días dos señores estaban en un kiosco. Ambos comenzaron a hablar sobre cómo ordenar los dólares dentro de sus billeteras. “Mira que ya no los están aceptando doblados. Tienen que estar lisitos. Los tienes que guardar cara con cara”, decía uno. “No, usted lo dobla en tres partes y lo esconde. La otra vez la policía me paró y me revisó la cartera. Comenzó a oler para ver si encontraba droga y lo que estaban buscando eran dólares”, le decía el otro.

Y así llegó el momento en que al pagar los cristales de unos lentes el vendedor me preguntó si lo haría en dólares o en bolívares, le respondí que en bolívares y entonces abrió una página web para ver en cuánto estaba el dólar y hacer la conversión. “Eres una afortunada, hoy está en 12.041 bolívares y ayer en 13 y pico”, eso me dijo. “Antes la gente no entendía y reclamaba. Parece que lo están procesando. A mí me llegan hasta tres listas de precio en la semana, ¿cómo hago?”, completó.

“Eres una afortunada”, tal vez sí, porque el otro día, en una camionetica, una señora comenzó a contarme su vida y entre tantos dramas me habló del día que fue a una óptica y le dijeron que eran 35 dólares y tenía que ser en dólares. La pobre mujer primero reclamó, pero luego tuvo que comprar los dólares con los únicos bolívares que le quedaban y volver… “Ya tengo la vista desgastada de tantos papeles que he leído en los tribunales. Necesito ver bien”, me dijo.

El día que vaya a recoger mis lentes limpiaré con esmero mis cristales, para ver al niño curtido de hambre y calle lanzando tres limones en el semáforo, esperando que alguien abra la ventanilla de su carro y le extienda divisas.

 

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