Por Carlos Torrealba
En muchos de los mensajes que circulan en redes sociales y en chats encuentro lo que seguidamente reflexiono.
En el uso del discurso del odio, en cualquiera de sus distintas expresiones, gente que se dice de la oposición incurre en los mismos defectos y vicios que critican al oficialismo. Unos y otros se parecen demasiado. En verdad, las diferencias son muy pocas en forma y estilo.
La proliferación en la política del discurso del odio (en las redes sociales, en entrevistas de TV y Radio, en la calle y, también, en el parlamento) es destruir el debate democrático y acabar con el intercambio de opiniones o de razones políticas. Por desgracia, el lenguaje del argumento y la respuesta política auténtica está desapareciendo a favor de la descalificación, el insulto y la ofensa.
En este país, donde tanto y con tan dolorosas consecuencias se ha practicado el odio, deberíamos haber aprendido ya que el discurso del odio no produce nada, salvo más odio, desprecio, antipatía política y rechazo del ciudadano común. Ese lenguaje debe ser desterrado de la política democrática, porque es incompatible con ella. El acto de hablar y dialogar es construir sentido.