La política y la diplomacia vaticanas, alabadas por muchos, criticadas por algunos. En este trabajo, tomando como base la entrevista que hiciera el director de la revista SIC, Juan Salvador Pérez, en su podcast “Pensándolo Bien”, se aborda este tema desde la perspectiva de lo que puede hacer la ya famosa “Diplomacia de la Iglesia” en este convulso siglo XXI. ¿Tienen el Papa y sus emisarios diplomáticos una posición que siempre favorece las tendencias progresistas, o tratan de apelar al diálogo –incluso con los que la mayoría no quiere conversar porque son “políticamente incorrectos”–porque la idea es tratar de solventar los grandes conflictos? ¿Adoptan una posición demasiado blanda?
Son dos los entrevistados. La doctora en Comunicación Social, Mercedes Malavé; una mujer dedicada al estudio de temas políticos y temas públicos y el politólogo jesuita, Javier Contreras.
—-Juan Salvador Pérez: ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos al Vaticano como Estado y de qué estamos hablando en términos de relaciones diplomáticas? Mercedes, ¿te animas a lanzarte al agua de primero?
—Mercedes Malavé (MM): Sí, claro. Lo primero que hay que decir es que la diplomacia vaticana es tan antigua como la Iglesia misma. La Iglesia siempre ha tenido que dialogar con diversos poderes políticos y distintas civilizaciones a lo largo de su historia. En el siglo XX, y yo diría que en la modernidad, la Iglesia ha ido separando muy bien su misión espiritual de su misión temporal y política. No tiene el poder que tuvo en otras épocas. Esa es una de las características de la modernidad: un proceso de separación entre lo temporal y lo espiritual, que no siempre ha sido fácil. A veces ha tenido que ceder forzosamente, como a su poder temporal.
Hoy en día, el Estado Vaticano es el más pequeño del mundo, ubicado dentro de una ciudad donde la guardia es prácticamente simbólica: la guardia suiza. Cuando uno va a Roma, no tiene que mostrar el pasaporte cada vez que entra al Vaticano; sus fronteras están incluidas dentro de la ciudad de Roma, en Italia. Es un Estado muy pequeño. O sea, todo ese tema del poder de la Iglesia y las riquezas de la Iglesia, cuando uno lo analiza objetivamente, no es cierto. No es un Estado superpoderoso. Por lo tanto, su diplomacia obedece al tamaño de su estado.
¿Qué es lo que hace grande la diplomacia de la Iglesia? Diría que es la autoridad moral que tiene, justamente porque es un Estado pequeño. No se pelea por territorio ni por poder económico, ni está involucrada en conflictos entre potencias o civilizaciones. Esa pobreza temporal le da mucha riqueza y habilidad para mediar en conflictos. Creo que ha sido una gran característica de la diplomacia vaticana en el siglo XX, que ha tenido momentos estelares y ha ayudado a superar conflictos gigantescos.
Un péndulo
—Totalmente. ¿Tú qué opinas, Javier?
—Javier Contreras (JC): A ver, profundizando un poco lo que plantea Mercedes, creo que la diplomacia vaticana se mueve como en un péndulo que puede ser un falso dilema en ocasiones: si es religiosa o es política, si es espiritual o es de poder. Siento que es un falso dilema porque en la conjunción de ambas esferas está la fuerza de la diplomacia vaticana; una diplomacia que aprende a dialogar con un mundo nuevo, como señala Mercedes.
Ese mundo nuevo también está marcado por características que sorprenden a todos, incluidos los representantes de la diplomacia vaticana. Siento que esa sorpresa ha podido responder acertadamente cuando la diplomacia vaticana ha encontrado el equilibrio entre su fundamento moral de fe y su fundamento político, que tampoco puede desprenderse de él. Tratar de dar una respuesta unívoca sobre lo que es la diplomacia vaticana o qué está detrás de ella es un emprendimiento, cuando menos, arriesgado, porque también hay que entender el ejercicio de la diplomacia en las coordenadas sociohistóricas que el momento presenta.
La importancia de la fe
—¿Cuál es el fundamento de la diplomacia vaticana? Para mí, es la fe que mueve a actuar de una manera determinada, y esa fe puesta en diálogo con la modernidad y las realidades políticas que el escenario va configurando. Hay como tres elementos que a mí me parecen muy importantes destacar de la diplomacia vaticana y quisiera saber la opinión de ustedes: si ha funcionado para eso.
Lo primero que buscan entiendo es el diálogo. Por ejemplo, desde los tiempos, (OJO: MIP, me parece oscura la idea ¿cuáles tiempos?) hay una figura clave en toda la diplomacia vaticana, que es el cardenal Agostino Casaroli, quien fue el artífice de la voz política. Este diálogo busca, o al menos intenta, ahorrarle a la humanidad sufrimientos y conflictos. Esa es como la primera gran máxima de la política vaticana. A veces, por eso no se entiende el silencio ante determinadas situaciones. Lo segundo es superar las posiciones opuestas pero, como tú comentas, desde el amor y desde la fraternidad cristiana. Entonces, claro, ya no es una propuesta negociada simplemente de Harvard por un nombre X, sino que viene desde los fundamentos de tus creencias. Y, por último, el ecumenismo diplomático, es decir, ¿cómo nos ponemos de acuerdo en los términos de los conflictos? No en los conflictos entre países y tal. ¿Cómo ven ustedes eso hoy en día aplicado a la gran realidad mundial del conflicto palestino-israelí, el conflicto ucraniano-ruso, etcétera, todos los demás que están por allí?
—MM. Sí, bueno, vamos a poner un poco en contexto sobre cuál fue la política diplomática de Casaroli. Durante el siglo XX, con lo que se llamó la división del mundo, causó la Guerra Fría. Se lanzan unos países tras el telón de acero. Estados Unidos y sus aliados impusieron una política de total separación: “No hay diálogo con los comunistas, son dos modelos incompatibles y, además, cada vez que se intenta dialogar con ellos, nos infiltran, nos atacan. Por lo tanto, aquí hay que poner una política de mano dura”.
Sin embargo, cuando ya la Guerra Fría entra en los años 70, Alemania empieza con un concepto de diplomacia diferente que se llamó la “Ostpolitik”, que era una diplomacia suave. Era incluso de pedir perdón, de intentar dialogar, de intentar… Claro, ellos tenían el muro de Berlín allí; tenían que ver qué hacían con ese muro y esa era la política para el Este. Era la política diplomática para el Este.
Y la Iglesia, digamos, acoge ese principio de la Ostpolitik y la pone en práctica desde su diplomacia. No es un invento de la Iglesia. No fue que la Iglesia llegó a decir: “Europa, vamos a amarnos todos, vamos a dialogar todos”. Digamos, fue una política mundial impuesta por una gran potencia como lo fue Alemania y la Iglesia se acogió a ella. Ahora, la Iglesia tenía una experiencia rica en diálogo: tenía como aportarle a la Ostpolitik.
Como decía al principio, la Iglesia ha ejercido la diplomacia desde su fundación. Recordemos que, cuando Constantino legaliza la Iglesia y le da entidad, ya el Imperio Romano está en una decadencia; estaba a punto de morir, el Imperio Romano de Occidente. Por lo tanto, me legalizas, pero ya tú ibas a ser desplazado por una cantidad de pueblos bárbaros con otras costumbres, primitivos absolutamente.
¿Y la Iglesia qué le tocó? Pues dialogar con esa gente, dialogar con ellos. Es más, si no hubiese habido diálogo, yo creo que la tradición de Roma no se hubiese preservado porque, al final, ellos fueron los que transmitieron toda esa tradición jurídica, educativa, filosófica, a unos pueblos que venían totalmente… O sea, que la Iglesia sí tenía una escuela de diálogo con personas totalmente diferentes, con culturas distintas y aplica eso. Y lo aplica el cardenal Casaroli. Por lo tanto, empieza la Iglesia a devolver nuncios en países donde había retirado el nuncio. Donde ya no había, Polonia no tenía ningún tipo de relación diplomática.
Esta política ha sido muy criticada por algunos estudiosos de la historia de la Iglesia contemporánea porque la han visto como una política blanda: diálogo con los comunistas. Con los comunistas no se dialoga; con los comunistas, ni agua. Además, estás dialogando con gente que te va a infiltrar, que se va a aprovechar de ti, que en realidad lo que quieren es tu aniquilamiento, o sea, quieren que te acabes. Sin embargo, Casaroli lo hizo, entre otras cosas, porque no tenía otro remedio. O sea, ¿qué otra arma tiene la Iglesia? Sí, la guardia suiza.
La guardia suiza no la van a mandar. Y segundo, porque se daban cuenta de que estaban completamente incomunicados con el sistema totalitario, con los regímenes. Estaban incomunicados con los cristianos que estaban allí. Claro, ellos no podían decirle a todos: “Mire, váyanse de allí. No pueden estar allí. Retírense”, como hace un poco Estados Unidos. No. Estados Unidos, cada vez que entra en conflicto con un país, le manda un correo a sus ciudadanos y les dice: “Mire, le recomendamos que se vayan de ahí, porque aquí nosotros nos hacemos responsables de su vida”. La Iglesia no podía hacer eso; había cristianos, comunidades cristianas, obispos, mártires. Por lo tanto, dicen: “Es mejor entrar en diálogo para poder tener algún tipo de comunicación con los cristianos que están tras el telón de acero, que no tenerla”. Y así fue.
Al final, no se trata de tener una postura blanda respecto a la verdad; se trata de entablar relaciones políticas para decir lo que tienes que decir sin necesidad de que te persigan, te anulen, acaben contigo.
El bien posible
—Ciertamente. O sea, que es buscar la mejor solución posible. Lo que estás viendo ahora, Javier. En estos días, hablaba, por cierto, el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, que es mexicano, Rodrigo Guerra López, y hablaba del bien posible, del concepto del bien posible. O sea, este bien posible entendido como una política diplomática. ¿Cómo lo ves tú? ¿Cómo podría entenderse en términos reales para los conflictos?
—JC. Yo vuelvo a lo que decía anteriormente: yo quitaría la etiqueta, no porque estén en desacuerdo. El bien posible es una manera interesante de nombrar lo que trata de hacer la diplomacia vaticana, pero vuelvo al principio por el tema del fundamento detrás del bien posible. Está el fundamento que mueve a la diplomacia vaticana. Siguiendo la exposición de Mercedes, cuando pone el ejemplo de Polonia y la reacción que generó el hecho de haber nombrado un nuncio y desconocer ese gobierno paralelo, es que, bien lo plantea el Evangelio cuando Jesús le dice a sus discípulos que si solo atienden y tratan bien a aquellos que les van a devolver, ¿qué diferencia hay entre eso y los paganos o los fariseos?
Entonces hay un fundamento de fe que trata de ser fiel a la vida de Jesús que mueve la diplomacia vaticana, que no es de fácil comprensión ni para los cristianos ni para los no cristianos. Dicho eso, siento que la búsqueda del bien común hoy, o del bien posible, perdón, es hoy la minimización, en cuanto sea posible, de los efectos de los conflictos, bien sean bélicos, bien sean económicos, bien sean políticos. Porque hay unos conflictos económicos que también son muy graves. África es tal vez el ejemplo más acabado; Haití, claro, por supuesto, de cómo se han gastado ingentes cantidades de recursos y no se han dado las transformaciones. Y la diplomacia vaticana tiene algo que seguir diciendo allí.
Yo también pienso que muchas veces la diplomacia vaticana va a ser analizada y juzgada dependiendo, evidentemente, del lado ideológico de aquel que la mire. Y se le cuestiona mucho a algún Papa en particular su –entre comillas– cercanía o su acercamiento con los gobiernos de izquierda, pero suele haber una memoria menos acuciosa ante fotos de Papas con Pinochet. Es también criticable eso, si lo vemos desde lo político; que trata de buscar el mayor bien posible, siendo fiel a su fundamento. Esa foto con Pinochet tenía sentido porque era una manera de abrir puertas para que la represión bajara, para que se entendiera la necesidad de la aceptación de la diversidad y de la diferencia. Lo mismo ha pasado con gobiernos de derecha, lo mismo ha pasado con gobiernos de izquierda. Juan Pablo II es el primer Papa que visita la Cuba de Fidel y la visita en dos ocasiones, y nadie lo cuestionó. Luego, Francisco en algún momento llegó a ir a Cuba y recibió 38.540 cuestionamientos.
Es como decir que depende mucho desde dónde se vea y yo siento que la diplomacia vaticana sigue tratando de abrir puertas, pero la Iglesia es creación espiritual de acción humana y las acciones humanas no están exentas de fallar, venga de quien venga. Es decir, se cometen errores en la diplomacia vaticana, por supuesto, pero hay un fundamento que trata que esos errores, si se dan, tengan algo de sentido evangélico. También creo que no es fácil juzgar a la diplomacia vaticana porque es mucho lo que está en juego, siendo un Estado tan pequeño, pero representa un poder cultural y un poder de fe que sigue estando muy vigente, y yo creo que la prudencia, además como virtud, tiene que ser siempre un pilar fundamental en la diplomacia, en las relaciones diplomáticas, del país que sea.
El diálogo en la Iglesia
—Hoy en día, por ejemplo, creo que el gran tema Vaticano es el chino. O sea, las relaciones Vaticano-China: ¿cómo lo ven ustedes? ¿Cómo lo ves tú, Mercedes? ¿Por dónde le entras?
—MM. Sí, bueno, lo primero es que creo que es importante insistir en esta idea: la Iglesia dialoga porque no tiene otra arma. Jesucristo es el Logos que se encarnó; o sea, el Logos que se hizo carne. El diálogo tiene que ver con eso, con compartir la verdad de Jesús. No para que el otro se convierta, porque no son tan ingenuos de pensar: “Si yo le dialogo, entonces él va a cambiar su actitud y se va a convertir”. No. Sino porque simplemente esa es mi arma. O sea, muchas veces seré derrotada, pero es la única arma que tengo para enfrentarme. De repente, la verdad le llega a su momento, como pasó con Gorbachov, como pasó en la misma Polonia, y se dan cuenta, hasta por razones pragmáticas, que, bueno, que me conviene seguir este camino.
Eso es importante. La Iglesia dialoga porque no tiene otra arma. No tiene otra manera de ejercer su diplomacia y su función en el mundo que no sea dialogando. Ahora, la Iglesia también es una Iglesia de mártires; han dado testimonio con su vida por la verdad muchísimos cristianos a lo largo de la historia. Tenemos 2 mil años de historia y 2 mil años de martirio. Hoy en día, hay mártires en China, en los países orientales, hay mártires en Tierra Santa. Gente que da su vida por su fe. Y la Iglesia sabe que eso es un tesoro que tiene.
Ahora, ¿el martirio es una forma de ejercer la diplomacia? No, es una manera de dar testimonio. Ahí el padre decía una cosa que es verdad: la Iglesia comparte una dimensión política también y tiene que dialogar, aunque haya mártires, aunque haya gente dando su vida por la verdad; tienen que dialogar. No podemos inmolarnos todos. O sea, no sé cómo decirlo: la Iglesia tiene un poder político que tiene que ejercer, y la manera de ejercerlo es con las armas de la diplomacia.
La grandeza de Juan Pablo II fue que, siendo un jefe de Estado, conoció el valor del martirio en los distintos países. En Polonia, habló muy fuerte de dar la vida por la verdad, por la fe. O sea, alentó a los cristianos a que, bueno, a que dieran testimonio. Y, al mismo tiempo, tuvo la flexibilidad para ir manejando esos temas políticos que hubiese que manejar para lograr ciertos avances en algunas cosas. También la Iglesia, en el diálogo… O sea, la biografía de Casaroli se llama El mártir de la paciencia. O sea, también dialogando ejerces una forma de martirio, ¿no? Porque es tener la paciencia de insistir, insistir, insistir años, décadas, siglos en ciertas verdades y no transigir en ellas hasta que el otro entienda, hasta que el otro comprenda, hasta que el otro ceda, hasta que se dé paso a la dignidad humana, las libertades. O sea, hay muchas formas de dar la vida, ¿no? Y yo creo que los diplomáticos vaticanos… Aquí tuvimos a un nuncio también impresionante que falleció hace poco, Aldo Giordano. Estuvo en Venezuela y ejerció, bueno, con muchísima prudencia y paciencia sus funciones diplomáticas en medio de muchos conflictos que se fueron generando. Yo creo que los diplomáticos vaticanos, en ese sentido, tienen que tener esa paciencia de esperar el momento adecuado para que la verdad surja.
—JC. Habría que preguntarse: ¿qué se entiende por éxito? Si se entiende forzar al interlocutor a pensar como el Vaticano, se podría decir que no. Pero el éxito de la diplomacia no se mide en cuánto convenzas al otro, sino en cuántas posibilidades abras. La diplomacia vaticana busca abrir escenarios y no cerrar el juego, porque cada vez que se cierra un canal, se abre la puerta a la violencia y al conflicto.
—MM. Exacto. El mundo avanza hacia una polarización antidiálogo. Estamos en una situación donde se impone el más fuerte. Las actitudes radicales están de moda, y los conflictos no tardan en llegar. Cuando la política se resiente y el diálogo no existe, las personas sufren terriblemente. La Iglesia está haciendo un esfuerzo en medio de un mundo cada vez más polarizado, donde los autoritarismos están ganando terreno. La diplomacia vaticana, en este sentido, se convierte en un faro de esperanza, un espacio donde se puede intentar restaurar la comunicación y el entendimiento.
El tema chino
—Hoy en día, el gran tema Vaticano es el tema chino. ¿Cómo lo ven? ¿Qué implicaciones tiene esta relación para la Iglesia y para el mundo?
—MM. La Iglesia dialoga porque no tiene otra arma. Hay muchas conversiones al cristianismo en China, y la Iglesia debe velar por esas personas. Las autoridades chinas toleran a la Iglesia mientras no se dé un gran testimonio. Este acuerdo reciente busca formalizar los nombramientos de obispos con autorización vaticana, lo que ha sido un proceso que se ha trabajado desde Juan Pablo II. La situación en China es compleja, y la diplomacia vaticana tiene que navegar cuidadosamente entre el deseo de proteger a sus fieles y la necesidad de mantener un diálogo constructivo con el gobierno.
—JC. La diplomacia vaticana sigue tratando de abrir puertas, pero hay momentos críticos donde la Iglesia debe tomar una postura sobre la dignidad humana y el valor de la vida. La situación de los derechos humanos en China es preocupante, y la Iglesia no puede permanecer en silencio ante ello. Es un desafío constante para la diplomacia vaticana equilibrar estos aspectos.
—Vamos a concluir con una propuesta de cada uno. Qué rescatan uno de la propuesta del otro, pensándolo bien… Adelante, Mercedes.
—MM. La eficacia no se puede medir en términos humanos. Tiene que ver con la misión de la Iglesia en el mundo, con su misión de dar testimonio de la verdad. La diplomacia vaticana debe seguir buscando espacios de diálogo, pero siempre desde una postura firme en la defensa de los derechos humanos y la dignidad de cada persona.
—JC. Rescato lo que dijo Mercedes sobre la Ostpolitik. Sin ser una creación de la Iglesia, la Iglesia la llevó a su fundamento para dialogar con un mundo distinto, y el valor que eso ha tenido y sigue teniendo es invaluable. La diplomacia vaticana debe continuar promoviendo el diálogo y la paz, entendiendo que cada paso que se da puede ser crucial para el futuro de muchos.