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Dios o el dinero

20160804 (1)

Por Luis Ovando Hernández, s.j.

Un curioso y reiterado elemento presente en la Sagrada Escritura tiene que ver con la “cuestión social”. Es decir, cómo se relacionan las distintas clases que componen un grupo social, especialmente aquellas que se hallan en la cúspide de la estructura, y que generalmente son pocos numéricamente hablando, con las que se encuentran en la base y que representan la mayoría.

Y digo que se trata de un elemento curioso porque se lo ha pretendido esconder o confundir, dándole un valor diferente al que se presenta con una simple y honesta lectura del mismo. Pero ahí se encuentra, y nos sale al paso muchas veces para recordarnos, no que estamos ante una lectura maniquea de la realidad, sino ante una situación pecaminosa que pide nos hagamos cargo de ésta.

Por otro lado, la lectura de la Palabra de Dios se hace desde la propia situación, por lo que su interpretación pasa por el filtro que es nuestra historia. Esta misma Palabra divina, por su parte, tiene la función de iluminar la realidad desde la que la leemos. Con otras palabras: leemos la Biblia desde nuestra situación, y la Biblia le “habla” a la situación ofreciéndole alternativas.

El domingo tendremos la ocasión de escuchar nuevamente la parábola del administrador “astuto”, donde su conclusión ha llegado hasta nuestros días: “no podemos servir a dos señores, o Dios o el dinero”.

Hombres que eligen el dinero por encima de la vida de sus semejantes

Existen palabras cuyo peso específico tiene que ver con quien las pronuncia. Es el caso del profeta Amós, pobre con un trabajo de pobres: es pastor y recolector. Su trabajo no es solo el de un pobre, sino que es mal visto, despreciado. De esta clase de hombres echa mano el Señor para hacerlo su heraldo ante todos.

En el corazón del mensaje de Amós está la cuestión de la justicia social o, más bien, de la injusticia social de que es testigo. Su palabra se dirige a quienes pisotean a los pobres, y eliminan a los humildes por la simple —y nefasta— razón de que el dinero vale más que la existencia de estas personas.

Llama poderosamente la atención que estos depredadores sean fieles cumplidores de las normas religiosas. Por ello, esperan ansiosamente que pase el sábado, el día dedicado al Señor, donde todo tipo de actividad o negocio está prohibido, para adulterar el peso y el precio del cereal, para manipular las balanzas y así hacerse con la vida de los pobres e indigentes; están dispuestos incluso a hacer negocio con las sobras, dándole un bajo precio a la existencia de los excluidos.

Una lectura como esta nos ayuda a entender el macabro juego de la especulación en nuestra actual situación, que se suma a las pecadoras e irracionales políticas económicas que padecemos: hay personas que hacen de sus semejantes su negocio más jugoso, optando por el dinero en lugar de Dios, de quienes somos imagen y semejanza.

Todos nuestros padecimientos tienen que ver también con los bienes que unos pocos se han birlado, indolentes de que no contemos con los mínimos servicios que nos corresponden por derecho, incluso llegando a ser millones a abandonar la propia tierra, arriesgando la vida, en búsqueda de estos mínimos.

El Señor no olvidará jamás ninguna de sus acciones

Cuanto sufrimos no le ajeno a nuestro Dios, que se ha comprometido seriamente con nosotros, y espera una igual decisión de parte nuestra, que nos decidamos seriamente por él.

De su parte nos pide “astucia”, como aparece en el evangelio dominical de Lucas. Podemos actualizar la palabra con “inteligencia”, “creatividad”. Estas realidades no nos son ajenas. Precisamente, es nuestra inteligencia y creatividad lo que nos ha permitido continuar “surfeando” el funesto drama, procurándonos sobrevivir día a día.

Llevados a los extremos, me parece que nuestra aspiración última sea llevar “una vida tranquila”, como dice San Pablo a Timoteo. Obvio que esta paz deseada está relacionada con contar con un país, en el sentido más fuerte de la palabra. Para que la situación no termine por descalabrarnos, llevándose nuestra paz y dignidad, es menester tener siempre presente, además de la creatividad e inteligencia que nos constituye, que contamos con la mediación del hombre Cristo Jesús, según las palabras del mismo Pablo.

Es gracias a esta mediación que conservamos nuestras manos limpias, alzadas, sin ira ni divisiones. ¿Dios o el dinero? Decidámonos por Dios, por el pobre, el indigente y el excluido.

El Señor no olvida esta acción.

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