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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Dios estaba en su vida, en su hambre, en sus lágrimas

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Glaudis Yolimar Blanco Espinoza

En horas de la tarde del viernes 22 del presente año, tuve un episodio triste y preocupante a la vez. Cuando regresaba de la Universidad Yacambú, ubicada en Cabudare-Barquisimeto, a la 5ta Avenida de San Felipe, Edo. Yaracuy, Estado donde resido, cayó un chaparrón de agua. Mientras escampaba, me metí en un local sencillo donde vendían empanadas. Con el hambre que tenía decidí comprarme una. La cola para pagar era un poco larga; había bastante gente porque costaban 150.000 Bs, en medio de todo, un costo accesible. A tres personas delante de mí se encontraba un abuelo campesino como de 85 años, con un saco pequeño de algún objeto no muy pesado. Cuando le llegó el turno para pagar, él realizó su pedido: Dos empanadas y un jugo. Pasó su tarjeta de débito y recibió como respuesta que tenía saldo insuficiente. El abuelo, sacó de su bolsillo unos pocos billetes y comenzó a contarlos para ver si lograba comprar algo, pero no le alcanzaba. Al cabo de un momento, agarró su saco para marcharse. En ese instante, yo le pedí que no se fuera, que yo se la iba a brindar. Él, con una tierna mirada me dijo: – “Muchas gracias, mija”, y se sentó a esperar.

Después de realizar el pedido me senté a su lado para comernos las empanadas. Él, con los ojos aguarapados siguió agradeciendo. Un poco encorvado y en silencio comenzó a comer. Cuando me doy cuenta, veo que salían muchas lágrimas de sus ojos y que iba mojando las empanadas con ellas. El abuelo lloraba en silencio mientras comía. A mí se me hizo un gran nudo en la garganta y sólo alcancé a decirle que comiera tranquilo. Él me miró y siguió llorando y agradeciendo. Yo no me contuve y también lloré con él.

No sé qué sentimientos embargaban la vida del abuelo; no sé si era su primera comida del día o de dos días; sólo sé que Dios estaba en él. Creo que han sido las empanadas más condimentadas con lágrimas. Sin duda alguna, es una realidad de hambruna que produce una profunda tristeza. Hoy, el abuelo sigue en mi mente, oración y corazón. Dios siga bendiciendo y sosteniendo a “nuestros Señores los pobres”.

 

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