Por : Gustavo Franco Herrera *
Cuando uno lee algunos pasajes de la biblia, es posible que a uno se le quede la idea de que a veces los seres humanos hemos pecado de curiosidad. De querer saber sobre aquellas cosas que nuestra mente no está capacitada para entender del todo, y meternos donde nadie nos ha llamado. Por ejemplo, en el libro del Génesis, Adán y Eva son expulsados del paraíso por comer la manzana del árbol del conocimiento, engañados por la serpiente (que era Satanás). El efecto que tiene esta manzana sobre las primeras dos personas en la historia Bíblica es el de darse cuenta de que están desnudos y producirles vergüenza. Por eso, cuando Dios los llama, ellos responden escondidos desde un arbusto. Es como si hubieran adquirido cierta conciencia de su propia existencia, de cierto absurdo que rodea las cosas.
También en muchos pasajes de la Biblia se alude al hecho de que Dios es sinónimo de la Verdad. Y esto abre una interrogante. Si Dios es la Verdad, ¿Cómo es posible que la verdad nos haga daño?

H.P. Lovecraft, el autor por excelencia del llamado terror cósmico y para quien no hay miedo más primordial que el miedo a lo desconocido, puede ser de utilidad para encarar este análisis. Sus historias pueden dar algunas luces sobre la relación entre los humanos, la verdad, la mentira y lo desconocido.
Lo más misericordioso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de los negros mares del infinito, y no estaba previsto que viajáramos muy lejos. Las ciencias, cada una en su propia dirección, nos han hecho poco daño hasta ahora; pero algún día, la unión de conocimientos disociados abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad, y de nuestra espantosa posición en ella, que nos volveremos locos por la revelación o huiremos de la luz mortal hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura.
H.P. Lovecraft en “El Llamado de Cthulhu”
Esta frase da un hilo del cual tirar para abordar esto de la verdad y el terror cósmico. A la verdad hay que aproximarse de forma reverencial. Porque ver toda la verdad, en su más absoluta expresión entendida como la Verdad de Dios, puede llevar al ser humano a la locura y la muerte. ¿Está nuestra mente capacitada para ver y comprender una verdad oculta, donde se manifiesta el origen de lo que conocemos, todas las causas y efectos que nos han traído hasta donde estamos, las distancias que nos separan de planetas y galaxias distantes, la historia de la evolución humana y sus guerras y traumas constantes? Todo esto, y más de lo que las palabras pueden explicar es lo que se entiende como la Verdad entendida como “Dios es la Verdad”.
Si nos vamos a otros pasajes de la Biblia (Levítico, 10:1-2), vemos como dos hijos de Aarón son consumidos por un fuego al entrar en el Tabernáculo y hacer ofrendas que no estaban prescritas por Dios. La lección que se aprende, en el sentido más religioso, es la importancia de una buena conducta sacerdotal. También puede entenderse una distinción entre lo divino y lo profano, y la importancia de servir como Dios indica. Que los humanos al entrar en contacto con lo divino corren un enorme riesgo debido a un limitado entendimiento. Los humanos deben equiparse de humildad y respeto para encarar la verdad divina.
Más adelante, en el mismo libro del Levítico, pero en 16:1-2, encontramos el siguiente pasaje:
Yavé habló a Moisés después de la muerte de los dos hijos de Aarón, los que murieron al acercarse a Yavé.
Le dijo: «Di a tu hermano Aarón que no entre en cualquier tiempo en el Santuario que está detrás del velo, ni se presente ante el lugar del Perdón que está encima del Arca, no sea que muera, pues es allí donde yo me manifiesto en medio de la nube, encima del Lugar del Perdón.
Dios le prescribe a Aarón que no debe entrar en cualquier momento en los lugares más sagrados del Tabernáculo. Concretamente, porque allí se manifiesta Él —en medio de la nube. Dios sólo se ha manifestado frente a Moisés y ha entablado una relación en la que habla con él, lo cual no se produce con otros profetas. Estar en presencia de Dios puede ser mortal para Aarón. Y se trata de la persona que liderará la vida sacerdotal y el hermano de Moisés.
Pareciera que lo que se intenta decir es que la verdad es nociva. Pero eso es solo una parte de esta historia. Porque también hay que hablar de la mentira. Hay varios fragmentos que hablan de la mentira, como el Evangelio de San Juan 8:44.
Ustedes tienen por padre al diablo y quieren realizar los malos deseos de su padre. Ha sido un asesino desde el principio, porque la verdad no está en él, y no se ha mantenido en la verdad. Lo que le ocurre decir es mentira, porque es un mentiroso y padre de toda mentira.
Hablando sobre la verdad y la mentira en un sentido más religioso, la primera Epístola de Juan tiene el siguiente pasaje en el segundo capítulo:
Les escribo, no porque no conozcan la verdad, sino porque la conocen y porque la mentira no puede salir de la verdad.
¿Y quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el mentiroso, el que niega a la vez al Padre y al Hijo.
Pues el que niega al Hijo, ya no tiene al Padre; y el que reconoce al Hijo tiene también al Padre.
Hay muchos más pasajes a los que uno pudiera aludir, pero por ahora abordaremos este escrito, que viene de la segunda Carta a los Corintios, correspondiente al 11:14-15.
Y no hay que maravillarse, pues si Satanás se disfraza de ángel de luz, no es mucho que sus servidores se disfracen también de servidores del bien. Pero su fin será el que se merecen sus obras.
Pues bien, acá se ve una referencia a algo más cotidiano. El engaño y la estafa por parte de aquellos que dicen hacer el bien y que luego son en realidad agentes del mal. Sin embargo, bien podría decirse que la mentira por sí misma es maligna. Las falsedades son las que suelen dividir a las personas, las que inducen el miedo al otro y nos alejan de la compasión. Aquello que es falso suele ser el precursor del miedo. La mentira y el miedo combinadas llevan al prejuicio y al odio.
Quien hace el mal no va directamente diciendo al mundo que quiere hacer el mal. Lo más probable es que se promocione como un hacedor del bien. Incluso podría estar convencido de ello. Por ello, aquel refrán que dice que “el camino al infierno está lleno de buenas intenciones”. Es muy posible que una persona inconsciente del mal que hace es porque vive en la mentira.
Volviendo a aquella frase de H.P. Lovecraft sobre la incapacidad de correlacionar todos los contenidos de la realidad, el autor pareciera advertir de que en el momento en que los humanos empiecen coleccionar todos los conocimientos para entender la pequeñez del homo sapiens en el espacio-tiempo; es en ese momento en que se podría decir que corremos el riesgo de sucumbir a una especie de locura colectiva. Tanto en la historia corta de “El Llamado de Cthulhu” como en la novela “En las Montañas de la Locura”, Lovecraft se vale de monstruos, criaturas desconocidas, civilizaciones de hace millones de años y cultos malignos para referenciar aquello que no podemos entender y que al final nos dará caza.
Por ejemplo, a lo largo de “En las Montañas de la Locura”, Lovecraft es preciso y competente al referenciar teorías geológicas (como el movimiento de las placas continentales que, para su época, era una idea nueva y que todavía no tenía gran aceptación), biología e ingeniería. La descripción y lo que viven los personajes Dyer y Dansforth corresponde también a prácticas de arqueología y antropología. Pero saber todo esto no es capaz de darle a los personajes la capacidad de entender lo que sucederá, y en todo su trayecto desafortunado siempre van acompañados de una sensación de miedo superlativo a lo desconocido. Además, pareciera que nada de lo que descubrirán a continuación podría ser útil para la raza humana. Mas bien, que aquello sólo traerá un peligro inminente. ¿Qué puede significar para la humanidad la existencia de esos seres antiguos que vivieron hace eones, sus atributos, y el hecho de que no se parecen a nada de lo que la mente sabe o puede intuir? Faltan las palabras, y allí está verdadero terror.

Los personajes de H.P. Lovecraft suelen tornarse mentalmente insanos tras ver algo que nunca tuvieron la capacidad de entender. Hay un momento sumamente interesante en “En las Montañas de la Locura”, y es cuando Dyer y Dansforth deciden mentir para evitar expediciones al sitio de Antártica en el cual vieron cosas que cambió absolutamente su forma de percibir la realidad. Luego, cuando ven que efectivamente habrá una expedición para comprobar aquello que Lake —el descubridor que es asesinado por las criaturas antiguas— había dicho que descubrió a través de las comunicaciones es cuando Dyer y Dansforth deciden contar la verdad. Ello, con la esperanza de que la expedición que está por salir no lo termine haciendo.
Aunque hay algo de verdad en lo que dice este autor, la realidad suele tener más matices. La interrogante sobre mentir en aras de la seguridad es bastante común, sobre todo en lo que se refiere a la seguridad nacional de algunos países, y debería ser abordada con mayor frecuencia de lo que se ve en la opinión pública. Lo que sí es cierto es que el exceso de información está causando estragos en las sociedad. Verdad o mentira, es difícil de discernir. Y se juega con el miedo al otro, que bien puede ser el miedo a lo desconocido. En momentos en que se perciben que las cosas van a peor. Es por ello que a largo plazo, la mentira es peor que la verdad.
Actualmente vivimos una crisis de credibilidad de los medios de comunicación. Esto, entre otras cosas, podríamos atribuirlo al surgimiento de las redes sociales y al Internet que han hecho que abunde el acceso a todo tipo de información y noticias. Anteriormente, la información y el conocimiento era más homogéneo. Hoy se han abierto canales para cuestionar cosas que antes se daban por sentado, y los medios de difusión no son tan caros —no representan una barrera de entrada. Es más fácil que personas comunes y corrientes afecten la opinión pública.
Consideremos entonces a una sociedad como un organismo viviente. Uno en el que todas sus partes estén ingiriendo tanta información a la vez, lo cual está produciendo un efecto similar al que viven los personajes de Lovecraft cuando se enfrentan a una realidad desconocida. Información a veces contradictoria, a veces salvajemente increíble pese a ser presentada como cierta, o noticias lejanas que al parecer nos afectan. Podría ser demasiado para el bienestar mental de cualquiera, porque creerlas significa asumir que se ha vivido en una gran mentira. Si uno no elige creerlas, entonces asume que son otros los que viven creyendo en fake news, lo cual también genera preocupación. Todo ello, en un mundo que bien podemos decir que está convulsionado por las guerras y el deterioro de la calidad de vida en muchos países de Occidente.
Todos los días hay acusaciones contra los políticos de todas denominaciones y casi todas las jornadas cierran con la última novedad de un juicio contra un líder político. También haya actualizaciones hora a hora, día a día; del avance de una guerra distante que se lucha por un motivo que se resume en un eslogan. Guerras que son terribles en su naturaleza destructiva, y a la vez inimaginables en su horror. Esta dinámica es ideal para normalizar estos horrores que viven las personas en lugares alejados de nuestro día, lo cual es una forma de locura. Porque al final, las personas viven en su cotidianidad mientras reciben estas noticias de masacres y horrores. Y cuando los estándares de vida disminuyen, hay líderes que aprovechan para justificarse porque ha subido o bajado el precio de un commodity debido a un conflicto bélico.
La verdad, la mentira y lo desconocido se combinan en un pastel impío y profano.
El miedo a lo desconocido bien puede ser el miedo a tener que discernir entre verdad y mentira. La verdad, a la que debemos aproximarnos con humildad y saber que puede contener riquezas de matices. Y la mentira que debe ser expuesta por lo que es, con argumentos y razones.
Pues si ello es cierto, la guerra en Irak no habría ocurrido jamás. Pero ocurrió la gran mentira de las armas de destrucción masiva y ello derivó en cientos de miles de muertes por la violencia, y algunos millones que perecieron de forma indirecta en el conflicto. Las arcas de los Estados Unidos fueron movilizadas en pro de ello, cosa que fue muy rentable para industria armamentística. La mentira para hacer ricos a unos pocos a través de la industria de la muerte. La mentira que divide de acuerdo a líneas étnicas y religiosas. Porque si se hubiera lidiado con la verdad en vez de la mentira, no se habrían permitido tales empresas. Y todo por la idolatría hacia quienes están delante de las cámaras, aquellos a los que más que a nadie hay que cuestionar. ¿Merecen quienes hicieron esto nuestra confianza? ¿No es la inestabilidad mundial producto de este tipo de mentiras?
En la segunda Carta a los Tesalonicenses, segundo capítulo y versículos 9:12, vemos el siguiente pasaje:
Al presentarse este sin-ley con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira,
para engañar y pervertir a todos los que han de perderse, a los que no aceptaron el amor de la verdad que los habría salvado.
Por esta razón les dirige Dios las fuerzas del engaño, dejando que crean en la mentira.
Así serán condenados al fin todos los que no quisieron creer en la verdad porque les gustaba más el mal.
Pareciera que los humanos, en la búsqueda de aquellas cosas que simbolizan lo conocido y estable, podrían someterse la mentira. Al dogma de los falsos ídolos que lo único que merecen es ser cuestionados.
Creo que una solución que llega al compromiso entre el Cristianismo y H.P. Lovecraft es que ante el riesgo de la mentira, hay que indagar y buscar la verdad. Ante lo desconocido que nos revela una verdad, hay que aproximarse con reverencia y humildad. No vaya a ser que, por intentar alcanzar el prestigio propio, termine uno quemado como Nadab y Abihú, hijos de Aarón y sobrinos de Moisés. O como el pobre Dansforth de “En las Montañas de la Locura”, quien pierde la cordura al ver algo indescriptible en la huida de las ruinas de aquella civilización antigua.
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