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Dios en mi lugar de trabajo

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Por Luis Ovando Hernández, s.j.

El Tercer Domingo de Pascua coincide con el primero de mayo, fecha que rememora a nivel mundial la manifestación obrera en Chicago, en 1886, donde los trabajadores reivindicaban jornadas de ocho horas laborales.

Resulta por demás incómodo hablar sobre el día del trabajador en un país en ruinas, en este y muchos otros aspectos; sin embargo, algo hay que decir a este respecto junto con el hecho de que Nuestro Señor venció a la muerte, disponiendo para nosotros un novedoso camino a recorrer, que no es otro que su oferta de vida a través de nuestra vocación de hijos y hermanos.

Me voy a pescar

El último capítulo del Evangelio de San Juan es de los pasajes más hermosos y bien logrados del Nuevo Testamento. Los entendidos coinciden en llamar “apéndice” al capítulo veintiuno del Evangelio, pues el libro “buenamente” se cierra en el 20. No obstante, está incluido para que entendamos una verdad sobre nuestro Dios.

Indiqué la semana pasada que un recurso utilizado por el Nuevo Testamento para acercarnos a la Resurrección de Jesús, es hablarnos sobre sus apariciones. Al final del Evangelio, Jesús Resucitado se aparece a sus discípulos, quienes no terminan de sacudirse la depresión causada por la muerte del amigo, y no obstante se hayan aproximado a su Resurrección, no “despegan”.

Mencioné igualmente que, a pesar de su comportamiento durante la Pasión de Jesús, los discípulos permanecen unidos; son el grupo íntimo escogido por el Señor. Probablemente, la tristeza sea el pegamento que los mantiene juntos. El domingo emerge otro elemento digno de considerar: vuelven a su lugar de trabajo, precisamente donde conocieron a Jesús, en el lago de Tiberíades. El lugar del “primer amor”, de la llamada a convertirse en “pescadores de hombres”.

He aquí entonces una de las mayores novedades de nuestro Dios: a Jesús lo podemos hallar en nuestro lugar de trabajo. Hay personas que, para favorecer el encuentro se “separan” de sus circunstancias cotidianas. Esto es positivo, y debe promoverse siempre que sea posible. Cuando las condiciones no nos lo permitan, podemos hacer experiencia de encontrarnos con Él en nuestro puesto de trabajo, a ejemplo de los discípulos que se encontraron con Jesús mientras pescaban.

Pescaron una cantidad enorme de peces

El relato evangélico hace mención a dos momentos muy distintos entre sí en la faena de los discípulos–pescadores: en ausencia de Jesús, el trabajo es estéril, no da frutos; en presencia de Jesús, sobreabunda el fruto del esfuerzo.

Es la segunda novedad de Dios: una de las notas características de la presencia del Resucitado es la sobreabundancia de bienes, la esperanza crecida, el ánimo encendido, el bien que lubrica toda relación, el compartir y la solidaridad, la fraternidad y la filiación, como indiqué más arriba.

La sobreabundancia tiene que ver con aquello que por justicia le corresponde a cada persona, por el simple hecho de ser persona, que garantiza la vida y la promueve. La sobreabundancia de peces le permite a Pedro reconocer a Jesús. Es tal el apremio que prueba Pedro por encontrarse con el Señor, que no espera a que la nave atraque y se echa desnudo al agua. La sobreabundancia es contagiosa, da origen a la generosidad: no lleva “algunos” peces para la cena, sino que arrastra la red entera, ciento cincuenta y tres pescados.

Pastorea mis ovejas

Por cuestiones de espacio omito el diálogo de amor que entablan dos hombres maduros: Jesús y Pedro; en cambio, privilegio el hecho de que Jesucristo devuelve a Pedro su trabajo. Es decir, apacentar la grey. Hay que volver a la misión inicial.

El trabajo asumido comporta sufrimientos, persecución, cárcel y ultraje. Pero Pedro lo vive con consolación, pues así se siente más cercano a la Pasión de Jesús. Se sabe seguidor del camino inaugurado por Jesús. Y lo asume de tal manera, que “el” Pedro de los Hechos de los Apóstoles se parece cada día más a Jesús.

Tenemos más de dos décadas padeciendo políticas erradas, que han aniquilado completamente el aparato productivo del país: las empresas básicas están por el suelo, los sindicatos no defienden a la clase trabajadora que dicen representar, los salarios dan vergüenza, los beneficios inherentes al trabajo desaparecieron, no hay nuevos puestos laborales; en cambio, prolifera el “emprendimiento”, la sobrevivencia cotidiana y la economía de “bodegón”, que favorece a un poco más de ochocientos mil venezolanos. No hay derecho, ni instancias a las que acudir, en busca de justicia.

En semejante ambiente, hablar del día del trabajador parece irónico. Sin embargo, me parece que debemos rescatar la esencia de la celebración: reclamar los derechos conculcados, exigir alternativas a lo dado. Los motivos para elevar la voz ante tanta injusticia, pueden apoyarse en distintos fundamentos. El mío es de orden cristiano: nuestro Dios trabaja, Jesús trabaja y ofrece un trabajo bien preciso, el trabajo nos identifica con Dios y con su Hijo, el trabajo nos dignifica, nos hace más persona.

Nos merecemos trabajos que nos permitan vivir. Atravesamos momentos históricos en que debemos elevar una vez más nuestras exigencias porque todo esto sea realidad. Permita Dios, pues, que nos encontremos con Él en nuestro lugar de trabajo, mientras trabajamos en beneficio propio, de todos los nuestros y de nuestro país.

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