Blai Silvestre
Mira, otra vez es adviento en el año de tu Iglesia, Dios mío. Otra vez rezamos las oraciones de la expectación y de la constancia, los cantos de la esperanza y de la promesa. Y todo aguardar lleno de fe.
Pusiste tu tienda de campaña entre nosotros, has participado de nuestra vida con sus pequeñas alegrías, con su larga rutina y su incierto amanecer. ¿Podríamos invitarte con nuestro “ven” a algo más que a eso? Penetraste tanto en nuestra vulgaridad que ya casi no te podemos distinguir de los demás hombres.
Dios que te llamas hijo del hombre, ¡podías acercarte más a nosotros mediante tu venida? Y, sin embargo, oramos: ven.
Y esta palabra nos sale del corazón como en otro tiempo a los patriarcas, reyes y profetas que veían tu día solamente desde lejos y lo bendecían. ¡Ven, Señor Jesús!
Sí, ya estás entre nosotros, aunque muchos no te conocen, o te ignoran, o incluso reniegan de ti. Pero tú, puntual a la cita anual, intensificas tu presencia entre nosotros, en medio de nosotros, mucho más: en lo íntimo de nuestro corazón, en lo interior, en lo muy interior, en el hondón del alma.
Dios del venir, tenemos nuestras lámparas preparadas con alcuzas repletas de aceite, del aceite de nuestros olivos acariciados por el frío del invierno. Ya las hemos encendido. Nuestras cinturas están ceñidas y nuestras alianzas en nuestros dedos vigilantes. Isaías ya nos ha dicho que queda poco de la noche. María ya ha sentido en su pecho el golpe tibio de la leche. Juan Bautista nos ha llenado de su reciedumbre. Todo está a punto. ¡Ven y no tardes, sol de la noche más amorosa, de la noche más cierta, ven!
Fuente: http://creereenti.blogspot.com/2017/12/dios-del-venir-adviento-esperanza.html