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Dilemas de Vladimir Putin

viernes11_Getty Images

Por Félix Arellano

Al observar la evolución de los acontecimientos en el conflicto promovido por Rusia contra Ucrania, podríamos asumir que Vladimir Putin está alcanzando hábilmente, luego de años de perseverancia, uno de sus objetivos más preciados: asumir un protagonismo y liderazgo a escala mundial. Su ego constituye uno de los factores fundamentales en el escenario y, en estos momentos, su persona se posiciona como el epicentro de la diplomacia y la geopolítica.

Debemos reconocer que ha sido un esfuerzo largo, complejo y cargado de perversidades. Ahora bien, paradójicamente, al llegar a la cima se enfrenta con un desafío que puede dar al traste con los avances alcanzados: ¿cómo lograr una salida honrosa o elegante de la telaraña que ha armado en torno a Ucrania, sin afectar los éxitos alcanzados?

Perpetuarse en el poder, al costo que sea necesario, constituye uno de los objetivos fundamentales en la racionalidad política de un gobernante autoritario, y Putin lo está logrando exitosamente, para el beneficio de su ego y en detrimento del pueblo ruso y la humanidad en su conjunto. Recordemos que asume por primera vez el poder, como Presidente interino, en 1999 y se ha mantenido en la cúpula desde esa fecha hasta el presente.

Adicionalmente, con las reformas constitucionales que logró imponer, podrá permanecer indefinidamente en la presidencia hasta el año 2036, con amplios privilegios que le garantizan un poder absoluto y los beneficios de la impunidad.

Pero perpetuarse en el poder, asumiendo la aparente formalidad de un juego democrático, no es tarea fácil. Al respecto, los gobernantes autoritarios recurren a la represión y la destrucción progresiva de la institucionalidad democrática, las libertades y los derechos humanos para consolidar sus objetivos, y ese libreto lo está desarrollando ampliamente el eterno Presidente de Rusia.

La lista de violaciones es extensa, podríamos mencionar dos casos recientes y emblemáticos, la sistemática persecución contra Alexei Navalni –uno de los líderes de la oposición– y los miembros de su entorno; por otra parte, la liquidación de la ONG Memorial, una prestigiosa institución defensora de los derechos civiles.

Al crecer la represión y también el deterioro económico de la población por la mala administración –a lo que debemos sumar las sanciones económicas que aplican varios Gobiernos occidentales desde la ocupación rusa de Crimea en el año 2014–, el apoyo popular decrece. En ese contexto, una de las primeras opciones del autoritarismo es recurrir a una mayor represión y eso está ocurriendo en Rusia.

Otra alternativa, ampliamente utilizada en el libreto del autoritarismo para lograr cohesión, tiene que ver con la clásica figura del enemigo externo: “la inminente invasión de una potencia enemiga”; narrativa que, por lo general, se acompaña con propuestas de nacionalismo y expansionismo.

Nos encontramos frente al clásico recurso del “trapo rojo o chivo expiatorio”, que Vladimir Putin –formado en la vieja y tenebrosa KGB, la central de inteligencia de la vieja URSS– está utilizando desde que asumió el poder. El épico discurso de reconstruir el gran imperio que considera le corresponde por derechos históricos para garantizar la seguridad frente al enemigo externo.

Ese proyecto mesiánico goza de amplio apoyo en el pueblo ruso que añora el esplendor del imperio de los Zares en el continente euroasiático, cuando Rusia jugaba un papel decisivo en la vieja balanza de poder del “concierto europeo”. Luego, como la URSS que logró un poderoso liderazgo mundial en el marco de la llamada guerra fría.

Cultivar y exacerbar el nacionalismo y el expansionismo no ha resultado difícil para Putin, y forma parte de los objetivos fundamentales de la política exterior. Luego, gracias a la creatividad y perseverancia, sin mayores limitaciones ni escrúpulos, está logrando resultados alentadores.

Entre los instrumentos novedosos incorporados en la estrategia expansiva destaca la llamada “guerra híbrida”, que contempla, entre otros, los ataques electrónicos a las instituciones y la utilización de las tecnologías digitales de las comunicaciones para promover las falsas noticias y descalificar, debilitar y desestabilizar a Occidente y sus valores liberales fundamentales.

Precisamente, los valores libertarios representan uno de los mayores obstáculos para la expansión del autoritarismo a escala mundial, en consecuencia, su destrucción es necesaria. Una población empobrecida o ingenua resulta presa fácil de las campañas nacionalistas o xenofóbicas.

La guerra híbrida es compleja, dinámica, versátil, difícil de identificar y enfrentar; utiliza hábilmente las nuevas tecnologías, en particular las redes sociales, que se van transformando en la arena del complejo debate político, estimulando el racismo y el nacionalismo o independentismo. Todo lo que pueda dividir y debilitar a Occidente.

La guerra híbrida complementa la labor de expansión rusa a escala global, que tiene en Siria y Ucrania dos ejes fundamentales. El apoyo al dictador sirio, que ha resultado exitoso, le ha abierto un importante protagonismo en el Medio Oriente, zona clave de la geopolítica internacional. Con habilidad, además, ha cultivado la relación con las monarquías del Golfo e incluso con Israel.

Con la ocupación de Crimea y Sebastopol en el 2014, y la campaña de secesión en el este de Ucrania en la zona del Donbas –promoviendo las repúblicas de Donetsk y Lugansk– dejó clara la firme decisión de ampliar sus fronteras, con la tesis de garantizar su seguridad ante el enemigo externo de la OTAN, el cual se expande progresivamente.

La osadía de tal intervención, si bien le ganó sanciones de Occidente, fortaleció su papel en el marco de la geopolítica del autoritarismo, consolidando sus relaciones con actores fundamentales como China e Irán, estableciendo la figura de una “Triple Alianza” que, si bien tiene importantes diferencias internas, les une la coyuntura de enfrentar a Occidente y sus valores libertarios.

La decisión de promover desde finales del año pasado una importante movilización de tropas a la frontera con Ucrania –que se calcula en más de cien mil efectivos– generando un clima de inminente invasión, le ha permitido al presidente Putin avanzar en el objetivo de transformar a Rusia, y en particular a su persona, en epicentro de la geopolítica mundial. En estos días todos los gobernantes de los principales países de Occidente se han comunicado o están visitando Moscú para abordar la crisis de Ucrania.

Hoy nos encontramos con un Putin fortalecido, que participa en los principales conflictos a escala mundial en primera línea, lo que contrasta con el gobernante débil y aislado de los primeros años en el poder. En la mayoría de las negociaciones que se desarrollan a escala global, Rusia es protagónica; incluso en nuestra mesa de negociación participa como observador. En estos momentos el caso de Ucrania lo ha fortalecido, pero los desafíos se complican.

Estamos conscientes de que no resulta fácil prever la conducta de los gobernantes autoritarios, sus cálculos son muy personales e impredecibles; empero, por la disposición que está demostrando Putin a negociar con diversos actores, no pareciera tan dispuesto a realizar la invasión, pues los costos pueden ser muy altos. Un potencial fracaso, ante una contundente reacción de Occidente, puede generar peores consecuencias.

Tampoco a China le conviene un escenario bélico de consecuencias impredecibles. Por otra parte, el reciente encuentro entre los equipos de Ucrania y Rusia en las semifinales de la Eurocopa de fútbol es una señal esperanzadora.

En ese contexto, Putin se enfrenta con el reto de lograr una salida decorosa, sin debilitar su baja popularidad en Rusia y manteniendo el liderazgo global; un panorama complejo para todas las partes. Algunos consideran inaceptable que Occidente facilite la salida, pues empodera el autoritarismo estimulando nuevos intentos de expansión frente a Ucrania u otros vecinos, por ejemplo, Bielorrusia. En estos escenarios los gobernantes autoritarios, por lo general, como lo plantea el clásico dilema del prisionero, tienden a privilegiar la traición, estiman que no tienen mayores controles o limitaciones.

Jugar a la opción de un Putin derrotado, que seguramente promueven los más radicales, genera el riesgo de la “fiera humillada, que busca la venganza”. Sobre el particular, existen diversos ejemplos en la historia. Pudiéramos recordar el fracaso de castigar y humillar a Alemania luego de la Primera Guerra Mundial que generó, entre otras cosas, las condiciones para el surgimiento de un Adolfo Hitler y su macabro proyecto nazi en Alemania.

Pero estamos seguros de que la capacidad, creatividad y la experiencia de diplomáticos, negociadores y académicos permitirá construir soluciones equilibradas, donde todas las partes puedan obtener beneficios. Al respecto, está circulando la propuesta de un acuerdo de neutralidad de Ucrania, con la garantía de diversos actores y el respaldo económico de Occidente y su vinculación a la Unión Europea. En ese contexto, seguramente Rusia también puede lograr otros beneficios en el plano económico y comercial.

Ahora bien, como siempre reina la incertidumbre sobre la credibilidad y confianza en los acuerdos con gobernantes autoritarios, seguramente será conveniente adoptar una “cláusula gatillo”, como un mecanismo de duras sanciones colectivas, que se activa en caso de incumplimientos.

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TalCual Digital: talcualdigital.com

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