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Dichosos los que educan con el corazón, “porque de ellos es el Reino de los Cielos”

CDA

Por Felipe Ruiz, s.j.

Para nadie es un secreto que la educación en Venezuela cada día va en deterioro: escuelas abandonadas, profesores dejando las aulas porque no tienen un salario digno, muchos jóvenes buscando otros horizontes en los que pareciera que la educación no es su principal objetivo. Ante esto, ¿qué hacer?

La tentación pareciera ser la de no seguir educando y “dejar que otros lo hagan”; pero ¿quiénes son esos otros? Muchas veces son personas que, con buena intención, quieren educar a los niños, adolescentes y jóvenes; pero en tema de educación no basta solo la mera intención, se necesitan personas capacitadas para este gran rol: educar no es juego.

Uno de los objetivos de la educación es formar ciudadanos capaces de pensar el país; de pensar qué hago para que este país salga adelante; de pensar con el corazón, pero desde un corazón que ha pasado por una buena educación y para eso necesitamos educadores que la construyan. En palabras de Antonio Pérez Esclarín “educar es formar personas, es cincelar corazones”1.

Las tentaciones ayudan a descubrir qué es lo que se debe hacer. Jesús de Nazaret tuvo tentaciones. Solo le bastó “un auténtico discernimiento espiritual”2 para elegir qué es lo que mejor agrada a Dios y qué es lo que hace el mayor bien; por eso, creo oportuno comentar que no hay que tenerles miedo a las tentaciones, sino más bien verlas y descubrir cuál es la misión que se me presenta, cuál es la oportunidad que se me da de cara a esas tenciones y más en este ambiente de la educación.

Cuando se tiene la buena “tentación” de educar con calidad, vendrán muchos conflictos, muchas tribulaciones, porque, lamentablemente, en este tiempo, como que no está muy bien visto educar con calidad. Ante esta amenaza, es importante contrarrestar con la “bandera de Jesús”, con la humildad que conlleva vivir los que deciden asumirla.

La meditación de las “dos banderas” que propone san Ignacio en sus EE.EE, nos invita a pensar en la bandera de Jesús que nos lleva a “la pobreza y a la humildad, la que conduce a la cruz”3; y aquí valdría la pena preguntarse cuál es la cruz que cada educador tiene en este tiempo: ¿será un mal sueldo, una escuela deteriorada, una incomprensión de parte de un grupo específico de la sociedad? Cada quién sabrá cuáles son las cruces que debe cargar para poder dar una educación de calidad. No obstante, la meditación de la bandera de Jesús también es una invitación a dejarse llevar por el Espíritu4, es una dinámica en la que debemos hacer el ejercicio de pensar qué es lo que el Espíritu nos quiere decir y hacia dónde nos quiere llevar, que en definitiva nos llevará a un gozo, una alegría, una paz que solo viene de Él; en otras palabras, el dinamismo del Espíritu nos conduce a donde hay vida y a dar vida, a dar lo mejor de cada uno de nosotros. En palabra ignaciana, a dar el “magis”, dar el “más”.

Por supuesto, que la mayoría de los educadores en este país dan más: cuando tienen que levantarse temprano para ir al colegio, cuando deben gastar más de lo que ganan para dar clases a sus estudiantes, cuando deben tener otro trabajo que les permita poder trasladarse a las instituciones educativas, cuando deben dormirse tarde preparando sus actividades académicas, entre otros muchos ejemplos en los que cada uno de los educadores dan su “magis” para ofrecer una educación de calidad.

Al mismo tiempo, la meditación de las dos banderas nos invita a vivir desde una fe que nos lleva a recordar tantas luces en este caminar de la educación. Esas luces pueden ser rostros, personas, nombres que nos van iluminando el camino para seguir caminando en nuestro interior y nos da fuerzas para seguir caminando en la formación y la transformación de los corazones de tantas personas que acompañamos. Solo quien ve con corazón agradecido a tantas personas que acompaña, va descubriendo el rostro de Dios en cada uno de ellos, va descubriendo que Papá Dios les va guiando en estar ardua labor.

Pero, ¿cómo descubrimos el rostro de Papá Dios en este trabajo tan duro y hermoso a la vez? En los gestos, en las palabras, en las muestras de cariño, en frases como “gracias profe por todo lo que haces por mí”, “gracias profe por tenerme paciencia”; “profe, hoy sí me portaré bien”, “profe, lo estábamos esperando”, “profe, nos vemos mañana”; de igual forma descubrimos el rostro de Dios en esos “pacientes” que, con su espontaneidad, con sus ocurrencias, con su sencillez nos animan a ir a verlos y a trabajar con y para ellos.

Que Papá Dios les siga animando y dando fuerza para que sigan formando a tantos niños, adolescentes y jóvenes capaces de creer en sí mismo y en nuestro país. Dichoso tú, profesor, profesora, terapeuta, maestra, maestro, músico, ingeniero, licenciado, profesional, que educas con el corazón. Para ti y los tuyos es el Reino de los cielos.


Notas:

  1. CODINA, V. (2009). “Dos banderas” como lugar teológico. Barcelona: Ediciones Rondas S.L., p. 4-22
  2. Ídem.
  3. Ídem.

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