Ismael Pérez Vigil
Lo vivido con relación al frustrado diálogo nos debe dejar varias enseñanzas importantes. Lo primero es que, a pesar del fracaso, se hizo evidente para el país –según dicen las encuestas y dejo saber la comunidad internacional–, el valor del dialogo y la negociación como algo esencial a la política.
En algún momento, no me cabe duda, se abrirá un nuevo proceso de diálogo y –tal como ahora– no faltarán las voces agoreras de siempre, las de los que escarban cada palabra para buscar la “intención oculta” del grave “delito” de “negociar”, de “entregar”; los que ven trampas y traiciones detrás de cada puerta, a la vuelta de cada recodo, en el interior de la propia casa, en la que sembrarán dudas y desconfianza, como siempre con especulaciones y sin pruebas, producto de viejas facturas, venganzas pendientes o meras posturas políticas. Debemos entender que para algunos esa es la única manera de mantenerse en la palestra política. Llegará el día en que se esté juramentando un nuevo Presidente, surgido de un proceso verdaderamente democrático, y algunos todavía gritaran que eso no es verdad, porque “dictador no se cuenta”.
Pero para el ciudadano normal la política es negociación y ya ha comprendido que llegar a una salida de este régimen en condiciones aceptables significará algún proceso de diálogo y negociación, seguramente diferente al último que vivimos, pero diálogo y negociación al fin; al efecto se me ocurre recordar lo que me contaba un buen amigo, experto y exitoso negociador internacional, hace algunos años y citando de memoria: “En una ocasión –decía mi amigo– me tocó acompañar a un veterano negociador de la Comunidad Europea, quien en una reunión, cuando conocía a su homólogo de Estados Unidos le decía: Yo sigo el consejo que me dio un veterano negociador norteamericano. Yo negocio con los principios por delante, soy un negociador de principios, y el primer principio que aplico es: la flexibilidad”. La enseñanza de esta anécdota la considero invalorable para definir la actitud que debemos tener ante cualquier proceso de negociación o dialogo que se nos presente.
Pero eso no es lo único que hemos aprendido, en este proceso de 18 años de lucha contra el oprobioso régimen que nos rige, otro elemento o característica que me parece importante destacar del momento que vive el país, es la forma en que ahora se lleva a cabo la discusión política. La discusión es pública y abierta, acerca de todos los temas que están o deben estar en la negociación. Esta es una nueva práctica, una nueva característica de la política venezolana que ha llegado para quedarse, por la que nos debemos felicitar todos los venezolanos y a la que nos debemos habituar. Terminó la época de la discusión en cenáculos, en cúpulas cerradas. Donde solo contaban los votos y las influencias. Comienzan a contar los argumentos.
Hoy es común en cualquier parte en la que uno esté, encontrarse con que se discute abiertamente y a viva voz: En reuniones sociales, fiestas, en la calle, en restaurantes, en asambleas de ciudadanos, reuniones partidistas, en la televisión –eventualmente–, por la prensa escrita, en redes sociales, en grupos y foros de discusión en Internet, en programas de radio, etc.; hasta de los temas más delicados del acontecer político nacional se habla con toda franqueza y sin temor. En todos esos lugares, en todos los foros, se da una discusión intensa y se ventilan sin ambages todas las posiciones, desde las más radicales, hasta las más anodinas. Todo es un hervidero y no hay tema ni ángulo que escape a la opinión de cualquiera. Es algo extraño, no ortodoxo, para la forma habitual de hacer discusión política y de contribuir al proceso de toma de decisiones, pero representa un signo importante de los tiempos en que vivimos –el de la incursión activa de la sociedad civil en política– y de lo único que debemos tener cuidado es que la falta de temor y respeto al Gobierno, nos haga caer ingenuamente en alguna trampa y que nos distraigan en escaramuzas, que dejemos de lado los aspectos relevantes.
Desde luego, a nadie se le ocurre pensar que la decisión final será tomada en esas discusiones, como si se tratara de una asamblea permanente y abierta, la mítica “calle” tomando decisiones políticas; pero creo que a la mayoría de los ciudadanos no les importa eso, no les importa si están en el momento o lugar en donde se toma la decisión, lo que les importa es que está discutiendo, que se consideren esas opiniones como un aporte sustantivo para quienes deban tomar la decisión. Que estos últimos lo hagan en la tranquilidad que les permita considerar todas las opciones y sopesar la que tiene mayor consenso. Lo que importa es que nadie se sustraiga de este ambiente de reflexión y que nadie pueda dejar de “registrar”, de tomar en cuenta cual es el consenso que se va imponiendo y que va susurrando o gritando su sabiduría a los actores políticos; si no se toma en cuenta la opinión o se hace a espaldas de la gente, la opción que se adopte será irremediablemente rechazada y la gente buscará la forma de pasar su factura. No olvidemos los cientos de líderes políticos, que famosos en otro tiempo, hoy no cuentan para nada en la política opositora.
Por supuesto, la “unidad” es uno de los temas. Su búsqueda y su concreción, es uno de los temas de discusión abierta y para la gran mayoría de los ciudadanos es el objetivo al cual deben sacrificarse todos los intereses. Es más, ya ni siquiera es un tema de discusión, es una precondición política. Quien lo olvide, como ha ocurrido, pagará un alto precio.
Y también, se quiera o no, con imperfecciones, críticas y errores, la MUD es la encarnación de la unidad de la oposición venezolana. La MUD es como esa totalidad –de la que nos hablaban los estructuralistas– que es más que la suma de las partes. A pesar de algunos errores y carencias, tiene en su haber que se ha enfrentado, desde una posición muy negativa y de desventaja, durante un período muy largo y en un proceso extremadamente abrasivo y agobiante, a un Gobierno todopoderoso y sin escrúpulos y ha sido exitosa, ha sabido derrotarlo en elecciones regionales y parlamentarias, por ineficiente e incapaz; va contra la representación de un Gobierno que ha dilapidado miles de millones de dólares, sin resolver ninguno de los acuciantes problemas de la población. Contra un mandatario que se entretiene en banalidades fantasiosas, prédicas de violencia, que lucha contra “oligarcas” y contra el “pasado”, en una supuesta “guerra económica”, mientras el desempleo y la pobreza aumentan, la comida y las medicinas escasean y están caras, la inseguridad se incrementa, etc. La MUD es el futuro, mientras que Nicolás Maduro, en el presente, es la encarnación de todos los vicios del pasado.
Otro elemento que debe ser analizado es que la MUD es una especie de monstruo informe, pero no amorfo. No tiene forma definida, por eso es informe, pero sabe adoptar la que necesita, por eso no es amorfo. Cuando hablan sus voceros, por lo general no complacen a muchos, porque todos nos situamos frente a ella desde una perspectiva particular, ajena y alienada: ella por allá, y cada uno de nosotros, personas, partidos u ONG, cada uno en su mundo, su facción o fracción, sus intereses particulares. Pero en el momento crítico, cuando se requiere asumir un criterio de pertenencia, cuando hace falta coordinar una acción, cuando hace falta una identidad, surge como una presencia inmanente, un sentimiento, una sensación de que la MUD es lo que representa la Unidad; es la llave, la condición que nos llevará a salir de este hueco de la historia en donde nos quieren enterrar.
Nadie dice saber muy bien cómo opera el mecanismo de toma de decisiones en su interior y tampoco cuando se toman, aunque participe en él proceso; nadie la va a defender nunca ante los ataques y críticas despiadadas de terceros, de propios o ajenos; nadie asumirá de manera corpórea su representación; es –en síntesis– una especie de perfecta Fuenteovejuna, y opera en ella –para adoptar sus decisiones– una especie de fantasmagórico “centralismo democrático”, sin que ese proceso tenga nada que ver con el leninismo, es solo una mecánica de toma de decisiones. Ante la pregunta que a todos nos interroga: ¿Qué dice la MUD?… y ante la respuesta balbuceante, la que sea, la gente sentencia lapidariamente, a veces sin palabras, pero de manera inmediata: ¡Pues eso es lo que hay que hacer! ¡Y ay de aquel que se atreva a negarlo!, a retarlo, a anteponer sus intereses, a contradecirlo, le pasará por encima una especie de aplanadora telúrica, que le colgará al cuello alguna rueda de bíblico molino y el infractor o trasgresor de esa ley no escrita, pero implacable, sea líder político, de la sociedad civil, experto, asesor, comunicador social o lo que sea, tardará en levantar cabeza, si logra hacerlo.
Esa fuerza arrolladora, que a veces se manifiesta con el silencio, no respeta “pertenencias”, no vale que seas miembro o no de la MUD, o que pongas eso como excusa, de nada sirve, porque nada te impide serlo; no vale que hayas participado o no en la discusión, simplemente se asume que si no lo hiciste fue porque no quisiste hacerlo, porque se dieron todas las oportunidades para ello.
Ojalá que los partidos, las ONG, los políticos, los líderes de la sociedad civil, los empresarios y dueños de medios no se engañen en la evaluación de este fenómeno y su significado y pretendan menospreciarlo o dejarlo de lado, las consecuencias pueden ser demoledoras para las aspiraciones de todos, en general, pero sobre todo para las de cada uno en particular.