Javier Contreras
Todo proceso de diálogo que tenga como finalidad la superación de conflictos mediante la negociación, se fortalece y aumenta sus probabilidades de éxito cuando cuenta con la participación de terceros, representantes diplomáticos que ayudan a acercar posiciones aparentemente irreconciliables o, cuando menos, disminuyen el alto nivel de tensión que se vive previo a los pasos iniciales.
Aunque lo anteriormente descrito es una obviedad, en el momento que vivimos como venezolanos es conveniente repetirlo, incluso a riesgo de ser criticados. Su importancia radica, entre otras cosas, en la necesidad de disipar fantasmas respecto a la intencionalidad de quienes hoy fungen como acompañantes del incipiente ejercicio de encuentro entre personeros del gobierno nacional y dirigentes de la oposición política.
El deseo de contar con mediadores que destaquen por su probidad y que, por tal condición, sean recibidos con igual entusiasmo por ambos sectores, es el ideal, de eso no hay duda. Tampoco hay duda que, como casi todo ideal, difícilmente se alcanza, al menos en las primeras de cambio.
Señalar esto constituye un llamado a reconocer el valor de los pasos que, con todas las dificultades propias, se están comenzando a dar en pro de establecer condiciones mínimas de entendimiento, reconocimiento y trabajo mancomunado que deriven en beneficios colectivos, acciones que tienen como actores de reparto, pero actores al fin, a tres expresidentes y a un enviado en representación del vaticano.
Es verdad que la confianza es clave, precisamente por eso, demos un voto de confianza a quienes están participando, ¡eso sí! sin olvidar que la responsabilidad y la obligación de darnos un marco de convivencia y gobernabilidad sigue siendo nuestras.