Por:Israel David Velásquez, SJ*
“Y como no tenía con quién hablar, he conversado con las estatuas sobre grandes temas humanos. No sé si algún día saldrán a la luz estas «Conversaciones con estatuas», que han dulcificado una etapa dolorosa y estéril de mi vida”.
Son palabras anecdóticas que narra el filósofo español José Ortega y Gasset en uno de sus libros donde busca acercarse a la situación política de su tiempo y específicamente de la Europa de mediados del siglo XX. Un siglo después pudieran ser esas las palabras de muchos hombres y mujeres que trabajan por la paz, la justicia y la reconciliación, sin contar que muchos de esos hombres y mujeres hoy son perseguidos por el simple hecho de querer un mundo mejor; ¿Son acaso entonces esos temas -paz, justicia, reconciliación,etc.- estériles en sí? O ¿acaso será la humanidad de nuestro tiempo que ha optado por cerrar sus oídos ante tales temas?.
Para dar respuesta a dichas preguntas es preciso hacer memoria de una de las primeras lecciones que se enseñan en el colegio. Es la lección sobre los componentes de todo acto comunicativo, es decir, emisor-mensaje-receptor. Esa lección tan básica y que era tan fácil de comprender, hoy es añorada al observar y ser testigos de los diferentes conflictos políticos, sociales y religiosos que tienen en común una dinámica donde todos quieren ser el emisor y llevar su propio mensaje y pocos quieren ser receptor y escuchar lo que otros tienen para decir. Ciertamente, es muy sensato pensar que los problemas del mundo se resolvieran tan fácilmente como lo plantean las diferentes teorías que estudian dichos conflictos. No obstante, debería ser igualmente un ejercicio de sensatez el comprender que sin comunicación no hay diálogo, debate, ni entendimiento y por lo tanto no habrá paz, democracia, justicia ni reconciliación.
Unas palabras más que bíblicas
“Tú eres ese hombre” fueron las palabras que dijo el profeta Natán al Rey David cuando Dios por medio del profeta quería hacer consciente a David de su error al planificar la muerte de Urías. En nuestros tiempos es fácil visibilizar y señalar en los distintos organismos políticos, económicos y religiosos el origen de que palabras como justicia, democracia y paz perdieran su sentido hasta el extremo de resultar utópicas. Y no es completamente injusto pensar ello, pues como afirmó Albert Camus en 1957 al recibir el premio Nobel de Literatura:
“somos una generación que ha heredado una historia corrompida a causa de revoluciones fracasadas, técnicas enloquecidas, dioses muertos e ideologías extenuadas”.
Ahora bien, ¿quiénes conforman esos organismos?, ¿quiénes han dado su apoyo a estos? , ante tales interrogantes parecen entonces resonar las palabras del profeta Natán: porque hoy se habla y se exige democracia, pero no somos capaces en nuestras propias relaciones sociales de escuchar críticas y aceptar opiniones de otros. Se exige justicia, pero en nuestros lugares de trabajo nos dejamos llevar por el “clientelismo” y el “amiguismo” en lugar de la meritocracia. Queremos paz, pero en nuestras relaciones comunitarias y vecinales predomina la imposición. En otras palabras, en la cotidianidad se repiten aquellas conductas y malas prácticas que nos escandalizan únicamente cuando se hacen noticia o se vuelven “viral” a nivel mundial o cuando se sufren en primera persona.
Sin embargo, tenemos algo en común con el Rey David y es que como afirma el Cardenal Martini: “el profeta Natán se dirigió al David justo y leal”, así también en la humanidad hacen ruido las noticias negativas porque existe en nosotros de manea inherente la convicción de que la paz y la justicia son necesarias. Tanto como el diálogo…
La verdadera razón para frenar el diálogo
Entre palabras utópicas y estériles, el diálogo es un caso curioso, ya que con la excusa de que no hay condiciones para dialogar me atrevería a decir que realmente lo que hay son tres actitudes: la primera es la negativa de algunos a escuchar opiniones contrarias por miedo a encontrarse con la verdad. La segunda es la negativa de sentarse a una misma mesa con quienes se tildan de enemigos. Y la tercera actitud, es la de no creer en el diálogo porque no se cree en la democracia, aunque se hable en nombre de ella, cuando conviene. La gran consecuencia de esas actitudes es que palabras como “encuentro” y “convivencia” van siendo sustituidas por persecución, violencia y autoritarismo.
Las tres actitudes antes mencionadas en palabras más filosóficas se resumen en lo que José Ortega y Gasset denominó como “el hombre masa”, es decir, “un hombre que ha perdido el uso de la audición…ya no es sazón de escuchar, sino, al contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir”. Es preciso resaltar que siempre la posibilidad de juzgar, entendida como “opinión”, “pronunciamiento” y “valoración” debe ser fundamental en todo sistema que se haga llamar democrático, no obstante, de nada servirá sin la existencia de “reglas de juego” claras y transparentes que hagan factible y real el ejercicio de la soberanía, tanto a la hora de exigir derechos como a la hora de cumplir con deberes.
Por consiguiente, se trata de recuperar el Derecho Positivo como verdadero reflejo del ejercicio de la soberanía, garantizando así una coexistencia y convivencia democrática para evitar que se sigan imponiendo las vías alternas a las normas y medios convencionales que han ido paulatinamente creando condiciones para que en palabras de Ortega y Gasset :
“nada acuse con mayor claridad la fisonomía del presente como el hecho de que vayan siendo tan pocos los países donde existe la oposición”.
El diálogo no es cuestión de dos; una deuda con la Casa Común.
Los autores Francisco Conesa y Jaime Nubiola en su estudio sobre la Filosofía del Lenguaje agregan otros elementos al acto comunicativo, además del emisor, receptor y mensaje los autores plantean que “el contexto o el entorno” también forma parte de dicho acto. Ahora bien, si asumimos ese contexto como espacio físico no es novedad que nuestra “Casa Común” ha expresado en varios momentos de la historia “gritos de auxilio”,por colocar un ejemplo, el más reciente a gran magnitud la Pandemia del COVID-19. Sin embargo, en la cotidianidad encontramos otros pequeños ejemplos: espacios públicos que en vez de aprovecharse para construir parques o ser aprovechados para crear espacios ecológicos que sirvan de oxigeno para el planeta, hoy están convertidos en vertederos de basura improvisados. Otro ejemplo que se puede citar son los mares, ríos y lagos contaminados: bien sea por falta de saneamiento, por la actividad irresponsable de las empresas o por la falta de conciencia ciudadana. Y si se quiere un ejemplo más conciso aún, pero que tristemente se ha llevado tantas vidas, es la insalubridad en los hospitales como consecuencia de la deficiencia en las políticas públicas y también como consecuencia de malas praxis.
Los ejemplos antes mencionados hacen recordar dos ideas de la filosofía de Xavier Zubiri: la primera es que toda cosa real está compuesta por “notas constitutivas” y la segunda que el hombre es “cuasi-creación”. La gran deuda que tenemos con la Casa Común es que hemos puesto por encima de sus notas constitutivas, nuestra posibilidad de ser cuasi-creación, dando origen a conflictos políticos y económicos que junto a la falta de voluntad de algunas comunidades para cuidar los espacios han contribuido a la crisis medioambiental en la que se vive. Hemos olvidado que tenemos la tarea de custodiar e integrar a todo diálogo la Casa Común en la cual todos vivimos.
No obstante, la posibilidad de ser cuasi-creación ha abierto las puertas para que muchas comunidades se pongan en marcha para atender el grito de auxilio de nuestra Casa Común. Muchas de esas comunidades, cabe acotar, tienen algún organismo que los dirige, acompaña y orienta, sin interferir en la idea de que la responsabilidad mayor la tienen los ciudadanos.
Recuperar el sentido de las palabras para el diálogo
Si en algo tiene razón John Austin en su teoría de “los actos de habla” es que las expresiones son utilizadas para hacer algo. Eso es lo que creo estamos obligados a recuperar: las palabras no pueden ser vacías, ni sin sentido, por el contrario deben estar vinculadas con la realidad para que así vuelvan a significar algo. Por lo que antes de querer agregar nuevas palabras al diccionario y a nuestro léxico tenemos urgentemente la tarea de recuperar el sentido de muchas palabras que hoy resultan estériles, pero que en el fondo pudieran dar sentido y dar una base más firme a los nuevos tiempos y nuevos pensamientos.
Poder recuperar el sentido de la palabra implica en primer lugar el reconocer que se ha hecho un mal uso de ellas causando en tantas personas dolor, decepciones y heridas: dictadores se han hecho llamar demócratas, líderes terroristas han confesado haber matado para conseguir la paz y en nombre del “progreso económico” se ha ido destruyendo nuestra Casa Común; en ninguno de esos casos ha habido democracia, paz, libertad ni verdadero progreso, por lo que debemos crecer en conciencia ciudadana y responsabilidad para elegir a nuestros líderes y para dar el verdadero nombre que se tenga que dar a cada cosa.
En segundo lugar, hoy urgen además discursos diferentes, honestos, que despierten en la humanidad el deseo y la necesidad de cambiar la realidad: no discursos anarquistas que enciendan el resentimiento, el odio y la violencia, ya que se trata de caminar hacia adelante y no hacia atrás. Por lo que en tercer lugar, es necesario sanear la institucionalidad desde una transparente subsidiariedad en clave de civilización que para Ortega y Gasset es :“antes que nada voluntad de convivencia”.
*Israel David Velásquez, SJ
Politólogo. Jesuita en formación.
Notas:
Carlo Maria Martini. David, pecador y creyente. Trad. por: Alfonso Ortiz. (España, Editorial Sal Terrae,1989).
Francisco Conesa y Jaime Nubiola. Filosofía del Lenguaje (España, Editorial Herder S.A., 2002).
José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas (España, Editorial Orbis, 1983).
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