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Detrás del petróleo hay una Venezuela artificial

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Carlos Torrealba

El gran reto para construir futuro en Venezuela será lograr que el Estado viva de los impuestos internos producto de la actividad productiva de los ciudadanos y no de la renta petrolera. Para ello es vital lograr un pacto nacional que permita que los ingresos petroleros sean colocados en fondos de inversión y de estabilización al estilo noruego, cuyos rendimientos se inviertan prioritariamente en educación, salud e infraestructura… Estos fondos deben ser manejados con normas rigurosas y estrictas que eviten la utilización discrecional de los recursos. Una decisión de esta naturaleza no será fácil de lograr, principalmente porque contará con la resistencia de una élite política y económica que siempre ha sacado provecho del uso de la renta petrolera, para acumulación privada de capital, además del manejo fiscal populista con propósitos proselitistas.

En este sentido, debemos producir un cambio radical en el país: entender que el desarrollo no se logra con renta petrolera sino con trabajo productivo. En Venezuela hemos construido una economía y una sociedad artificiales, sostenida por el flujo creciente de la riqueza petrolera; de ahí que la economía y la estructura social se hayan hecho frágiles y totalmente dependientes de la suerte del mercado petrolero mundial. Arturo Uslar Pietri dijo en una ocasión que en Venezuela se había intentado “…un desarrollo falso y aparencial que no era otra cosa que una expansión artificial y nada orgánica, subsidiada, sin ningún criterio de rendimiento, por aquel torrente, que parecía inextinguible, de dólares petroleros”. Para él los venezolanos habían confundido “la moneda con la riqueza, lo aparencial con lo real, el aumento de cosas con el crecimiento, y el subsidio y la pensión con la productividad”.

Venezuela, particularmente en los últimos 17 años, ha gastado sin acierto ni prudencia los desmesurados recursos monetarios que ha producido el petróleo; ha contraído, además, una enorme deuda externa e interna para la cual es muy difícil encontrar una justificación válida; ha desembocado en la destrucción del bolívar con una devaluación impensable, que algunos expertos económicos ubican sobre 40 mil bolívares por dólar al cierre del año; y hoy enfrenta una crisis de vastos alcances que ha podido ser evitada y que tiene todos los ingredientes de una tragedia económica y social similar a la que produce las guerras destructivas.

La crisis ha llegado para quedarse. No saldremos de ella por un simple cambio de gobierno. No se trata sólo sustituir un gobierno del chavismo por otro nacido de las fuerzas opositoras. La cuestión no es tan simple. No podremos salir de la crisis sin una profunda rectificación completa de rumbo, modelo, visiones y objetivos, difícil de adoptar y más difícil de realizar dentro del clima de sociedad subsidiada que hemos construido y que en los últimos tiempos se ha exacerbado, y por los intereses arraigados de una elite económica y política con resistencia a renunciar al control discrecional de la renta petrolera, que ha sido la fuente de su riqueza.

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