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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Detrás de una bandera

detras-de-una-bandera
Foto: Archivo web

Por Mireya Escalante

Soy de las que pienso desde hace tiempo, que estamos en una dictadura, para el que lo crea esta frase le puede parecer hasta tonta, pero me sorprende el hecho de qué hay muchas personas que solo hasta hace poco lo empezaron a pensar, e incluso  -por suerte cada vez menos- otras, que sencillamente no lo piensan.

Este último mes, hemos recobrado la esperanza de una salida a este régimen que tan sutilmente ha clavado su poder y no tiene deseos de soltarlo, han pasado 20 años y he recorrido cientos de veces las calles en marchas y plantones, en momentos numerosas y en otros, apenas con los mismos que nos queremos animar. Luego del entusiasmo renovado del 23 de enero, comenzó la noticia de la ayuda humanitaria, en poco tiempo fue cuajando la idea, de la ayuda, luego pasamos al concierto. Muchas voces se oían profetizar que con la ayuda, seguro llegarían los Marines, el concierto sería la excusa o el paso de la ayuda misma, para una intervención militar…

Venía acariciando la idea de estar en ese momento para apoyar el paso de las medicinas, intentar poner mi granito de arena… y como el jueves cumplí 68 años, cuajar esa idea sería mi regalo. Por una cadena de amigos, encontré donde hospedarme, otra amiga me acompañaba y ella consiguió  una cola. El viernes a las 5:00 salimos de Mérida.

Pensaba, mientras recorríamos unas carreteras solas y deterioradas, ¿qué voy a hacer? Dónde podré ayudar? ¿Cómo?  Y, ¿si hay intervención militar? Y ¿si los Marines les da por entrar y hay un cruce de balas? Lo que tenia eran preguntas y muchas expectativas.

El sol ya calentaba y entre curva y curva, y hueco y hueco vi una señal, que me emocionó hasta las lágrimas, iba una pareja de muchachos en una moto con una bandera grande que ondeaba por el viento, y me dije yo voy detrás de esta bandera, pase lo que pase.

Dejamos el carro en un estacionamiento en Ureña y en mi morralito llevaba agua y un avío para el día, junto a mi carnet de movilización binacional. Caminamos hasta la frontera, solo hay pasos peatonales, alambradas y pipotes que canalizan el paso. De ambos lados oficiales de inmigración, el primer choque: mientras que los que ostentan el tricolor estrellado, decían en voz alta y mandona: -tengan el carnet y la cédula en la mano! ¿Qué parten no entienden, cuando digo que lo tengan en la mano?, En la mano!! En la mano!! Otros oficiales, con rostros muy parecidos, con un voz amable y dulce, con casi el mismo sonsonete de la región que comparten ambos  bandos, decía: Buenos días, bienvenida Sra Mireya! El contraste fue demasiado fuerte.

Pasamos, sin problema y casi sin darnos cuenta éramos parte de un río humano que cada minuto aumentaba de caudal, el ambiente vibraba, a lo lejos se oía él probar de un sonido, policías, defensa civil, carpas de salud, personal de emergencia, vendedores de comida, agua, gaseosas, tarantines con empanadas y arepas que eran ofrecidas en acento maracucho, oriental, central… venezolanos.  Ambiente de ferias. Era mucho lo que había que andar, todos con el paso ligero por la emoción nos fuimos acercando hasta apenas ver la tarima. ¡Qué sonido!! lo probaban con música, pero se oía como si estuviéramos en el escenario.

Seguimos caminando, lo hicimos hasta que la gente lo permitió, porque cada vez era más densa, de nuevo otro contraste, la tarima…las pantallas…la organización… y un poco más al fondo los contenedores y el tanque de gasolina, que groseramente impedían el paso a Venezuela.

Mucha gente, mucha, gente igual, sin que pudiera saber de dónde era una u otra, de vez en cuando se veía que el amarillo era un poco más ancho, pero era igual tricolor. Circulaban, al ritmo de la música, cuadrillas de personal de salud que auxiliaba a alguien con algún problema, vendedores de sillas, de agua, mucha alegría.

Luego la canción del inmigrante, que me sacaron las lagrimas que desde la escena de la bandera pugnaban por salir a cada momento. Luego los himnos, cuando comenzó el venezolano, intentaba cantarlo fuerte, mientras hacia esfuerzo para no llorar de la emoción, se oyó rugir a Venezuela, como luego nos lo ordenó Habiff en su discurso, pero pude ver, que algunos que estaban cerca no cantaban hasta que empezó el himno de Colombia, me decía, somos tantos y tan iguales que no podía saber de dónde eran hasta que entonaron los acordes de su canción patria.

En ese momento pensé en el gran esfuerzo que estaba haciendo otro país, por el nuestro, mientras desfilaban artistas con canciones que hacían vibrar el alma, o hablaba el  organizador del evento, pasaban por mi mente, la importancia de este esfuerzo, de aglutinar ayudas de todos, de todas partes, porque si, si, que se necesita. Venezuela la necesita…  Pensaba en los cuatro pacientes que una noche estaban en el Seguro y que por razones diferentes necesitaban un respirador y sólo uno funcionaba, los médicos tuvieron que priorizar, escoger, cómo jugar a la ruleta rusa, que concluyó en la muerte de tres de los pacientes, uno a uno, hora a hora, muertes por cosas como un absceso que no se hubiera notado, si hubieran servido los respiradores. Si, si que se necesitan… por los tantos niños con cáncer que no tienen las medicinas, porque se sufre y se guapea, porque nadie puede acceder a esa medicina que necesita.

Seguía el concierto, unos y otros ayudaban, me prestaron silla o me dieron un bocadillo y agua cuando me sentí medio mareada… ¿De dónde son? De muchas partes de Venezuela, viviendo en Colombia, desde hace meses o ya más años, de muchas partes de Colombia o los que como yo habíamos cruzado la frontera ese día.

Mis lagrimas no dejaban de salir, quería pintarme la cara color de esperanza, me agarré de las manos con muchas manos, canté los estribillos más conocidos de tantos artistas que representaba a Venezuela, pero que no vivían en ella, como decía una animadora en diáspora por mis dos hijas, paridas  en Venezuela.

Se repetían las palabras  ayuda…  Venezuela, Venezuela, ayuda humanitaria, Venezuela, palabras que se oyen distintas si uno está en otro país, aunque sea a pocos kilómetros del suyo.

Las lagrimas que la alegría de la música podían disimular, rompieron el dique al oír a Habiff decir que era un mexicano, con el corazón en forma de arepa, o que cuando de rodillas esa mañana el oraba a Dios, oía que le decía que amaba mucho a Venezuela.

Siguieron la intervenciones, Piñera habla, llegan autoridades, los Juanes cantan y se oye el rumor, Guaidó llegó, el presidente interino, la esperanza, llegó. A pesar de los controles, a pesar de las prohibiciones, a pesar de las emboscadas… llegó a representarnos, a estar allí para pasar la ayuda humanitaria, definitivamente, si se puede, si se puede… me repetía mil veces al ritmo de las canciones.

Salimos, era tanta la gente que nos perdimos de nuestro grupo, dos andamos por un lado y tres por otro. Nos encontramos con la gran ciudad, avenidas, luces, carros.. lejos de la Cúcuta que recordaba y en contraste extremo de la oscuridad y tristeza de mi Mérida,

Al fin llegamos, a nuestro lugar de hospedaje, sin ropa, porque se había quedado en Venezuela y sin saber que la frontera estaba cerrada, pero toda la emoción del corazón, tapó el cansancio y las incomodidades. Si se puede! Si se puede ser hermanos… Si se puede unirnos unos con otros, para aliviar al prójimo. Si se puede evidenciar el amor.

Al amanecer y con la intención de buscar la ropa y ver la forma de apoyar el paso, que sería ese día, nos fuimos rumbo a Ureña.

Dos sorpresas: la frontera trancada y mucha gente sentada en las orillas de la calle que da acceso al puente Francisco de Paula Santander.

Al igual que los otros, nos sentamos en la sombra a esperar, no sabía lo que iba a hacer, pero ahí había gente que igualmente esperaba, empecé a hablar y me di cuenta que habían grupos numerosos, unos de Acarigua, otros de Guanare, otros de Barinas, otros del Tachira, personas sueltas como nosotros, de otras partes de Venezuela, algunos de estos grupos parecían señoras que iban en romería a visitar un santuario.  Muchas mujeres, de ropa blanca, sus gorras y sombreros propios de las marchas, estaban las “gochas” de blanco que a punta de rezo, valentía, necesidad y multitud abrieron años atrás la frontera también cerrada.

Conversando con algunas, oí cosas como “he luchado por los valores de mi país, ya vemos cerca el fin, es hora de unirnos y sacar el pais adelante, con valores y disciplina” Otra me decía: “estoy aquí por mis hijos, por los jóvenes que nacieron en este régimen y sin embargo están fuera, trabajando en cosas diferentes a las que se han preparado,  vengo por ellos a poner mi granito de arena” Y otra… “Esta lucha ha sido larga y muy dura durante estos 20 años, estoy aquí porque vamos a liberar a este país, Dios nos protege y saldremos adelante”.

Me vi en ellas, madres, abuelas, que quieren a su país, que tienen fe que falta poco y que quieren contribuir con algo para ayudar.

El público iba creciendo, señoras, hombres, parejas, jóvenes, muchachas, de cualquier zona geográfica y de todas las edades, hablábamos entre nosotros, queríamos apoyar el paso a la ayuda, salieron tantas historias diferentes de situaciones fatales o desesperadas, de personas que no tenían que morir o padecer, pero lo hicieron porque no hay medicinas.  De lo que se tenían que valer algunos para buscar ese medicamento tan necesario, otros que viven cerca que aprovechan la ayuda de Colombia hoy cerrada, de cómo logran conseguir a través de fundaciones que reciben ayudas del extranjero. Se iba pintando el panaroma de la salud en Venezuela, desde todas las perspectivas, desde cada rincón, coloreado de tristeza, de impotencia, de dolor.

Las horas pasaban, habían ya periodistas de todas las nacionalidades, de los medios conocidos y otros no tanto, representantes de la Asamblea, Gaby Arellano, Sonia Medina, Ismael García, animadores que estuvieron en el Concierto… De pronto, con un megáfono nos pidieron que si queríamos nos iban a dar agua y pan, llegó un gran camión y una empresa de supermercados, nos dio a cada uno un pan grande y agua. Fue alentador, para ayudar a pasar el tiempo.

La gente con la ayuda de los responsables por parte de la Asamblea, se fue organizando, las mujeres primero, porque esta es una manifestación pacífica, los hombres estarán atrás, nos decían.  Nos unimos de las manos, para avanzar al paso, entre nosotras había un muchacho en silla de ruedas, detrás de mi, un joven responsable de la organización, que me decía, no se preocupe señora que yo la cuido. Me volteé y le dije al oído lo que salía de mi corazón:- mira mijo yo siento que he vivido a plenitud, si algo me pasara estaría feliz!

Así comenzó una marcha densa, hombro con hombro desde territorio colombiano, los policías levantaban las vallas e íbamos pasando, llegamos al puente, frente a nosotros unas cuatro filas de mujeres policías. Hasta ahí llegamos, en este primer momento. Nos separaban toneles pintados de bandera venezolana y alambres, ahí estuvimos coreando consignas y la más diciente: ¿Quiénes somos? Efectivamente éramos Venezuela, de diferentes razas, estratos, profesiones u oficios, de ambos sexos, si, éramos Venezuela.. ¿Qué queremos? Ahí la voz se hacía más fuerte y se quebraba… Libertad. Estamos oprimidos, tristes, oprimidos en lo económico y oprimidos del corazón, queremos romper las cadenas, abajo esas cadenas, por eso cantamos el himno, queríamos que  Dios nos acompañara y por eso rezamos juntos un Padre Nuestro y un Ave María.

Avanzamos. Las funcionarias dieron pasos atrás, y los muchachos quitaron los primeros pipotes y alambres rápidamente, volvimos a reagruparnos, de nuevo las mujeres adelante. La prensa captando cada detalle, se peleaba con nosotros para encabezar la fila.

De nuevo las policias femeninas, plantadas detrás de los alambres, ellas no tenían si no su arma de reglamento, si hubiéramos sido ese ejército que se imaginaba este régimen, ellas eran carne de cañón, porque no tenían ni escudo para defenderse.

Frente a ellas, empezamos a ver como el bloque se derretía, ellas estaban firmes, en silencio, mientras le hablábamos… cantábamos… coreábamos consignas.. empezaron a llorar, en silencio, sin moverse, dejando que las lagrimas corrieran por su cara, una, luego otra… las invitábamos a venirse, únete, únete, únete, les gritábamos, les abríamos un pasillo para que ingresaran, que momentos tan difíciles para ella… lo querían, se les veía.. Pero pensarían en su familia, en represalias, en castigos y no terminaban de dar el paso.

Esa presión pacífica duró un tiempo que no puedo precisar, hasta que de la fila del fondo corrieron las primeras hacia atrás, hacia Venezuela y en un segundo todas abandonaron el puesto, que fue limpiado de obstáculos, en otro segundo por los hombres de la marcha. Entramos a suelo Venezolano!! estábamos en Venezuela!!

Atrás estaba Colombia, con sus policías que veían todo, sin perder detalle.

Caminamos esos metros, no quedaban barreras físicas, estábamos totalmente en territorio venezolano,  hasta llegar a otra barrera, está de escudos antimotines unidos unos con otros por un batallón con armamento y bombas lacrimógenas.

Ahí, estuvimos un rato dialogando, nos arrodillamos y les pedimos que cedieran, que dejaran pasar…, himno, consignas: soldado amigo, el pueblo está contigo…

No cedían. Yo les acerque el pan que me habían regalado, se los ofrecí, uno de los nuestros se los pasó, lo tomaron, se lo pasaron a otro, lo terminaron devolviendo, pero al menos se habían movido. Siguió ese enfrentamiento de hermetismo versus consignas, de nuevo lo que más me impactó, ojos que se aguaban en alguno de estos muchachos, no querían.. en uno de los de primera fila se evidenció su tristeza y hubo un movimiento de atrás de un superior que lo sacó y sustituyó.

Era como una película en cámara lenta..

Los gringos brillaban por su ausencia, el ejército colombiano no estaba ahí, veía la policia y un grupo antimotin que estaba a distancia. Todo tranquilo, pero muy tenso.

Tanto creer que vendrían los Marines, que me engañaron con un Marcos, que estaba con nosotras, que creía que era Rubio, pero era simplemente Marcos Música un joven venezolano, que vive en Colombia, muy sensible que les hablaba a los policías  y ante el rechazo se sintió visiblemente afectado.

Siguió la presión estática, un grupo salió a buscar unas flores blancas que pensaban en entregar, yo me fui hacia atrás a guardar mi pan. Estábamos todos esperando el milagro.

En eso se oyen cornetas y algarabía, venían los camiones con la ayuda, el 5, el 6, el 7 el 8…

Camiones venezolanos, manejados por venezolanos, en los cuales cargaron parte de la ayuda, los primeros tenían las medicinas para niños menores de 5 años y sobrealimentación, los otros tenían comida. Era una fiesta de alegría, esa caravana, sonaba a libertad, iba a pasar esa última barrera que se veía con grietas, por los que se les sentía el deseo de apoyar.

Cuando venía de regreso a la barrera, estaban entrando los camiones, había mucha gente y empezaron a moverse muy despacio, el calor del día, de la multitud cerrada se unía al calor de los motores de los camiones, lo sentía porque terminé caminado al lado del camión 6 e íbamos al mismo paso. Poco a poco recorriendo los metros de tierra venezolana, con la intención de descargar si fuera preciso caja a caja y pasarla mano a mano.

Seguía caminado, cuando de pronto el aire me picó la garganta, la primera de muchas bombas lacrimógenas que llovían hacia nosotros, los que estaban más adelante corrían hacia atrás, la gente estaba enloquecida, se tornó la calma, en un pequeño infierno de gritos, calor y bombas.

Di la vuelta, trate de orillarme porque no tengo tanta fuerza y poderme regresar poco a poco, en la orilla de la calzada recostada a la pequeña acera del puente había un señor parado sosteniendo su bicicleta, ve a la gente correr hacia el, yo caminado rápido con la gente.

Mientras el aire se hacia espeso, el hombre suelta la bici para huir y cae en mis pies, lo que hizo que trastabillara y no podía evitar la caída, en fracciones pensé en que me debía levantar muy rápido para que no me pisaran, pero más me tardé en pensarlo que en dos hombres uno por cada lado me levantaran en vilo y sin que me rozara siquiera, seguí caminado hasta donde pudiera respirar aire más puro.

Se replegó todo el mundo, las bombas no cedían, los muchachos gritaron piedras!! y sin que nadie dieran órdenes algunos bajaron al río a recogerlas, al poco tiempo salió el Malox para evitar el efecto picante de la bomba y mientras unos corrían otros llevaban en lo que podían piedras hacia adelante, empezaron a salir sacos o baldes medio rotos y allí llevaban los guijarros de todos los tamaños. Las mujeres, con más experiencia, sobre todo las gochas, llevaban bolsitas  de agua para los que estaban tirando las piedras, que aprovechaban los camiones para ganarle altura a los proyectiles.

En ese momento, empecé a ver heridos, o sea que a la par de las bombas venían los perdigones, los heridos los trasladaban a Colombia, metros atrás donde un puesto de vacunación gratuito especial para atender a niños venezolanos se había convertido en un pequeño hospital, los Médicos Unidos, atendían a los heridos menores, hasta que empezaron a salir las ambulancias, una, otra… esos llevaban los heridos mayores, ….¿cuántos? Unos 40 y los sencillos por asfixia o perdigones, creo que pasaron de 100.

Esto duró un tiempo que no puedo precisar, hasta que oímos un ruido muy fuerte y vimos un humo negro, yo estaba ya en la retaguardia, quemaron el primer camión, los muchachos brincaron y no pudieron hacer nada, enseguida el segundo, más ruido y más humo. Cómo enloquecidos empezaron a vaciar el tercero, que ardió a medias y del cual pudieron recuperar unas cantidad considerable de cajas, que pusieron en el cuarto camión que pudo retroceder. Salió entre aplausos, con muchachos encima que sostenían las cajas.

Dos testimonios de personas más o menos de la misma edad, que refleja lo vivido. Uno venezolano, que declaraba a la prensa internacional, sin poder contener sus lágrimas, que él tenía 22 años, que había vivido en el régimen prácticamente toda su vida, que él no tenía hijos, ni familia, pero que él hacía esto por todos los que necesitaban medicinas en su país, que eran muchos y que no podía ser que estos desgraciados quemaran lo que le pudiera salvar la vida a tantos niños.

El otro testimonio, de un miembro del batallón antimotines Colombiano, que estaba en la sombra de la retaguardia junto con nosotros, un muchacho que dijo tener 23 años y tres en ese servicio, lucia alto, fornido, mucho más por todos esos aditivos que tiene su uniforme y decía que él se sentía muy contento con lo que hacía, que ganaba bien, pero reflejando rabia nos decía, no puedo soportar como la guardia venezolana violan los derechos humanos, con esto no puedo, verlos a ustedes indefensos frente a esos bestias…

La película siguió sin cambiar el guión, heridos, más heridos. bombas pero cada vez menos, piedras y muchos perdigones… ya iba a anochecer, sin saber cómo, habíamos pasado todo el día.

En un momento, el grupo de antimotines se revistió y armó y salió en formación hacia la frontera, iban a cerrarla, había que convencer a esos muchachos cargados de adrenalina que cedieran y se resguardaran en Colombia para ellos poder cerrar. Al fin se pudo y retrocedieron con la moral en alto, siendo el balance: muchos heridos, dos camiones quemados, pero con la satisfacción de haber llegado a tierra Venezolana.

Por el otro lado, la tristeza, el abuso y las contradicciones… estando todavía en el sitio ya noche, hubo un revuelo en el sector, corrimos y alcanzamos a ver dos mujeres policías y un efectivo que se habían pasado a Colombia,  el hombre estaba golpeado en la cara, ¿de qué fue?… sería especular.

Así, nos fuimos a casa a dormir, cuando íbamos de camino,  pasamos por una plaza donde acampaban a cielo raso muchos jóvenes y vimos a un carro de policía colombiana que les dejaba una bolsa con comida.

Regresar a Venezuela, no sería fácil, la frontera seguía cerrada, habíamos visto las noticias cuando un Maduro bailador, gritaba insultos contra los colombianos y su presidente, mientras yo había constatado tanta solidaridad. Un taxista colombo venezolano, nos dijo, que si Maduro caía a las 5:00, a las 6:00 él estaba en Venezuela, sus hijos vivían lejos, él estaba trabajando porque tiene la nacionalidad, pero decía Señora yo he sido inmigrante en varios países, pero le juro que como Venezuela no hay. Ese fue mi último pensamiento del día.

Al otro temprano caminado llegamos a la frontera, esta vez por el puente Simón Bolívar, mucha gente, mucho movimiento, empezaban concentraciones espontáneas en el borde del paso, hasta que oímos: A San Antonio en 5 min!…Eran los trocheros..

Teníamos que irnos por esa vía, si queríamos pasar, porque  sin mucho dinero y sin saber si hay una decisión de estado bélico que cerrará definitivamente la frontera por un tiempo indefinido y donde si se cruzara por los caminos verdes sería a riesgo de la vida. Sin tiempo que perder, empezamos a caminar rumbo al río, esa es tierra de Paracos, son muchachos jóvenes que suelen tener una persona más adulta que está evidentemente armado. Por ahí transitamos, saltando de piedra en piedra hasta llegar al agua, una vez pasada este brazo del río, era Venezuela.

Impresionada por la cantidad de gente que se veía saliendo de Venezuela, por el tono se distinguían maracuchos, orientales…, como hormiguitas cargando el equipaje, unos maletas grandes, otros bolsos, niños en coches y hasta mujeres que no tendrían tiempo de ponerse la ropa más adecuada, porque iba en un trecho relativamente bueno, sufriendo por los tacones.

Era triste ver esta caravana, de venezolanos huyendo de un país.

Logramos llegar a San Antonio, no había gasolina, por lo cual había muy pocos taxis. Algunos prefieren comprar la gasolina en Colombia resulta el doble, 40 mil el galón, pero es rápida, en Venezuela se pierden horas de cola.

Salimos de San Antonio que estaba relativamente tranquilo, rumbo a Ureña, en la vía vimos cerca del aeropuerto los buses rojos donde transportan a los civiles que juramentan, se especula, son pranes?, colectivos?, presos?… no se sabe a ciencia cierta, andan con Iris Varela y Freddy Bernal.

Transitamos hasta el pueblo, Las Tienditas, un pequeño caserío muy pobre de casas de bejuco, la parte de atrás del nuevo puente donde fue el concierto, los carros se devolvían,  no sabíamos que pasaba, aparentemente  habían puesto barricadas en la carretera, tiraban piedras, salieron como 30 motos con Guardias Nacionales en pareja, armados con las bombas y apuntaban donde hubiera movimiento, usan esas armas para apuntar a las personas, tristemente nos acostumbramos a eso. No están dispersando manifestaciones.

Al fin pudimos pasar y llegar a Ureña, parecía un pueblo fantasma, una población Industrial de textiles y madera, que llegaba a producir tres millones de bluyines, como decía el taxista: aquí se movía plata!! Hoy se palpaba el hambre,.

Era pasado medio día, mientras caminábamos por la ciudad desierta buscando dónde comprar unos cambures, que nunca conseguimos, vimos una familia, madre, abuela y cuatro niños comiendo en la acera. Era su primera comida del día, con los pies descalzos, una sopa de agua que tenía una verdura y era de hueso. Al ver esa imagen, no pudimos menos que comentar el desayuno que habíamos visto comer, horas antes, a una chica que atiende una bodega muy cerca de donde llegamos en Cúcuta: era un caldo, arepa y un trozo grande de carne. Ni comparación.

En nuestro recorrido, vimos las tanquetas cerca del stadium disparando a diestra y siniestra, mientras unos muchachitos, flacos, sin camisa tiraban piedras.

Esa fue la última imagen de este viaje. Sigo detrás de mi bandera, buscando la libertad, quiero seguir pensando que se puede y que soy Venezuela. A pesar del hambre, la destrucción, el desaliento, por eso hago mías las palabras de Habiff: quiero rugir, quiero que Venezuela ruja, necesito seguir gritando abajo cadenas, porque si creemos, que se puede, se podrá!!

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