Por Simón García
El gobierno agrava los problemas sociales, maneja los servicios públicos como otra de sus herramientas de control, usa la pandemia para normalizar la desarticulación social. Acentúa su ofensiva para vaciar la democracia de contenido político y modela una sociedad doblegada a sus intereses, el primero de los cuales es eternizarse en el poder.
La gente, especialmente la que aún no se ha vuelto indiferente por el plan oficialista de despolitización, está indignada. Y ante unos partidos que no quieren, no pueden o son muy débiles para concertar una resistencia democrática activa, busca sostén en la orientación de la iglesia o en las iniciativas de nuevos actores, capaces de compensar la debilidad de los partidos sin pretender sustituirlos, que encarnan un liderazgo cívico, del conocimiento, del emprendimiento empresarial o el desempeño profesional y laboral. Los gobernadores y alcaldes son focos de esta invisible micro manufactura de la democracia desde adentro de la autocracia y las restricciones que impone.
Una mirada que apunta a una coincidencia de propósitos con autonomía entre sus miembros, abierta a un entendimiento entre los dos grandes proyectos de sociedad que protagonizan el actual conflicto de poder y promotora del reencuentro entre todas las fuerzas de cambio democrático y pacífico, al margen de sus diferencias tácticas. No es de extrañar que, como reacción a la caraqueñización de los políticos, el horizonte nacional de esta referencia comience por las regiones, con acuerdos que rescaten su aporte al desarrollo y la capacidad para producir bien común.
Maduro se propone aumentar la abstención como sea, más allá de apoderarse de la Asamblea Nacional, para hacer de Venezuela otra Cuba, sin que advirtamos que dejar que el régimen monopolice el uso del voto ayuda al régimen a pasar del autoritarismo al semi-totalitarismo.
Y después resultará más difícil despertar y reaccionar, porque desde el empobrecimiento, el temor, la división y la desesperación lo que suele nacer es el acostumbramiento a la voluntad de las dictaduras y la adaptación sin esperanza al simulacro de país en el que nos quiere encerrar, mental y materialmente, el autoritarismo.
No hay que engañarse. La estrategia para derrocar al gobierno condujo a la derrota de la oposición. La pretensión de mantener esa estrategia con abstención para legitimar la instalación de un gobierno en el exilio nos mantendrá en dirección contraria a luchar por un nuevo consenso nacional para conformar un gobierno plural que reconstruya la economía, las instituciones, la democracia y el bienestar. Ojalá las declaraciones de Henrique Capriles y Stalin González conduzcan a un cambio de estrategia centrada en salvar al país.
Los militantes de los partidos, acosados por la represión y víctimas de una judialización pensada para dividirlos y sacarlos de una lucha unida para rescatar la República entienden que para tener elecciones libres hay que derrotar al régimen en elecciones que hoy no lo son. Voltearles su simulacro votando contra ellos.
Seguro que Tzun Zu escribió el sencillo argumento para no entregarle el voto al régimen: actúa contrario a lo que tu enemigo quiere. La aparente fortaleza autocrática puede comenzar a ceder si el pueblo le asesta una inesperada derrota.
Si la opción electoral fuera una fantasía, que no lo es porque obliga a reconectar la política con la gente, movilizarla y organizarla; por lo menos sería un sueño criollo y no ese dejar hacer que es morir esperando el cornetín de una invasión extranjera que nos lleve a todos, gobierno y oposición, a los mismos infiernos