Por Luis Ugalde s.j.
Un hecho indiscutible: el Estado que Venezuela tenía ha sido destruido. ¿Cuáles son las causas de su ruina?; para unos, son el saqueo y la ineptitud de los “revolucionarios”; para otros, su voluntad destructiva. Nos cuesta creer que el régimen deseara quebrar Sidor y arruinar a PDVSA, su extracción, refinación y distribución de gasolina. ¿Desearía el régimen este sufrimiento de la población por falta de agua, luz, gas, transporte, escuela, hospital y bolívares que valgan algo? ¿Buscar esa ruina no sería un suicidio para la “revolución”?
De una a otra dictadura
El infantil socialismo andaba a gatas hacia 1860; proudhonianos, marxistas y anarquistas querían acabar con el capitalismo de explotación y miseria. Marx, con precisión “científica” afirmaba que el Estado burgués debe ser destruido, y no puede ser reutilizado para construir el Estado socialista; el Estado – según él – siempre es dictadura, una combinación de ley, violencia armada e ideología de una clase para dominar a la otra. Así debe ser también la “dictadura del proletariado” socialista, fuerte instrumento de dominación para destruir el capitalismo y eliminar la maldad humana de raíz, que no es otra que la existencia de la propiedad privada de los medios de producción, (¡eliminar la existencia de la empresa privada!). Destruidas la empresa privada y el Estado burgués, no habrá explotadores, ni explotados, el Estado y la religión se extinguirán por inútiles y la bondad humana florecerá sin mío ni tuyo. Las marxistas leyes “científicas” que rigen la historia llevan al proletariado a dar el salto definitivo hacia el “paraíso en la tierra” sin mal, con “hombres nuevos”, felices y sin alienación.
Pero el ruso Bakunin -uno de los principales padres del anarquismo- no estaba de acuerdo con Marx: si la revolución socialista monta otro Estado, una “dictadura del proletariado”, ¿quién va a ser capaz de desmontarla? Tendremos estado-dictadura para siempre, pues ningún poder renuncia voluntariamente. Bakunin rechazaba todo Estado central, que debía ser sustituido por el poder de los trabajadores descentralizado en numerosos núcleos de autogobierno, sin una estructura nacional dominante. El anarquista ruso tenía razón en la crítica a la “dictadura del proletariado”, como terrible imposición partidista a perpetuidad.
Como el proletariado estaba alienado, no sabe lo que le conviene, para eso era necesario el partido comunista (Lenin) como minoría disciplinada “vanguardia lúcida del proletariado”, que sí sabe lo que los trabajadores necesitan. En la dictadura del proletariado la luz viene del sol radiante del secretario del Partido y sus rayos luminosos descienden por las estructuras partidistas transportando el bien. Lenin, Stalin, Mao o Castro son esos focos dictatoriales que derraman felicidad hasta que la muerte los separe del poder. El marxismo previó hegelianamente el inexorable matrimonio místico de la racionalidad “científica” con la atractiva utopía, cuyo hijo deseado sería el paraíso sin mal. Solo que la utopía seduce, pero no acepta matrimonio libremente y el cautiverio del poder se convierte en monstruo absolutista. La dictadura quedó en totalitarismo y el cuento de hadas del paraíso comunista se derrumbó ante su inexorable realidad inhumana, en el Bloque Soviético y en la China Continental.
Estado no dictatorial
Bajemos a la realidad: el hombre en sociedad necesita autoridad y el Estado es un instrumento necesario creado para lograr el bien común de sus integrantes. Pero el Estado es también dominación y sometimiento. Quien se apodera de él, tiende a imponer sus intereses y someter a los otros.
Los clásicos del liberalismo político vieron con claridad que el Estado es un monstruo si no se le doméstica dotándolo de visión, de corazón y de Constitución con “voluntad general” y estructuras de bien común. Para ello, hay que eliminar monarquías absolutas y tiranías, vitalicias y hereditarias y sustituirlas por gobernantes elegidos para un breve período de 4 o 5 años y subordinados a una Constitución elaborada por la sociedad soberana a la que rinden cuentas y son juzgados, premiados o castigados. Eliminar la concentración del poder separando el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Exactamente lo contrario de lo que hicieron Stalin, Mao o Castro.
Formidable tarea política democrática: lograr un pacto social expresado en la Constitución, hacer que se sometan a ella los gobernantes, quitándoles la soberanía para sembrarla y cultivarla en toda la población de modo que en la “voluntad individual” de cada uno nazca un ciudadano cultivador de la “voluntad general”, el bien común. Cultivar poder donde no lo hay significa desarrollar y promover conciencia, capacidades y oportunidades autónomas no estatales ni apéndices del Estado, y que este sea ordenado no a reprimir, sino que desarrolle instrumentos para lograr el bien común. Por supuesto siempre habrá lucha y manipulación para imponer desde el Estado intereses particulares disfrazados de bien común; demócratas son quienes hacen política para impedirlo.
En Venezuela el Estado de la Constitución y del bien común han sido destruidos. El Estado-dictadura y represión está desatado. Cuando salgamos de esta locura tenemos que estar vacunados contra grupos mesiánicos y populistas de cualquier signo y desarrollar un Estado democrático que promueva la educación, capacitación y empoderamiento de la sociedad productora de bien común compartido.