Adalberto Urbina Briceño
No pretendo aquí caer en el absurdo de “interpretar”, ni “traducir” las palabras del pontífice. Estoy convencido de que S.S. el Papa Francisco no necesita quien explique ni justifique sus dichos. Mi interés está en hacer algunas puntualizaciones jurídicas, políticas y teológicas sobre el carácter que tienen las aseveraciones y comentarios del Papa en la Iglesia y en el mundo, y el papel del Sucesor de Pedro en el Derecho Internacional, las relaciones Internacionales y los conflictos internos.
La motivación de este escrito es harto conocida: las recientes declaraciones del Papa sobre la crisis venezolana en su conversación con los periodistas durante el vuelo de regreso a Roma, el día 29 de abril, tras su visita ecuménica a Egipto. En respuesta a una pregunta del periodista y sacerdote español Antonio Pelayo, acerca de si la Santa Sede y el Papa en persona pensaban relanzar la “intervención pacificadora” en Venezuela, Francisco, entre otras cosas señaló que “la cosa no resultó y quedó ahí”. Luego el papa indicó que algunos insistían para que se relanzara esta facilitación, pero que “Yo creo que tiene que ser con condiciones ya, condiciones muy claras. Parte de la oposición no quiere eso. Es curioso, la misma oposición está dividida, y, por otro lado, parece que los conflictos se agudizan cada vez más”. Las palabras que han enardecido a muchos, son precisamente estas: “la misma oposición está dividida”.
Ahora bien, primeramente, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿puede el Papa equivocarse? La respuesta es un rotundo: Sí que puede. En efecto, para los católicos el Romano Pontífice es infalible, en virtud de su oficio, solamente si habla ex cathedra, es decir, “cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina en cuestiones de fe y costumbres” (Lumen Gentium 25 y Vaticano I:DS 3074). Esta doctrina es creída, única y exclusivamente por los católicos. Además, fuera de este excepcionalísimo supuesto, el papa, como cualquier otro ser humano, se equivoca. Más aún, tratándose de cuestiones temporales, concretamente, de un tema totalmente político y en un contexto tan coloquial como lo es una charla en un avión y al final de una extenuante visita apostólica. Sin embargo, profundizando, pero sin ninguna intención de avivar debates sin sentido, cabría preguntarse: ¿Es incierto que la oposición venezolana ha albergado hasta hace muy pocas semanas y alberga aún enormes diferencias en su seno? El hecho de que, felizmente, al día de hoy se muestre sólidamente unida frente a los abusos del régimen y monolítica en su voluntad de luchar por un cambio político, no borra la realidad en otros aspectos (por demás normales en toda dinámica de agrupaciones democráticas).
Esperar que el Papa Francisco condene expresamente la actuación de Nicolás Maduro o que exprese su apoyo manifiesto a la oposición, es simplemente querer un imposible. En este punto, es preciso recordar las obligaciones internacionales de la Santa Sede, en virtud de los Pactos de Letrán, específicamente del tratado político que resolvió la llamada “Cuestión romana” (situación de minusvalía en la que se hallaba el Papa desde 1870 hasta 1929, período en el que quedó privado de todo dominio sobre los antiguos territorios de la Iglesia). En efecto, el tratado, celebrado en 1929, crea el Estado de la Ciudad del Vaticano y le reconoce a la Santa Sede “la plena propiedad, y la exclusiva y absoluta potestad y jurisdicción soberana” sobre el mismo (art. 3). Igualmente, La Santa Sede “declara su propósito de permanecer alejada de los conflictos temporales entre los demás Estados, así como de las conferencias internacionales convocadas para tal objeto, a no ser que las partes contendientes apelen concordes a su misión de paz, reservándose en todo caso hacer valer su potestad moral y espiritual. En consecuencia, la Ciudad del Vaticano será siempre y en todo caso, considerada territorio neutral e inviolable” (art. 24). Estas disposiciones se aplican, no solamente a los conflictos internacionales entre Estados, sino de igual modo, a los de carácter interno, como es el caso de Venezuela. Por tales razones, el Papa se encuentra jurídicamente imposibilitado de tomar partido de manera explícita en las circunstancias presentes.
A pesar de lo anterior, las normas del Derecho Internacional no pueden prohibir al Pontífice que manifieste su parecer por otros medios, no tan explícitos. En este sentido, es de hacer notar que, al día siguiente a la rueda de prensa aérea del pontífice, durante el rezo del Regina Caeli, el domingo 30 de abril, en la Plaza de San Pedro, Francisco señaló:
“No dejan de llegar noticias dramáticas de la situación en Venezuela y del agravamiento de los enfrentamientos con numerosos muertos, heridos y detenidos. Me uno al dolor de las familias de las víctimas, por las cuales aseguro mi oración de sufragio. Realizo un urgente llamado al Gobierno y a todos los componentes de la sociedad venezolana con el fin de que se eviten posteriores formas de violencia, que se respeten los derechos humanos y que se busquen soluciones negociadas a la grave crisis humanitaria, social, política y económica que están golpeando a la población. Confiemos a la Santísima Virgen María la intención de la paz, de la reconciliación y de la democracia en ese querido país”.
Finalmente, quizá la manifestación más significativa de las opiniones del papa sea las que vertió en su carta “A los Obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana” de fecha 5 de mayo pasado, en la que les expresa:
“…
Les aseguro que estoy siguiendo con gran preocupación la situación del querido pueblo venezolano ante los graves problemas que le aquejan, y que siento un profundo dolor por los enfrentamientos y la violencia de estos días…
Sé que también ustedes, queridos hermanos, comparten la situación de su pueblo, que junto con los sacerdotes, las consagradas y consagrados y los fieles laicos sufren por falta de alimentos y medicinas, y que algunos, incluso, han soportado ataques personales y actos violentos en sus Iglesias…
Agradezco así mismo su continuo llamamiento a evitar cualquier forma de violencia, a respetar los derechos de los ciudadanos y a defender y defender la dignidad humana y los derechos fundamentales, pues, igual que ustedes, estoy persuadido de que los graves problemas de Venezuela se pueden solucionar si hay voluntad de establecer puentes, de dialogar seriamente y de cumplir con los acuerdos alcanzados…”
En el último párrafo citado está la clave de la posición que el Papa debe y tiene que mantener: “establecer puentes”. Precisamente, la palabra latina “Pontifex” (pons + facere) significa literalmente “constructor de puentes”. En la antigua Roma el Pontifex Maximus era el constructor de puentes entre los dioses paganos y los hombres. En la Iglesia universal, el Papa, Sumo Pontífice, debe ser el supremo constructor de puentes entre Dios y los hombres, pero, también, a ejemplo de Jesucristo, constructor de puentes de paz y fraternidad entre unos hombres y otros. Esa es su función en esta Tierra, ninguna otra es más importante.
*Profesor Jefe de la Cátedra de Derecho Internacional Público, Universidad Católica Andrés Bello