Antonio Pérez Esclarín
Hay personas que, si se mordieran la lengua, se envenenarían. Otros muchos confunden el twitter con una cloaca donde vierten toda su inmundicia. Pareciera que no saben hablar o comunicarse sin insultar y ofender.
Les confieso que me embarga una enorme tristeza cuando entro en algunas redes sociales, cuando escucho algunas declaraciones y discursos, cuando presencio un debate en la Asamblea o cuando veo que multitudes corean y aplauden a los que profieren insultos. Sustituir argumentos por ofensas, gritos, amenazas o golpes no sólo demuestra una gran pobreza intelectual sino una pequeñez de espíritu y una verdadera falta de dignidad y de humanismo.
La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, ofende o golpea, sino el que es capaz de dominar su agresividad y no se deja arrastrar por la conducta de los que ofenden. La violencia deshumaniza al que la ejerce y desata una lógica de violencia siempre mayor. Quien insulta, hiere, y ofende se degrada como persona y no podrá contribuir a construir una sociedad más justa o más humana.
En Venezuela, nos estamos acostumbrando a muchos tipos de violencia, entre ellos, a la violencia verbal. El hablar cotidiano y el hablar político reflejan con demasiada frecuencia la agresividad que habita en el corazón de las personas. De las bocas brota con fluidez un lenguaje duro, implacable y procaz, que confunde brillantez y oratoria con capacidad de ofender y de herir. Y no olvidemos que es muy fácil pasar de la violencia verbal a la violencia física, del insulto al golpe, como lo presenciamos continuamente.
Nunca llegaremos a la paz ni a la convivencia provocando el desprecio, los insultos y la mutua agresión. ¿Qué paz se podrá hacer entre personas que no se escuchan ni respetan mutuamente sus ideas diferentes? ¿Por qué tenemos que despreciar, ofender y considerar como enemigo a alguien simplemente porque piensa de una forma distinta? ¿Cuál es el metro o el termómetro para medir quiénes tienen o no verdadero amor a la Patria?
Sólo quienes busquen con espíritu abierto y lucidez fórmulas de convivencia humana y política nos acercarán a la paz. Con posturas dogmáticas y humillantes nunca construiremos un país próspero y justo. Nunca llegaremos a la paz si seguimos introduciendo fanatismo y ofensas, si se coacciona a las personas con graves amenazas e insultos y se busca reducir al silencio al que piensa diferente. Cuando en una sociedad la gente tiene miedo de expresar lo que piensa, se está destruyendo la convivencia democrática y se está negando la dignidad de la persona pues, como nos decía Paulo Freire “nos hacemos personas cuando salimos de la cultura del silencio, somos capaces de decir nuestra propia palabra y dejamos de repetir las que nos ponen en la boca”.
Sólo los que tienen el corazón en paz podrán ser sembradores de paz y contribuirán a gestar un mundo mejor. No construiremos una Venezuela de justicia y de paz si no comenzamos desarmando los corazones. Ser pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas, sino comprometerse y luchar por la verdad y la justicia mediante la no-violencia, para que sea posible una Venezuela justa y fraterna.
Foto: Mural de Jafeth