Es obvio que no vivimos en democracia. La pregunta es hasta qué punto apostamos por ella; es decir, qué importante es ella para nuestra vida. Nuestra realización humana plena ¿pasa por el trabajo irrenunciable de construir la democracia? No hay democracia si no nos asumimos como ciudadanos, si la pertenencia responsable a nuestro país no forma parte de nuestro núcleo personal.
Somos personas por las relaciones de entrega de nosotros mismos horizontales, gratuitas y abiertas. Estas relaciones se expresan a diversos niveles: interpersonal, comunitario y social. Se expresan con diversos acentos, pero siempre con ese tipo de relaciones. La democracia no se refiere solo a lo societal; tiene que estar presente también en lo interpersonal y en lo comunitario. Esto implica que en todo tipo de relaciones tenemos que hablar: sacar afuera lo que tenemos como acto de participación; tenemos también que escuchar a todos descentrándonos; tenemos que dialogar con base en razones analíticas, referidas a la realidad y buscando que dé de sí; tenemos que llegar a acuerdos y poner por obra cada quien lo convenido.
Esta manera de relacionarnos tiene que ejercitarse tan constantemente que llegue a caracterizarnos. Así tienen que funcionar las familias, las comunidades, los grupos de amigos, las asociaciones y las instituciones. Si todo lo hacemos deliberando y responsabilizándonos de lo deliberado, también los partidos políticos serán deliberativos y responsables, y el gobierno y el Estado y la manera de llevar la política y el modo de participar los ciudadanos.
No nos podemos ahorrar ese modo deliberativo de vivir en los diversos niveles de la vida, si queremos que haya una auténtica democracia política. En caso contrario, en el mejor de los casos solo se dará una democracia procedimental, pero ni los candidatos representarán al electorado, ni ellos elegirán desde lo que saben y quieren, y a la larga las corporaciones globalizadas y el capital financiero llevarán la voz cantante.
Desde el individualismo que propicia el orden establecido no cabe democracia ya que cada quien solo busca lo suyo. Tampoco desde relaciones corporativas, cerradas, en las que solo existe el provecho de los suyos. Son indispensables relaciones de entrega horizontal, responsable y abierta a todos los niveles de la existencia, empezando por la familia. Para eso tenemos que vivir abiertos a la realidad, echándole cabeza y abiertos unos a otros tomándonos en cuenta y deliberando honradamente para acertar en el bien común en el que se da el verdadero bien de cada uno.
En definitiva, todo depende de que valoremos la relación de entrega abierta de nosotros mismos, absolutamente heterogénea del orden establecido. La mayoría de nosotros nació experimentando la relación de entrega de su mamá y respondió poniéndose en sus manos. Y son incontables los que con su entrega nos han ayudado a crecer y nos han puesto a la altura de la situación y también nosotros lo hacemos con otros. Esas relaciones nos hacen personas.
Esto es obvio para nosotros los cristianos, ya que las Personas divinas son relaciones subsistentes y al recibir la relación fraterna del Hijo Jesús humanado llegamos a ser hijos de Dios en el Hijo y hermanos en el Hermano universal. Esas mismas son las relaciones que construyen comunidades y asociaciones humanizadoras. También construyen ciudadanía y democracia.