Por Noel Álvarez
“En el devenir de la historia política de la humanidad, el concepto de democracia ha ido evolucionando, originariamente desde el pensamiento griego, según la teoría clásica o tradición aristotélica de las tres formas de gobierno”, escribe el catedrático mexicano Luis Antonio Corona Nakamura en el prólogo de su libro Democracia y elecciones. Junto a otro grupo de colaboradores, ese mismo libro nos recuerda que Aristóteles consideró a la democracia una forma decadente de la politeia, una forma de gobierno corrupta y degenerada que lleva a la institución de un gobierno despótico de las clases inferiores (al interés o ventaja de los pobres) o de muchos que gobiernan en nombre de la multitud, pero que no prestan atención a lo que le conviene a esa multitud.
Con el tiempo, el concepto de democracia se ha venido transformando hasta convertirse en un sistema de gobierno aceptado por la mayoría. La democracia moderna se caracteriza por su énfasis en el proceso de toma de decisiones, basadas en el principio de que todos los ciudadanos tienen el mismo derecho de voto, y que la voz de cada votante es igual de importante. Esto se refleja en la idea de que el gobierno debe ser responsable ante el pueblo, y que los ciudadanos deben tener acceso a la información necesaria para tomar decisiones acertadas. La democracia moderna también se ha convertido en un sistema en el que los ciudadanos tienen derecho a expresarse libremente y a ser respetados y tratados con igualdad por el Gobierno.
El grupo de investigadores mexicanos que acompañó a Nakamura, comenta que la democracia, en un concepto moderno y liberal, se basa en la idea político-filosófica de la soberanía del pueblo, esto es, la restitución del poder político a su representante originario, que no es otro que el pueblo, el cual ejerce en conjunto el poder estatal, mediante procedimientos jurídicos y políticos que posibilitan su participación en la formación de la voluntad política mediante elecciones libres, periódicas y secretas de sus representantes.
La soberanía del pueblo es la base de la autoridad del poder público, que se expresa mediante las elecciones auténticas, libres y periódicas, mediante sufragio universal, directo y secreto. Este es un ejercicio (el de votar) que reviste una característica de dualidad: por un lado, constituye un derecho, y por otro, una obligación que ejerce el ciudadano para integrar los órganos del Estado de elección popular.
Tanto el carácter universal del sufragio (que consiste en no establecer excepciones al ejercicio del voto por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política, posición económica, nivel cultural o cualquier condición social), como la libertad (que debe ser emitido con ausencia de condiciones que implique presión para el elector) son requisitos indispensables para hablar del respeto a la autenticidad de las elecciones, asegurando que los comicios sean procesos ciertos y verdaderos.
En los últimos años, se ha notado una creciente popularidad de la democracia directa, donde los ciudadanos tienen la posibilidad de tomar decisiones directamente, sin estar representados por una autoridad externa. Esto se ve reflejado en la intervención, cada vez más numerosa, de la población en los procesos políticos, a través de la creación de plataformas de participación ciudadana en línea para la toma de decisiones. Esta evolución del concepto de democracia, desde la tradición aristotélica hasta nuestros días, ha permitido que la democracia sea más inclusiva y que los ciudadanos tengan un mayor involucramiento en la toma de decisiones.
Para mí, la democracia debe estar en constante revisión, con el propósito de lograr inmunizarla contra el llamado “síndrome de la dictadura de las mayorías”. Esta debe ser una exigencia para la consolidación de una auténtica democracia, cuya conceptualización y esencia ha incitado tantos debates entre filósofos, sociólogos, juristas y politólogos a través de la historia humana, y que, en la actualidad, todavía provoca reflexiones en las que el ciudadano se interroga sobre qué tanto impacta su decisión en las cuestiones políticas de su entorno, aquellas que le afectan como persona libre y en condiciones de igualdad.