El 24 de diciembre de 1944, en medio de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XII emitió un radiomensaje titulado “Benignitas et humanitas“. Este mensaje, que resonó con un profundo sentido de esperanza y dignidad humana, se presenta hoy como un espejo de las tensiones contemporáneas en torno a la democracia y el autoritarismo. A 40 años de su emisión, es crucial reflexionar sobre sus advertencias y la relevancia de sus palabras en un mundo donde los regímenes de “hombres fuertes” parecen ganar terreno.
En su radiomensaje, Pío XII destacó la importancia de la Navidad como un símbolo de esperanza en medio de la oscuridad. Las palabras del Papa resuenan con fuerza: “La humilde y pobre cuna de Belén atrae, con aliciente inefable, la atención de todos los creyentes”. En este contexto de guerra, el mensaje del Papa no solo era un llamado a la paz, sino también una afirmación de la dignidad humana, que se ve amenazada por los horrores de la guerra. Al referirse a la llegada del Salvador, dijo: “Navidad es la fiesta de la dignidad humana, la fiesta del ‘admirable intercambio, por el cual el Creador del género humano, tornando un cuerpo vivo, se dignó nacer de la Virgen’”. Estas palabras subrayan la necesidad de reconocer la dignidad inherente a cada ser humano, un concepto que hoy se ve amenazado por el auge de ideologías que desestiman los derechos fundamentales.
Luz en medio de tinieblas
Pío XII también habló de la situación del mundo, donde “la dolorida exclamación del Evangelista Juan” se hacía presente: “La luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido”. Este contraste entre la luz y la oscuridad refleja la lucha constante entre la esperanza y la desesperanza, entre la paz y la guerra. El Papa expresó su preocupación por cómo, a pesar de la llegada de la Navidad, “la aurora de la Navidad se alza sobre campos de batalla cada vez más dilatados”, y lamentó la acumulación de “despojos de las víctimas” en un mundo que parece haber olvidado los principios de la dignidad y la humanidad.
En su mensaje, el Papa también hizo un llamado a la responsabilidad colectiva, sugiriendo que de esta guerra mundial podría surgir una “era nueva, para la renovación profunda, la reordenación total del mundo”. Esta idea de renovación resuena hoy en un contexto donde muchos países enfrentan una crisis de confianza en sus instituciones democráticas. Pío XII afirmaba que “los hombres de gobierno, representantes responsables de las naciones, se reúnen en coloquios y en conferencias, para determinar los derechos y los deberes fundamentales sobre los que se debería reedificar una unión de los Estados”. Este llamado a la colaboración y la búsqueda de un futuro mejor es más relevante que nunca, ya que muchos gobiernos actuales parecen más interesados en consolidar su poder que en servir a sus ciudadanos.
El Papa también abordó el tema de la democracia, advirtiendo que “los pueblos, al siniestro resplandor de la guerra que les rodea, en medio del ardoroso fuego de los hornos que les aprisionan, se han como despertado de un prolongado letargo”. Esta observación se puede aplicar a la situación actual, donde la desconfianza en los gobiernos ha llevado a muchos a cuestionar la efectividad de las democracias. A medida que los regímenes autoritarios se expanden, la crítica del Papa a los monopolios de un poder dictatorial se vuelve crucial. Su mensaje resuena con la advertencia de que “si no hubiera faltado la posibilidad de sindicar y corregir la actividad de los poderes públicos, el mundo no habría sido arrastrado por el torbellino desastroso de la guerra”.
El contraste que Pío XII establece entre el pueblo y la masa es fundamental para entender la esencia de la democracia. Él señala que “el Estado no contiene en sí ni reúne mecánicamente en determinado territorio una aglomeración amorfa de individuos”, sino que debe ser “la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo”. Esta distinción es vital en un momento en que muchos países enfrentan el desafío de mantener la cohesión social y la participación ciudadana en un contexto de creciente polarización. La idea de que “la masa es la enemiga capital de la verdadera democracia” se manifiesta en la forma en que los líderes autoritarios manipulan las emociones y los instintos de las multitudes, desviando la atención de los problemas fundamentales que afectan a la sociedad.
Pío XII también hizo hincapié en que la democracia debe estar fundamentada en principios éticos y morales. En su mensaje, afirmó que “si quien ejercita el poder público no ve o más o menos descuida” la conexión entre la autoridad y la dignidad humana, “remueve en sus mismas bases su propia autoridad”. Esta advertencia es particularmente pertinente hoy, cuando se observa que muchos líderes electos parecen olvidar su responsabilidad hacia el bienestar de sus ciudadanos, priorizando sus propios intereses y los de sus grupos de poder.
El Papa concluyó su mensaje con un llamado a la esperanza, sugiriendo que “una aurora de esperanza se eleva de los lúgubres gemidos del dolor”. Hoy, en un mundo que parece estar sumido en la desesperanza, sus palabras resuenan como un recordatorio de que la búsqueda de la paz y la dignidad humana es un esfuerzo colectivo que requiere la colaboración de todos. La necesidad de una “sociedad de los pueblos” que respete los derechos de todos los ciudadanos es un ideal que debe ser perseguido con determinación.
El mensaje en estos días
Al reflexionar sobre el radiomensaje de Pío XII, es evidente que sus advertencias y llamados a la acción son más relevantes que nunca. En un mundo donde los regímenes de “hombres fuertes” amenazan con socavar los principios democráticos, el mensaje del Papa sigue siendo un faro de luz. La Navidad no solo es una celebración de la llegada del Salvador, sino también un llamado a la acción para todos aquellos que creen en un futuro donde la dignidad y la libertad prevalezcan. Así, a medida que conmemoramos 40 años de las palabras de Pío XII, debemos recordar que la defensa de la democracia y la dignidad humana es una responsabilidad que recae en cada uno de nosotros, y que la esperanza, como el mensaje navideño, puede iluminar incluso los momentos más oscuros.