Kenneth Ramírez*
“Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes […] Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del sólo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra Humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz”.
Papa Francisco, Encíclica Fratelli Tutti.
El 6 de mayo de 2021, un nuevo capítulo sangriento en la historia del conflicto entre el Estado de Israel y el grupo islamista Hamás, dio inicio con manifestaciones palestinas contra el inminente desalojo de seis familias del barrio de “Sheij Jarrah” de Jerusalén Este, las cuales fueron reprimidas brutalmente por la policía israelí, dejando cientos de heridos. Las protestas se extendieron a otras partes de la Ciudad Vieja, y también lo hizo la represión israelí, incluidas redadas nocturnas en el recinto de la Mezquita de Al-Aqsa –el tercer lugar más sagrado del islam– a pocos días del final del mes sagrado musulmán del Ramadán.
El 7 de mayo, mientras los fieles musulmanes abarrotaron la Mezquita para la oración del viernes, le fue permitido a grupos judíos radicales acercarse a la zona para celebrar el llamado “Día de Jerusalén” que marca la ocupación de Jerusalén Este por parte de Israel en 1967, lo cual garantizó la escalada. Y, efectivamente, viendo la oportunidad de proyectarse como defensores de la Mezquita de Al-Aqsa, Hamás inició las hostilidades que llevaron a once días de guerra en Gaza, con cientos de muertos y miles de heridos.
Ambos actores cantaron victoria tras esta tragedia, tan lamentable como familiar. Dependiendo de cómo se cuente, la de 2021 es la cuarta guerra de Israel con Hamás desde que expulsó a Fatah –grupo secular más moderado, que controla la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania– y tomó el control de Gaza en 2007, o la sexta con grupos palestinos desde la “Segunda Intifada” en 2000.
Benjamín Netanyahu y la ilusoria “solución de un Estado-Nación judío”.
Desde el inicio de la Era Netanyahu –doce años que han llegado a su final apenas unos días después del cese al fuego con Hamás–, este líder israelí manifestó sus críticas a la “solución de dos Estados”, y en cambio, optó por impulsar su polémica e ilusoria “solución de un Estado-Nación judío” contraria a los Acuerdos de Oslo y la legalidad internacional. Además, esto le permitió consolidar su base electoral nacionalista y religiosa ultraortodoxa.
Para ello, puso en marcha un conjunto de estrategias con el propósito de hacer inviable un futuro Estado Palestino: “judaizar” Jerusalén Este, difuminar la frontera con Cisjordania, mantener el bloqueo de Gaza y gestionar a conveniencia la amenaza de Hamás. Al mismo tiempo, priorizó el principio de separación, con la fabricación de una serie de infraestructuras y mecanismos conexos como la completación del “Muro de Separación”, los closures (bloqueos al libre movimiento), puntos de control, sistemas de vigilancia y drones, considerándolo básico para la seguridad del “Estado-Nación judío”. Todo esto ha derivado en la creación de un intrincado sistema contrario a la dignidad humana, en el que los habitantes tienen diferentes derechos, o carecen de ellos, dependiendo de la ciudadanía, lugar de residencia y pertenencia étnico-religiosa.
Mientras que 6,5 millones de judíos-israelíes que viven a ambos lados de las fronteras de 1967 gozan de plenos derechos de ciudadanía, un número casi igual de palestinos ven depender su estatus legal de su lugar de residencia: 1,8 millones de ciudadanos árabes-israelíes en su mayoría de origen palestino son “ciudadanos de segunda clase” sometidos a discriminaciones de diversa índole; 350 mil palestinos viven en Jerusalén Este en un limbo jurídico y político; 2,7 millones viven bajo la jurisdicción de la Autoridad Nacional Palestina en aproximadamente el 40 % de Cisjordania (Áreas A y B, según los Acuerdos de Oslo); y 2 millones viven hacinados en los 365 km2 de Gaza, bajo bloqueo israelí y en menor medida egipcio, en una situación humanitaria al borde del colapso desde hace años1.
El cénit de esta política, fue la aprobación de la Ley Básica del Estado-Nación de Israel en 2018, la cual declara que “la tierra de Israel es la patria histórica del pueblo judío, en la que se estableció el Estado de Israel”, que “el derecho a ejercer la autodeterminación nacional en el Estado de Israel es exclusivo del pueblo judío” y que Jerusalén es “la capital única e indivisible” de Israel –en contra de las resoluciones de la ONU–.
Por su parte, los líderes palestinos han permanecido divididos desde 2007. Los moderados de Fatah liderados por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, han sido incapaces de ofrecer respuestas tangibles, optando pasivamente por mantener los privilegios de interlocución y cooperación que le brindan los Acuerdos de Oslo, y apalancados en el autoritarismo y la corrupción; mientras que Hamás liderado por Ismail Haniyeh, ha apostado por la popularidad en las calles tras cada guerra librada contra Israel, aunque sean en vano y hayan servido de chivo expiatorio para Netanyahu.
Las estrategias de “judaizar” Jerusalén Este y “cortar el césped” en Gaza
En Jerusalén Este, Netanyahu buscó afirmar el carácter judío de la ciudad, mediante ingeniería demográfica, la cual implementó por mecanismos como la construcción de asentamientos de colonos israelíes, la suspensión de permisos de reunificación de familias palestinas, políticas restrictivas para la edificación y suministro de servicios en barrios palestinos, y la separación de Cisjordania.
A pesar de representar alrededor del 38 % de la población de la ciudad, los palestinos en Jerusalén Este reciben solo el 12 % del presupuesto municipal. La falta de oportunidades ha llevado a la pobreza al 78 %2. Desde 1967, Israel ha revocado sus derechos de residencia a más de 14 mil palestinos de Jerusalén, y más de la mitad se han producido desde 2006. A todo esto, se suman los desalojos pendientes de familias palestinas en barrios como “Sheij Jarrah”, gracias a que las leyes permiten a los israelíes reclamar propiedades con títulos anteriores a la guerra de 1948, pero prohíben a los palestinos hacerlo, lo cual explica la ola de protestas palestinas que desencadenaron la última guerra Israel-Hamás.
En Gaza, Netanyahu optó por el bloqueo permanente y la llamada estrategia de “cortar el césped”, la cual consiste en atacar cada cierto tiempo al grupo islamista para erosionar sus capacidades. Ergo, Israel ha abandonado el objetivo de derrocar a Hamás por temor a que lo que venga después sea peor. Además, detrás de esta estrategia, se encuentra la convicción lúgubre de que la guerra perpetua es la única respuesta, lo que retroalimenta el radicalismo. Cada víctima palestina o cada familia que se queda sin hogar tras un ataque israelí, crea un terreno fértil para Hamás. Cada ofensiva de Hamás espolea el miedo y el resentimiento, movilizando el voto nacionalista y religioso en Israel.
De hecho, antes del cese al fuego reciente, Netanyahu quería prolongar los ataques al máximo para degradar las capacidades construidas por Hamás desde la guerra de 2014. Además, fue la última carta de Netanyahu para aferrarse al poder –y asegurarse inmunidad frente a acusaciones por fraude, soborno y abuso de poder–, tratando de abortar –a la postre fallidamente– la formación de un nuevo gobierno liderado por el conservador Naftali Bennett y el centrista Yair Lapid.
Aunque el bloqueo ha reducido los ataques contra las comunidades judías vecinas, ha devastado la economía de Gaza. La pobreza se ubica en 64 %, y el 80 % de la población recibe alguna forma de ayuda internacional3. Según la ONU, la escasez de agua potable y combustible, y la falta de servicios adecuados, han hecho a Gaza inhabitable. Por otra parte, aunque el costo humano de “cortar el césped” cada cierto tiempo, se defienda a partir de la legítima defensa de Israel; esto no le exceptúa de cuestionamientos éticos y legales sobre todo en lo que hace antes de sufrir un ataque, así como en sus respuestas desproporcionadas.
Podría agregarse, que es un error confiar para siempre en la capacidad militar superior de Israel dada la constante evolución del arte de la guerra y la reaproximación de Irán a Hamás –tras la guerra civil siria donde apoyaron a bandos diferentes–, así como los efectos desestabilizadores que está causando en Israel. Durante esta última guerra se produjeron enfrentamientos inéditos entre ciudadanos árabes-israelíes y judíos-israelíes en diferentes ciudades de Israel.
Hacia Madrid+30: una nueva oportunidad para relanzar el proceso de paz
En noviembre de 2021, se cumplirán treinta años de la Conferencia de Paz de Madrid, que llevó a los Acuerdos de Oslo. Este hito debe servir a la Comunidad Internacional, liderada por el Cuarteto de Medio Oriente (EE.UU., Rusia, la Unión Europea y la ONU), para iniciar el relanzamiento del proceso de paz sobre la base de la “solución de dos Estados”, dejando claro al nuevo gobierno de Israel que el statu quo es intolerable, que su país será más seguro y próspero negociando la paz, y no siendo esclavo de los muros que ha construido y que no le dejan ver el horizonte. Incluso, debería retomarse la idea consagrada en las resoluciones de la ONU y respaldada por El Vaticano, de colocar a la Ciudad Santa bajo un régimen internacional especial como Corpus Separatum –que implique seguridad y libre acceso a los Santos Lugares de las tres grandes religiones abrahámicas–, en lugar de seguir hablando de una capitalidad de Israel que jamás será reconocida o de la problemática –y quizás ya impracticable– división de la misma.
No obstante, se puede hacer mucho para abordar desde ya las causas de la última guerra, sobre todo en Jerusalén Este y Gaza. En primer lugar, el Cuarteto debe trabajar con el nuevo gobierno de Israel, Egipto, y otros actores regionales para levantar el bloqueo de Gaza. En segundo lugar, debe impulsar la formación de un gobierno de unidad entre Fatah y Hamás, negociando con este último una renuncia a la violencia. En tercer lugar, debe dejar claro al nuevo gobierno de Israel que considera que Jerusalén Este es un territorio ocupado y que se opone a los desalojos de palestinos de sus hogares, así como a la expansión y construcción de asentamientos israelíes en general. En cuarto lugar, debe presionar por la igualdad y protección de derechos para las dos poblaciones, así como la rendición de cuentas cuando estos sean violados, como ocurre con cualquier Estado democrático y en consonancia con la legalidad internacional. Hasta que no sea abordado el enorme déficit de dignidad y prosperidad que existe para los palestinos, solo será cuestión de tiempo antes de que se produzca otra guerra en Gaza o que corran nuevas lágrimas en Jerusalén.
Finalmente, Venezuela debe volver a la política de ecuanimidad, imparcialidad y conciliación respecto al conflicto israelí-palestino que mantuvo por seis décadas (1939-1999). La sociedad civil y los factores democráticos no deben caer en el error –bien por pasiones, oportunismo, esnobismo o simple ignorancia– de impulsar posiciones políticas radicalmente contrarias –pero igual de parcializadas y polarizantes– a las seguidas desde el poder en las últimas dos décadas, que en nada favorecen a la búsqueda de una paz negociada y duradera en Tierra Santa.
*Presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales (COVRI). Doctor en Relaciones Internacionales (Universidad Complutense de Madrid). Profesor universitario (UCV). @kenopina
Notas:
- UNCTAD (agosto de 2020): Economic cost of the israeli occupation for the palestinian people: the Gaza strip under closure and restrictions, Ginebra.
- Jerusalem Institute for Policy Research (2019): Jerusalem: fact and trends.
OCHA (diciembre 2020): Occupied palestinian territory humanitarian needs overview 2021.