Sarai Santiago
Se discute en todos lados. Se siente. Poco a poco la ola va arropando, sobre todo a la juventud. Primero, los que viven bien acá, pero vivirán mejor afuera; luego, los que saben para dónde va el país y aunque quizá no quieran, prefieren irse antes de que llegue el desastre; finalmente los que no pueden tener el mínimo necesario (de estabilidad económica, tranquilidad, expectativas) para vivir de forma independiente y “decente”. Pero ¿Cómo se nos ocurrió que esas cosas, ese “mínimo” es verdaderamente normal y necesario? Si miramos atrás, las familias de quienes leen hoy esto, bien porque revisen blogs como algo normal, o porque cayeron aquí por casualidad, vivieron y aprovecharon los años de bonanza petrolera con poca población, lo que les sirvió para alcanzar un bienestar económico que aún hoy nosotros, en cierta medida, disfrutamos. Nuestros padres y abuelos quizá hicieron negocios o fueron a la universidad entre los años 50 y 70, quizá obtuvieron un buen trabajo, carros, casa, bienes, vacaciones. Somos los hijos del sueño americano tropicalizado, ese que fue Venezuela durante tantos años, tanto para europeos pobres como para muchos latinoamericanos y emigrantes de varios rincones del mundo. De inmediato recuerdo la historia del profesor de idiomas que conocí en la universidad. Es francés y es encargado de los intercambios con universidades de su país. Cuando le pregunté por qué, teniendo una carrera y su familia en París, decidió hace ya más de cuarenta años venir y quedarse en Venezuela, me responde “Aquí había mucha libertad. Si tú querías hacer, te dejaban, si no querías hacer, también. Yo quería hacer y aquí estoy”.
La Querencia
I.
II.
Voy leyendo “Guerra y Paz” una noche de febrero en un bus que recorre la carretera trasandina hasta mi casa. Hoy por suerte el chofer que nos lleva deja la luz encendida y así puedo leer, a pesar del vallenato a todo volumen. Pese a que en realidad estoy acostumbrada, es difícil que eso, más la incomodidad y el ruido normal del autobús no me irriten. De la nada una bomba de agua lanzada por algún chiquillo entusiasta del carnaval golpea la ventana de mi puesto y mi libro y yo nos empapamos. La ira se apodera de mí.
III.
En las noticias abundan los muertos. Niños de tres años abaleados. Asesinatos de veinte disparos para robar un celular. Gente que mata porque la miran feo, porque no les correspondieron una invitación a bailar, porque un perro se les acercó y los olió antes de que su dueño se diera cuenta. En mi pueblo, sembrado en el páramo, ya asaltan con armas y amenazan de muerte. Gente atemorizada. Impunidad. Revolución de cascarón. Discriminación política. Resentimiento, contra el español, contra el rico, contra el que no gasta y tiene algo, contra todos, menos contra el gobierno. Porque el gobierno es como ellos, como la buena de la novela, a la que la mala sabotea para que no sea feliz.
¿Quiénes somos?
La realidad
Por eso, el triste adiós.