Por Jesús María Aguirre s.j.
La declaración final del Foro de Sao Paulo tiene el mismo sabor amargo de aquellas declaraciones del pasado, en que las solidaridades mecánicas de los intelectuales les llevaban al callejón sin salida de tener que cooptar dictaduras como las de Stalin en la URSS o más cerca de nosotros la de Amín y Gadafi en África o –Bashar Al-Saad en Siria.
Con el argumento de que las mentiras imperiales –sobre todo las de EEUU, nunca la URSS o China- falsificaban la situación interna de los países revolucionarios, no tenían empacho en justificar con sus teorías ideológicas las torturas en esos países con un encubrimiento represivo en los medios y la persecución de las voces disidentes.
Soljenitsin, Sajarov… y todas las voces críticas que sufrieron prisión y torturas y que mucho después fueron reconocidos con premios Nobel por sus aportes culturales, fueron denigrados, silenciados, asediados, por eso de que no eran sino títeres del capitalismo mundial y sus reconocimientos internacionales una manipulación ideológica (excepción hecha, por supuesto de Neruda, autor de la oda a Stalin).
Con esta declaración se ratifica la tesis que sustentara Lilla en su estudio “Los pensadores temerarios”, sobre aquellos intelectuales o aduladores verbales, que en su momento legitimaron con sus discursos, hoy considerados vergonzosos, a carniceros de la historia como Hitler, Mussolini, Stalin y otros de su especie. Apenas algunas excepciones, como Pepe Mujica, han querido librarse de este estigma que les marcará en la historia.