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¿De qué están hechos los campeones?

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Por Germán Briceño Colmenares*

Debo confesar, no sin cierta dosis de culpa, que apenas tres días atrás yo pertenecía a esa inmensa mayoría de venezolanos que permanecíamos en la ignorancia más supina: jamás habíamos escuchado hablar de Daniel Dhers. De pronto, tratando de meterme un poco en el espíritu olímpico de estos bastante sui géneris juegos de Tokio, tropecé en las redes con un vídeo de un atleta venezolano que transmitía fragmentos de la ceremonia inaugural al tiempo que él mismo parecía estarla disfrutando como un niño en un parque de diversiones.

Ese desenfadado niño de 36 años no era otro que el bueno de Daniel Dhers, el héroe del momento por derecho propio, quien se ha colgado medallas dentro y fuera de la pista con su talento, bonhomía y espontaneidad. Sus transmisiones en vivo por las redes ya han quedado para el anecdotario de los juegos y le han granjeado las simpatías de propios y extraños: sus huestes de seguidores traspasan nacionalidades y fronteras. De la misma manera que se hacía una foto con Novak Djokovic en el comedor de atletas, hablaba de su desayuno favorito y contaba sin poder contener la risa que a su compañero de entrenamiento, Edy Alviarez, jamás le habían robado la bicicleta en Venezuela, pero sí lo hicieron nada menos que en la villa olímpica de Tokyo.

Lo de Yulimar Rojas, por más asombroso y emocionante que resulte, no es una sorpresa para nadie: su carrera viene alzando vuelo desde hace algún tiempo de una forma tan vertiginosa -de la mano del superatleta cubano devenido en entrenador Iván Pedroso (cuenta la leyenda que Rojas dio con Pedroso porque un algoritmo de Facebook le sugirió contactarlo y éste le abrió sin dudarlo las puertas de su campamento atlético en España), que nadie se extrañaría si algún día después de elevarse al cielo en uno de sus prodigiosos saltos no vuelve a tocar tierra nunca más. Siendo la primera mujer en obtener una medalla de oro olímpica para el país, que es a la vez la primera medalla dorada en atletismo (estableciendo además en la gesta un récord mundial), ya ha entrado en ese inaccesible y selecto Olimpo de leyendas deportivas cuyo máximo reto es vencerse a sí mismas.

Los halterófilos Julio Mayora y Keydomar Vallenilla son una prueba viviente de quién ha superado todas las adversidades, quizás incluso un entorno que no era el más propicio para desarrollar una carrera deportiva, para triunfar a pesar de todo, y lo mismo podría decirse -quizás con más razón- de quienes sin haber logrado una medalla lo han dado todo compitiendo al máximo nivel. Pienso en los nadadores, en los atletas, en el karateka Antonio Díaz que sueña con cerrar con broche de oro su brillante palmarés. Cada uno de ellos es una demostración de que quien quiere puede, sin que obsten el origen o las circunstancias.

Fuente: Laurence Griffiths / Getty Images

Pero sin duda ha sido Daniel Dhers quien se ha convertido en el vocero oficioso y en una especie de símbolo de todos ellos. La razón: más allá de su innegable don de gentes, parece ser quien ha demostrado mejor criterio, más lucidez para no estropear sus triunfos con declaraciones infames y quien ha hecho gala de mayor coherencia entre lo que hace en la pista y lo que hace fuera de ella, encarnando una suerte de ecumenismo que a todos agrada. Contaba la BBC, que Dhers puso sobre sus hombros el enorme compromiso de generar ilusión y unión entre sus compatriotas venezolanos, que, como él mismo recordaba, llevan “en conflicto los últimos 20 años”. Y no defraudó. Luego añadió: “Esto prácticamente dio un momento de silencio en Venezuela y de sanación, y todo el mundo quiere que todos los atletas de Venezuela, sin importar la inclinación política, traigan medallas al país”.

¿Y qué provecho podemos sacar nosotros de lo hecho por nuestros compatriotas en Tokio? El asunto da para mucho, pero me quedo con dos o tres cosas. Se me antoja que, en este país de exilios y diásporas, Dhers nos ha mostrado en qué consiste el verdadero patriotismo, que no tiene nada que ver con cantar himnos o saludar banderas, sino en hacer bien lo que nos toca hacer, ya sea que nos encontramos en el país o fuera de él, de la mejor manera posible y poniendo el mayor empeño posible. No hay mejor forma de dejar en alto el nombre de Venezuela.

Picasso, quien fue un genio precoz y se negó a dejar de serlo hasta bien entrada su madurez, solía decir que, cuando le insinuaban que estaba demasiado viejo para hacer algo, procuraba hacerlo de inmediato. La auténtica juventud, como lo saben unos cuantos filósofos, es una cuestión de actitud que brota del espíritu más que del cuerpo. Fiel exponente de esta escuela, aunque Daniel Dhers le llevaba más de 10 años al resto de sus compañeros, no tuvo problema alguno para competir en igualdad de condiciones, y a pesar de que para entonces estaría bordeando los 40 años, no descarta participar en París 2024. Esa templada sabiduría que viene con la edad se puso de manifiesto en la ejecución de sus rutinas, donde tuvo el tino de sacrificar algo de espectacularidad en aras de la perfección.

También la experiencia abona la deportividad y la gallardía. Evocando la memoria de su mentor el fallecido Dave Mirra, unos de los pioneros de la disciplina, Dhers recordaba lo que significa ser un verdadero profesional del deporte: saber ganar y saber perder con garbo y honor, respetar y reconocer el mérito a los rivales, agradecer a los mentores y dedicar el triunfo a todos con generosidad y amplitud.

No se puede hablar de estas olimpiadas sin destacar la nota más memorable y conmovedora del evento, en un episodio que no ocurría desde 1912. Nos la han regalado dos nobles y espigados caballeros en la disciplina del salto de altura. Explicaba el diario ABC que en dicho deporte, cuando dos atletas superan la misma altura, tienen el mismo número de intentos fallidos y han realizado el mismo número de intentos para superar la última cuota, se considera un empate. En esa tesitura se encontraron el italiano Gianmarco Tamberi y el catarí Mutaz Barshim en la final de salto: habían superado los 2,37 sin errores y habían cometido tres errores en 2,39.

El reglamento prevé el desempate ofreciendo a los rivales solo un intento en la última altura superada, en este caso, 2,37. Sin embargo, esto se puede omitir «si los dos atletas están de acuerdo» y en este caso se comparte la medalla: exactamente lo que sucedió en Tokio. «¿Podemos tener dos oros?», preguntó Barshim. El juez asintió y los dos atletas se dieron la mano, se abrazaron y gritaron de alegría. «Le miré y él a mí y lo supimos», dijo Barshim. «Es uno de mis mejores amigos, no solo en la pista, sino fuera de la pista. Trabajamos juntos. Este es un sueño hecho realidad. Es el verdadero espíritu, el espíritu deportivo, y estamos aquí transmitiendo ese mensaje», añadió.

En definitiva: ¿De qué están hechos los campeones? De muchas cosas, en realidad. A veces de luchar contra las circunstancias y contra la adversidad, otras de aprovechar el viento a favor y convertir un hobby en una pasión, haciendo buena aquella conseja de Mark Twain según la cual el secreto del éxito consiste en hacer de tu vocación tu vacación. En ocasiones la suerte y al azar juegan también sus cartas, pero jamás se ha oído decir que jueguen a favor de quién no haya hecho antes lo que se requiere: el talento solo rinde frutos y la suerte solo acompaña a quien haya trabajado con constancia, disciplina, juego limpio y buena actitud. Y si no me lo creen, pregúntenle a Daniel Dhers, el hombre que nos convirtió a todos en fanáticos de un deporte que apenas existe en el país, quien confesó con su perpetua sonrisa: “Mi secreto está en montar en mi bici cada día”.


*Abogado y escritor.

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