Soy Cristóbal, jesuita chileno. Tengo 43 años y llevo en la vida religiosa un cuarto de siglo. Hace diez años me acababa de ordenar sacerdote (10 de marzo de 2007). Estaba feliz y vulnerable, abierto a la vida y nervioso a la vez. Realmente, no tenía idea en lo que me estaba metiendo…
Si tuviera que darle algunos consejos a mi yo de entonces, partiría invitándome a amar de un modo más decidido lo imperfecto. Creo que en varios sentidos seguía mirando por encima la realidad, esperando poder ‘resolver’ las cosas pendientes, los trazos curvos y los surcos abiertos. Los de otros y –sobre todo– los míos. Mi vocación había sido fundada en mi debilidad y, sin darme cuenta, a ratos intentaba sustituir ese cimiento por algo más ‘digno’ de la tremenda encomienda que recibía en mis manos… Hoy claramente me doy cuenta que Dios ha hecho verdad esta misión regalada, pero desde mi frágil humanidad. Eso es, ahí está. Es justamente eso lo que me ha hecho más empático, más sencillo para entusiasmarme y enojarme a la vez, más misericordioso y más esperanzado.
Lo segundo que me diría es que el camino es lo fundamental y que da muchas vueltas. Los proyectos sociales, los logros apostólicos, los títulos académicos, los artículos sobre temas graves y cruciales, los discos llenos de canciones y sueños, los campamentos y rutas, las celebraciones bien planeadas y cuidadas pasan. Se quedan los rostros, los nombres. Nada más. No me juego la vida en una opinión publicada en redes sociales. Que la vida avanza y vamos siempre aprendiendo. Que me equivoco y me equivocaré. Que siempre hay espacio para nuevas miradas. Que Dios permanece y no se agota jamás.
Y otra cosa que me gustaría decir (me) es que los grandes deseos no se apagan. La juventud no es el culmen de la vida, para nada, en verdad. Aunque así lo aprendamos. Que el tiempo va dejando heridas, pero también hermosos aprendizajes que no vale la pena tratar de borrar. Esto me da vueltas por estos días… Charlando con mi yo de hace diez años podríamos llegar a un trato: parte enseñando menos y escuchando más, espera mucho de los otros (aunque te decepciones), camina más lento si puedes, que yo estaré igualmente aguardando aquí nuestro encuentro animado por el mismo fuego, sostenido por el mismo abrazo.