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De las reliquias a la comunión de los santos

Daniela Paola Aguilar

Por estos días, como un gesto para promover y orientar de manera correcta la devoción al nuevo beato de nuestra Iglesia, están recorriendo las parroquias de las distintas diócesis del país las reliquias del doctor José Gregorio Hernández. Los hermosos relicarios, en cuyo diseño destaca el característico sombrero usado por José Gregorio, contienen un pequeñito pedazo de hueso del nuevo beato. Las experiencias de devoción han sido renovadoras y llenas de fe popular

Por Néstor Briceño Lugo*

Desde tiempos inmemoriales, la Iglesia promueve la veneración de las reliquias. Proviene del respeto que por el cuerpo existía ya en la cultura judía. Ciertamente, el cuerpo es considerado como parte integral del ser humano y los restos mortales, ya desde tiempos del Antiguo Testamento, eran guardados y respetados porque constituyen la memoria de la historia de Israel. Por ello, los profetas anuncian que la destrucción de Israel ocurrirá cuando sean profanadas las tumbas de los reyes, sacerdotes, profetas y de todo el pueblo (cfr. Jr. 8), pero también señalan el triunfo del Señor cuando esos restos mortales sean regenerados para tener nueva vida (Ez 37).

Así, el cuerpo inerte expresa dos realidades para el creyente: la certeza de la vida en esta historia y la esperanza de la resurrección.

Ya en los albores del cristianismo se empezaron a venerar los restos de aquellos que habían dado testimonio de Cristo y por ello fueron martirizados: encontramos que los discípulos de Juan el Bautista fueron a recoger su cuerpo luego de ser decapitado por Herodes (Cfr. Mt 14,12 y Mc 6,29); hombres piadosos buscaron y sepultaron el cuerpo martirizado de Esteban (Cfr. Hch 8,4); las actas de los mártires narran cómo los creyentes se apresuraron a recoger los restos de Policarpo y de Ignacio de Antioquía luego de sus martirios; y así encontramos muchos otros casos hasta llegar a nuestros días. Este interés responde a dos grandes creencias: el cuerpo humano posee dignidad pues al ser consagrado por el bautismo es sagrado y, en segundo lugar, la fe en el testimonio de esa persona que ha transparentado el amor de Dios a sus contemporáneos, por lo que contemplarle es ver la creación que Dios ha realizado a su imagen y semejanza.

A mediados del primer siglo, al recrudecerse la persecución de los cristianos en Roma, luego del ardid montado por Nerón culpando a los cristianos del incendio de Roma en el año 64, los creyentes se reúnen en las catacumbas (es decir en los cementerios subterráneos) para celebrar la Eucaristía sobre las tumbas de los mártires. Esto se hacía con el sentido de unir de manera visible el testimonio de aquellos hombres y mujeres con el sacramento de donación de Cristo.

En ese momento se inicia una costumbre que llega hasta nuestros días: colocar en los altares fijos de las Iglesias una reliquia del santo a la que están consagradas, para recordarnos que esta persona ya participa de la Iglesia celestial e intercede por quienes aún estamos caminando en la Iglesia militante.

Las reliquias y sus diversos tipos

Pero aún no hemos definido lo que es una reliquia. Se entiende por reliquia los restos, “ante todo el cuerpo”, de aquellos que han vivido de manera admirable el seguimiento de Cristo, sabiendo que ya forman parte del coro celeste, a quienes conocemos como beatos y santos (Cf. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. 2002. Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia. Principios y Orientaciones).

Tradicionalmente se han divido las reliquias en tres tipos o grados:

  • Reliquias de primer grado: son una parte del cuerpo del santo, consistente normalmente en huesos o cabello.
  • Reliquias de segundo grado: son una prenda o un objeto utilizado por el santo.
  • Reliquias de tercer grado: son telas o estampas que han sido tocadas en la tumba del santo o sus restos.

Puesto que las reliquias cumplen las funciones antes enumeradas de recordar la existencia histórica del santo y su participación en el cielo ante Jesucristo, por lo que se convierte en nuestro intercesor, entonces su correcta veneración nos ayudará a tener presente su ejemplo de vida.

Veneración de las reliquias

En las actas del II Concilio Nicea del 787 encontramos la invitación a la veneración de las reliquias, lo que ya era una costumbre para aquel momento (Cfr. Denzinger 603). Esta veneración es equiparada por dicho Concilio con la dada a una imagen del santo. Esto es así porque de ninguna manera la imagen o la reliquia poseen poderes mágicos. Al contrario, tanto la una como la otra existen para llevar la mente y los afectos a la feliz memoria del santo, contemplar su ejemplo y dejar que el alma sea motivada a seguirle.

Por esta razón, las reliquias no deben ser colocadas en el altar, lugar donde se consagran las especies para que sean el Cuerpo y Sangre de Cristo. Queda claro, pero hay que decirlo, que su veneración no es equiparable a la adoración de la Sagrada Eucaristía, pues esta última es la presencia real de Cristo, mientras que las reliquias nos recuerdan la existencia y presencia de la obra de Dios en el santo.

A lo largo de la historia, una de las acciones más viles que han ocurrido, promovida por inescrupulosos farsantes, ha sido la venta tanto de verdaderas como de falsas reliquias. Esto muchas veces se ha hecho engañando al pueblo, presentando la reliquia como si tuviera ciertos poderes mágicos o milagrosos, por lo que se abusa de la piedad de la gente con fines completamente condenables. Los cristianos no creemos en ritos mágicos ni objetos milagrosos por sí mismos; los cristianos creemos en la acción de Dios a través de sus sacramentos y la sencillez de la fe de su pueblo.

De ahí que la veneración de la reliquia de José Gregorio debe llevarnos a conocer su vida, sus inquietudes, a dejarnos impactar por la obra de Dios en este hombre trujillano que lloró toda Caracas el día de su muerte. Estar ante la reliquia no es estar ante el beato en cuestión, pues él ya no está materialmente en medio de nosotros, pero sí es estar ante ese objeto que, por obra del Altísimo, nos mueve a la piedad y al deseo de acercarnos más a Dios tomados de la mano del beato médico de los pobres.

Fuente: Arliannys Tovar / Diócesis de Carúpano-Sucre.

La comunión de los santos

Toda la Iglesia está unida en un solo cuerpo cuya cabeza es el mismo Cristo. Así, quienes estamos en la tierra, con quienes están en el purgatorio y aquellos que ya se encuentran en la presencia de Dios, formamos esta única Iglesia. Por esta razón, la alegría de una parte del cuerpo será alegría para todos, al igual que sucede con el dolor.

Estamos llamados a amarnos entre nosotros, para que ese amor irradie y llegue más allá de la misma Iglesia. Siendo esto así, entonces, no nos une solamente una admiración con los santos que ya están en plenitud ante el Señor, sino que también existe un amor fraterno que va creciendo, como en toda relación humana, en la medida en que tengamos más contacto con ese amigo que está ante Dios. Pero este será un contacto espiritual, que trasciende esta historia para llegar a la eternidad.

Ciertamente, mediante el conocimiento de la historia, y palabras que nos han llegado por quienes conocieron a José Gregorio, aumenta nuestra admiración por el beato. Pero hay un segundo paso que consiste en la reflexión sobre todo lo anterior; una reflexión realizada desde la fe, buscando descubrir la fina acción de Dios sobre este amigo que vamos conociendo.

Luego está el momento de vivir la comunión de los santos. Es decir, empezar un diálogo con este amigo, sabiendo que él está mucho más cerca de Dios, nuestro Señor, en quien ambos creemos y a quien queremos llegar. En este diálogo se abre el corazón para presentar lo que somos y cómo somos. Muchas veces, se expresan las necesidades y dolencias con la confianza que le tenemos a nuestro médico de cabecera; y él le presentará a Jesucristo estas cuitas para ser respondidas.

¡Epa, Chepe Goyo!

Cuando logremos esa familiaridad que da el contacto frecuente con el amigo, ¡con el beato pana!, entonces habremos trascendido la experiencia de la reliquia y estaremos viviendo la comunión de los santos.

Sí, tendremos la imagen y la reliquia, con su debida importancia, pero como esa referencia que reporta nuestro ser a una unión entre la historia y la eternidad, algo trascendente, para que surja esa oración, cuyo destinatario final siempre será Dios, pero presentada con la compañía de quien ya está intercediendo por nosotros. En ese momento, seguramente se nos escapará un suspiro y se oirá: ¡Epa, Chepe Goyo! Echa una miraíta pa’cá abajo y dile a Chuíto que se acuerde de nosotros.


*Doctor en Teología. Director de posgrado de la Facultad de Teología del ITER-UCAB. Párroco de La Transfiguración del Señor.

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