Por Luis Ugalde
El próximo gobierno contará con el apoyo de un Estado pobre y la recuperación de la producción petrolera requerirá una millonaria inversión privada; la sociedad venezolana solo saldrá de su actual inmensa pobreza potenciando lo mejor del talento productivo de su población. Ello nos pone en el dilema: educación de calidad o miseria; calidad y valores para elevar la capacidad de producir bienes, servicios y ciudadanía. Por eso resulta trágico este comienzo del año escolar sin maestros, ni estudiantes, ni presupuesto. Nada hay tan estratégico como una educación de calidad en todos los niveles con todos los niños y jóvenes en la escuela, lo que es imposible con el régimen actual y su política. Cuesta creer que no tengamos una cúpula dominante sensata que comprenda que su mejor colaboración con el país y con el propio partido es renunciar y acordar la pronta salida que evite el estallido final de su inviable política.
Hace un siglo Venezuela era un país pobre, rural y analfabeto, pero ya estaban en marcha las grandes empresas petroleras en la extracción de nuestro petróleo para energía estratégica del mundo industrial. Diez años después éramos el segundo país productor y el primer exportador mundial de petróleo. Los venezolanos dueños del combustible en el subsuelo, pero sin capacidad de extraerlo, procesarlo y ponerlo en los motores, alquilamos a quienes lo podían hacer. En estos 100 años Venezuela se transformó rápidamente bajo la batuta del Estado dueño de esa potencial riqueza. Pronto se nos planteó el dilema: 1) convertir la renta petrolera en elevación vertiginosa del consumo de manera que fuéramos pobres productores pero ricos consumidores, o 2) transformar ese ingreso en capital productivo y en formación del talento humano. La tentación del consumo fácil frente a la inteligente y trabajosa conversión de Venezuela en un país de productores, lleno de oportunidades para todos.
En las siguientes décadas no todo fue cultura rentista-consumista sin producir. La modernización del país fue vertiginosa y luego de la II Guerra Mundial la avalancha migratoria del mundo convirtió a Venezuela durante varias décadas en el país que más trabajadores extranjeros recibió en proporción al número de sus habitantes. Venían con su formación, su búsqueda de libertad y prosperidad y con necesidad de producir aprovechando las extraordinarias posibilidades que brindaba esta acogedora tierra de promisión y de oportunidades.
Los gobiernos para mantenerse fomentaron el clientelismo, que agrada a empresarios, gobiernos y votantes; es la base de la cultura rentista. Pero al mismo tiempo cambió radicalmente la capacidad productiva de Venezuela. Fuimos durante 50 años un país de poca inflación y moneda fuerte, con extraordinario crecimiento sostenido de un 6% del PIB anual que urbanizó el país, revolucionó su infraestructura, sembró industrias de sustitución de importaciones y financió los servicios básicos sin costo para la población. A pesar de las limitaciones, el país se transformó y la mayor revolución estuvo en el paso del analfabetismo a la universidad democrática y asequible, pasando por miles de escuelas llenas de niños, verdaderos centros de transformación y potenciación del talento humano de millones de venezolanos.
Ahora se nos derrumba todo y los hechos contradicen la ilusión predicada por Chávez: distribuir a los pobres para que dejen de serlo esa fabulosa riqueza sin límite. Pero la realidad es que la “revolución” corrompió la renta en una deuda impagable, arruinó la industria petrolera y vació la escuela de maestros, niños y presupuesto. Los sueños de millones de venezolanos han sido forzados a volar a otros países donde poner el nido de la esperanza, mientras nuestras universidades agonizan.
Pero no olvidemos lo que la democracia hizo por la universidad: Al morir el dictador Gómez en 1935 solo había un millar de universitarios en el país y a la huida del dictador Pérez Jiménez (1958) no llegaban a 8.000. Pero cundo llegó el mesías militar Chávez, el país estaba sembrado de centros de educación superior con 1.000.000 de estudiantes. En las primeras dos décadas de la democracia (1958-1978) decenas de miles de familias celebraron la graduación del primer universitario en su casa y las oportunidades de los venezolanas para estudios de postgrado en el exterior fueron la envidia de toda América Latina. Todo ello gracias a los gobiernos democráticos y a su fuerte siembra del ingreso petrolero en inversión educativa.
Ahora, que ni tenemos renta ni la tendremos como en el pasado, hay que invertir fuerte y concentrarse en el desarrollo del talento productivo de millones de venezolanos para renacer dejando atrás la ruina de la ilusión rentista “socialista”. Un gobierno sensato y consciente de su pobreza y de la necesidad de pasar de la agonía a la vida, debe convocar a todas las familias y a la sociedad entera: Familia, Sociedad y Estado débiles que exigiéndose mutuamente y colaborando se agigantan en el logro de una escuela fuerte. Pero hay que prender las alarmas nacionales ante el lamentable comienzo del curso escolar en todos los niveles y activar las potencialidades de la acción combinada de la familia, de la sociedad y del Estado, para conseguir que todos los niños estén en la escuela, tengan maestras/os, cuenten al menos con una comida sólida al día. Volver a llenar el pedagógico y las facultades de educación de estudiantes con vocación para la profesión más necesaria en el país. Todo lo contrario de lo que está pasando. Nada será posible sin un acuerdo nacional para el cambio de régimen y la reconstrucción nacional de emergencia.