Por Francisco J. Contreras M.
La mayor fuente de postración del ser humano es la exposición a las exigencias de un mundo cuyas opciones no le ofrecen salidas y le hacen sentir obligado a tomar decisiones cuyos resultados le desmejoran. Esencialmente, la concurrencia de la deliberada distorsión de la realidad, de la relativización de la verdad, de la destrucción del lenguaje del acuerdo y el desacuerdo, de la tergiversación de la memoria histórica de los pueblos y del ascenso de las formas nacionalistas de gobernanza, son las manifestaciones visibles de la erosión interesada de la democracia y de su deformación en formas definitivamente autoritarias.
La destrucción de la esencia de la democracia alcanza su cénit cuando la gente pierde la confianza en sí, en los demás y en las instituciones, es la quiebra moral cuya expresión es la postración y el desaliento social. Nuestro propósito consiste en llevar un mensaje que ofrezca el coraje sereno de que es objetivamente posible recuperar y perseguir lo que se desea alcanzar. Ese hálito lo constituye la esperanza objetiva.
Estamos en presencia de nuevas formas de interrelación entre la gente, propias de la experiencia vital de cada uno frente a la displicencia, el acoso, la exclusión, la discriminación y la injusticia. Hay un individualismo excesivo que atomiza al ser y lo vuelve hacia sí mismo y le hace indiferente hacia los demás, en ese estado a cada uno le es fácil reconocer lo que no le gusta, pero difícilmente lo que quiere. Este individualismo es la fuente del rechazo irreflexivo sin sentido de propósito a todo, es una desconfianza que postra socialmente.
Ante el abatimiento el individuo prefiere administrar los eventos extremos inclinándose por la facilidad de la agitación del acto irreflexivo y dejando de lado la civilidad de una propuesta con sentido de propósito. Es una conveniencia que, sumada a la sofocación extrema, constituye la fuente de la quiebra moral del país frente al autoritarismo, dentro y fuera del gobierno. Es el terreno fértil donde los mercaderes del sufrimiento se aprovechan del desaliento para extraer rentas con base en el autoritarismo.
En la perspectiva de la economía, somos razonables, pero dificultosamente racionales por el rol importante que tienen las emociones sobre las decisiones. Es la elección entre la esperanza y los impulsos de la postración alimentados por la carencia de información completa, el simplismo lógico, el imaginario popular y la manipulación mediática de la realidad. El populismo ha sido el gran beneficiario de esas anomalías del saber económico, de la debilidad institucional, de la anti política y del desorden. Es la crisis de la democracia liberal por la disonancia entre los intereses de las élites en el poder y la gente.
En la dinámica de ajuste de los procesos económicos hay mecanismos que permiten su estabilidad. Los marcadores macroeconómicos más importantes son la tasa de inflación, el tipo de cambio, la tasa de interés, la tasa de crecimiento y la tasa de desempleo. Un marco regulatorio requiere una gobernanza responsable del manejo fiscal del gasto público y de la emisión de dinero por parte de la autoridad monetaria. El control de la política fiscal y de la política monetaria, debe promover fluctuaciones suaves de esas variables y su retorno continuo hacia la estabilidad, ese es el mecanismo de respuesta endógeno de autocorrección del sistema.
A nivel institucional, el marco normativo debe evitar que los funcionarios y la gente puedan hacer un aprovechamiento interesado de las regulaciones en su propio beneficio, alejándose de los propósitos perseguidos por las reglas. El sistema fuera de sus límites interrelaciona con el medio externo, en los ámbitos económico, social y político, con impactos recíprocos inestables, dinámicos e irreversibles.
La tarea es retadora pues debe identificar los nuevos significados de las palabras y de las herramientas teóricas que proporcionen un marco deliberativo sobre una dinámica social que no puede ser explicada desde el pasado. Las historias enseñan, pero nunca se repiten. Los contenidos de las palabras tienen vida, pero es igualmente pernicioso llenar de excesos al lenguaje cuando no se posee la fuerza de la demarcación para la exploración de la verdad y menos evidencia concluyente que permita la refutación de lo que se afirma.
Es posible lograr acuerdos sobre intereses generales, pero es más difícil cuando se trata de las demandas de cada uno desde sus emociones. Hay que encontrar vías para resolver el problema del individualismo volcado hacia el interior de la persona sin considerarse a sí misma como parte de la vida social e indiferente hacia los demás. En ese entorno se hace difícil el consenso, pues las pasiones difieren de individuo a individuo y dependen de la experiencia vital de cada uno, todos pueden en su sufrimiento coincidir en el rechazo al estatus quo, más no en una propuesta de acuerdo que satisfaga a todos.
Es ineludible la reapropiación de la economía y de la política ante la mercantilización de sus ámbitos de acción por parte del populismo. Los populistas sí han comprendido el papel de los sentimientos en la política formulando programas de gobernanza que unen a todos en el rechazo, pero jamás en el tránsito hacia una vida cívica respetuosa de cada uno hacia el otro. La mercantilización del saber económico y político como fenómeno que une desde la ansiedad global tiene que ser superada.
La búsqueda de un mejor futuro exige superar la comodidad de lo pasado y explorar el presente con herramientas y palabras diferentes a las que sirvieron en otros momentos como explicación y guía de acción.
“La esperanza” como categoría posee una connotación espiritual como un estado de convencimiento en el cual lo que deseamos nos parece accesible. En este sentido, la esperanza presume un sentimiento positivo hacia aquello que es agradable y se corresponde con nuestros sueños. En consecuencia, la esperanza sirve de cimiento moral como contrapeso del desaliento para no perder el sosiego ni desviar el foco de aquello que se anhela aprehender. De allí que la esperanza es el sustento venturoso de nuestras aspiraciones.
Referimos la “objetividad” de la esperanza para distinguirla de su acepción ligera de aquello que consiste en dejarlo todo a la espera celeste o a la intervención de una fuerza externa como si fuese posible alcanzar nuestros fines sin esfuerzo ni intervención propia. La esperanza objetiva deriva de la espera activa, paciente y perseverante fundada en la acción. Las acciones en tiempo real deben estar sujetas a una visión positiva, retadora y posible, y también a los alicientes del futuro con un elevado sentido de propósito. Hay esperanza cuando el hombre pasa de la pasividad del suceso y del acontecimiento al ser y el existir en la acción con sentido de propósito.