Rafael Uzcátegui
En 1998 la vertiginosa campaña de Hugo Chávez, asesorada por Luis Miquilena, puso de moda entre sus bases de apoyo universitarias el texto “El poder constituyente” del italiano Antonio Negri. Resumiendo groseramente, sus ideas planteaban una radicalización de la democracia en días en que el universo revolucionario intentaba recomponerse de la caída del Muro de Berlín, mediante el despliegue de las denominadas “capacidades constituyentes” del pueblo en contra de lo que antagonizó como “poder constituido”, “una red de vínculos que destruyen los mecanismos de exclusión inherentes al capitalismo y a las distopías políticas que las élites y las clases dominantes han impuesto desde el siglo XVI”. Sin embargo, fuera de la pirotecnia verbal, sus traductores endógenos realizaron una mediocre adaptación y, más pronto que tarde, el “poder constituyente” se convirtió en “poder constituido”, reproduciendo todas y cada una de las estructuras y prácticas de poder que había prometido dejar atrás.
A casi a dos décadas de aquella promesa, las multitudes en movimiento –para seguir la terminología del postmarxista- comienzan a configurar un amplio movimiento destituyente, sin teóricos que la prefiguren, indetenible. Si revolución es cambiar lo que necesita ser cambiado, la ruptura hoy es la revocación del ícono del poder en el país, para generar un nuevo mapa sociopolítico que permita la reconfiguración de un horizonte más allá, y en antagonismo, de la polarización que ha hegemonizado los últimos años.
Hoy, a pesar del agobio cotidiano, somos testigos del escenario más interesante de los últimos 30 años. Como nunca antes las matrices culturales que han dominado el imaginario de los venezolanos se encuentran cuestionadas: Económicamente el extractivismo rentista, políticamente el modelo de dominación basado en el “gendarme necesario”, en un contexto de crisis de la representatividad que, necesariamente, hará emerger nuevas identidades y formas de relacionamiento. La crisis terminal del modelo de dominación populista autoritario será dramático, no cabe duda, pero si quienes apostamos por una alteridad en todo sentido comenzamos a recrear el tejido social devastado, a mediano plazo movimientos sociales autónomos e independientes podrán protagonizar la VI República, promoviendo cambios de largo aliento.
Independientemente si ocurre este año o en el 2017, la revocación de Nicolás Maduro tendrá un impacto de tal magnitud que el bolivarianismo, como lo conocemos, tendrá sus días de hegenonía contados. Y lo que vendrá después, aunque quieran, no será acaparado por los actuales partidos políticos opositores. Diferentes encuestadoras cuantifican la crisis de representatividad. Keller y Asociados, para el primer trimestre de 2016 ubicaba a los independientes con un 39%, mientras que el Proyecto Integridad Electoral de la UCAB en 37,7% en el pasado abril.
@fanzinero