Por Luis Ovando Hernández, s.j.
Cosas que suceden en esta vida me llevaron finalmente decidirme a ver la serie Dark, trasmitida por Netflix. Hace meses, un joven aspirante a jesuita, entusiasmado me comentó la buena impresión que le dejara Dark, y cómo se enganchó inmediatamente con la trama que, según su opinión, estaba cargada de un sentido filosófico sobre el tiempo.
De mi parte, no le presté mayor importancia hasta que, a raíz de una entrevista que me hicieran por radio, uno de los oyentes afirmó que resumí en siete segundos este argumento de suyo enrevesado de entender en la serie. Es decir, que «el futuro se explica mediante el pasado». Eso fue lo que dije. Ese mismo día, recibí una invitación de España para ahondar en esta idea a partir de la serie trasmitida por Internet.
Acepté gustoso compartir con otro público mis pensamientos nacidos al calor de un comentario sobre el libro del Apocalipsis, atribuido a san Juan Evangelista. Pero antes, debía superar un escollo: tenía que ver Dark para hablar con más propiedad, sacando a la luz lo que entonces presenté en un ambiente distinto. Y vi Dark.
Deseo compartir contigo, lector, mis impresiones a este propósito, alertándote sobre un par de aspectos antes de entrar propiamente en materia. En primer lugar, sobre lo que no encontrarás en este escrito: no hablaré de la trama policial y de suspenso que Dark encierra, así como tampoco del tema político o ecológico, o de desperdicios radiactivos, que podría desprenderse a medida que se avanza o retrocede en el arco de tiempo, y que va de una Alemania de la posguerra, del poscomunismo, hasta nuestros días. En cambio, sí hablaré del abordaje apocalíptico que ofrece la serie, contraponiéndolo al mensaje Apocalíptico de la Sagrada Escritura.
Intento centrar mi atención en los diferentes conceptos que del tiempo presenta Dark, así como del aspecto religioso que se cuela en los distintos episodios. Mi aportación la hago desde mi condición de cristiano católico, sin que esto suponga un impedimento en la valoración crítica de esta religación entre Dios y el hombre —y de los hombres entre sí a partir de dicho paradigma—, que data de más de dos mil años de historia y que ha trastocado la periodización del tiempo desde la aparición de Jesucristo, que separó la historia misma, ofreciendo además, junto con otros calendarios propios de culturas milenarias, el calendario gregoriano por el que se rige Occidente.
Pretendo dar con una respuesta no definitiva ni definitoria a la pregunta del «¿Para qué esta serie?». En el séptimo episodio de la primera temporada, vuelve a aparecer, por segunda vez, la afirmación de que la pregunta correcta para resolver el acertijo de los niños desaparecidos–asesinados no es «¿Cómo?», sino «¿Cuándo?», o sea ¿Cuándo ocurrieron los eventos narrados? Sin embargo, me parece que a efectos de lo que acá se persigue, la pregunta es ¿Para qué?
Al igual que sucedió conmigo, al escrito se le saca mayor provecho si se ha visto previamente Dark.
Un último comentario antes de entrar en materia. He tomado el título para este artículo de un eslogan que aparece en reiteradas ocasiones, y que incluso lleva escrito en su espalda, en la chamarra, el joven Ulrich: «No hay futuro». Me resultó sobremanera llamativo, y en tal sentido lo tomo prestado, sabiendo que no estoy de acuerdo con esto. Entre las muchas razones de mi negativa a aceptarlo, está precisamente que vivo, trabajo y reflexiono en Venezuela, un país urgido de un mensaje de esperanza apocalíptico, que contenga y desarrolle la convicción de que sí hay futuro, que el inmediatismo no puede tragarnos ni tiene la última palabra en nuestro cotidiano. Para lo que no hay futuro es para los mensajes «pseudo apocalípticos», no anclados en la visión esperanzadora del libro bíblico.
El Apocalipsis como género literario
El libro del Apocalipsis es el último de la Sagrada Escritura. Su autoría se le atribuye a san Juan Evangelista —así se identifica el autor al inicio del libro—, aunque los expertos no terminan de ponerse de acuerdo a este propósito, así como tampoco hay consenso sobre el año de su redacción, que podría estar entre el 70 y el 90 d. C.
El Apocalipsis tiene veintidós capítulos. El título le viene de la palabra griega con que se abre: «revelación». El Apocalipsis es la «revelación» de Dios a través de la historia y la persona de Jesús de Nazaret. El libro se cierra con la palabra aramea «maranathá». Es decir, «el Señor [Jesús] viene». Estas palabras al inicio y al final, nos dan la pauta hermenéutica para una correcta lectura y debida interpretación del Apocalipsis.
El Apocalipsis no es el anuncio del fin del mundo, ni la hecatombe de la creación tal como la conocemos, ni el Armagedón de las fuerzas del Bien en permanente antagonismo con las del mal. El Apocalipsis no es el inicio de un nuevo eón que dará paso a uno sucesivo, cual eterno retorno.
Este libro bíblico fue escrito «apocalípticamente». Existe un género literario que, en el caso que acá nos ocupa, hunde sus raíces en el Antiguo Testamento, o primera parte de la Biblia. Entre las muchas notas que posee, el género apocalíptico se caracteriza por trasmitir un mensaje mediante símbolos en ocasiones arcanos, en ocasiones terroríficos. Generalmente, quien echa mano de este modo de escribir es un vidente, que tiene la facultad de ver eventos futuros, definitivos y definitorios. Este recurso escriturístico tiene la finalidad de alertar a las personas sobre el futuro inminente, usualmente catastrofista, si no se toman las medidas necesarias y a tiempo.
Juan, pues, hace uso del género literario apocalíptico para indicarnos, no el desenlace fatal de nuestro mundo, y con él, el de nuestra historia. El autor pretende, por muy paradójico que pueda parecernos, lanzar a los cuatro vientos un mensaje de esperanza. Si esto es correcto —y lo es—, ¿Por qué nos movemos y creemos en otros contenidos, distintos de la esperanza?
Personalmente, considero que nuestro imaginario religioso se ha nutrido más de lo que Hollywood y la literatura milenarista nos han ofrecido, que de una lectura acuciosa, sistemática y razonada, debidamente apoyada en las ciencias y el progreso de la inteligencia humana. Ello es así: se lee literalmente el libro, se lo lee parcialmente y su contenido se lo traduce acríticamente. El resultado instantáneo del uso inapropiado del contenido del Apocalipsis es la inmadurez humano-religiosa y el fundamentalismo.
Ahora bien, si el mensaje que se quiso anunciar en el libro, al valerse del género apocalíptico, consigue el efecto contrario, ¿Juan no pudo valerse de otro género, de manera que el perno que es la esperanza quedara explicitado en todo momento? Es lógico inferir que para sus contemporáneos el mensaje fue cristalino; no así para nosotros, quienes debemos aproximarnos asintóticamente a la lectura.
Es importante señalar que no existe una única interpretación del mensaje del Apocalipsis. Sin embargo, toda interpretación «madura» no puede obviar el auxilio que nos viene de otras ciencias, así como tampoco podemos olvidar la datación del escrito, el idioma-cultura en que fue redactado, y el contexto en que fue elaborado. Si las fechas aproximadas son valederas, estamos diciendo que el templo de Jerusalén fue destruido, que Nerón dio inicio a una encarnizada persecución de los cristianos, lo que obligó a estos últimos a refugiarse en catacumbas, pues profesaban una religión proscrita, que Domiciano continuó la política de exterminio empezada con Nerón, dando pie a la Iglesia martirizada. Estos son los destinatarios del Apocalipsis, la Iglesia mártir: los cristianos abonaron con su sangre el suelo del Imperio romano. La «bestia» del Apocalipsis no es entonces el Demonio o el Anticristo, sino Roma y su sistemática maquinaria aniquiladora de los cristianos.
Se entiende ahora que el mensaje va dirigido a hombres y mujeres que, por el solo hecho de creer en Jesús, que pretenden vivir según el estilo que el Señor les dejara por legado, son cruelmente asesinados. Es menester un mensaje que mantenga la moral alta, que consolide en la opción tomada, que sirva de motivación para no decaer ante las desavenencias del momento. Es necesario un mensaje de esperanza. Y el Apocalipsis encierra este mensaje, no otro. El Cordero degollado es Jesucristo, cuya entrega fiel que lo llevó hasta la muerte violenta, nos redimió y salva.
Una primera conclusión. La serie trasmitida por Netflix se inscribe más en la línea hollywoodiana y milenarista, que en la bíblica. Y está bien que sea así, porque se trata de una serie de ficción, para entretener. Toda la verdad sea dicha: el esfuerzo de algunos personajes de Dark apunta a cambiar el futuro, evitar el apocalipsis destructor, incidiendo conscientemente en el pasado, pues pueden viajar a través del tiempo —en tres tiempos— con la intención de cambiarlo, erradicando las malas decisiones. Pero no seamos ingenuos. Desde el momento en que lo apocalíptico tiene que ver con de la desaparición del género humano y del planeta Tierra, tal y como nos lo presenta la serie, Dark no hace sino nutrir aún más la inmadurez humano-religiosa y el fundamentalismo, como dije anteriormente.
El Apocalipsis: eventos futuros que ya ocurrieron
Al tratar la cuestión del tiempo, Dark se vale de diferentes ópticas, dejando de lado —lógicamente— la interpretación bíblica adecuada sobre el tiempo.
La serie entremezcla diferentes concepciones del tiempo. Esta sobreposición de puntos de vista crea no pocos obstáculos en los seguidores de la serie, pues es bien sencillo perderse en la trama. Es así como vemos desplegarse un sinfín de argumentos despachados por «científicos».
Se cita a Einstein y Rosen, se muestra el libro de Nussbaum (1984) «El fin de nuestro futuro», se habla de agujeros negros y blancos, de bucles y curvatura del espacio y del tiempo, y de máquinas que poseen la facultad de transportarnos del presente al pasado y al futuro, y viceversa.
Vemos asimismo el desarrollo de concepciones «mitológicas» nórdicas y grecorromanas. El nombre de Ariadna aparece en un póster, advirtiéndonos —cosa que veremos sucesivamente— que nos encontraremos con el «hilo de Ariadna», que guiará por ejemplo a Jonas y Ulrich, no ya por el laberinto de Minos, sino por las cavernas donde reposa la planta nuclear.
Aparece, igualmente, el símbolo de la serpiente que se come su propia cola, o uróboro. Ahora bien, el símbolo más recurrente es la triqueta, o «nudo de la Trinidad», que entrelaza indefectiblemente, no a las Tres Divinas Personas, sino a los años 1953, 1986 y 2019.
A estos argumentos científicos y mitológicos hay que sumarle la concepción «religioso-cristiana». El tiempo se asume desde el Alfa y Omega, principio y fin; es creación divina. Es el campo de batalla donde se libra la eterna y crucial entre el Bien y el Mal. Es el vehículo donde transitan los protagonistas, pretendiendo remediar los entuertos y malas opciones tomadas en el pasado, adelantando (Noah) o difiriendo (Jonas) el diluvio que aniquilará esta época, dando paso a un nuevo eón.
Por último, existe la concepción «cronológica» del tiempo: hay relojes que marcan la hora, fechas con días y años, pasado, presente y futuro. Todas estas categorías tienen una pre-historia, aunque hoy día nadie se detiene a reflexionar en ésta. Es decir, nos valemos de estas categorías «temporales» gracias a una convención, a un consenso, a que hemos llegado los seres humanos en la periodización y distribución del «tiempo».
Quienes somos de cultura occidental, nos regulamos por el calendario gregoriano, siendo conscientes de que existen otras maneras de periodización y distribución, como son los calendarios chino y maya, por ejemplo. Dark introduce otra periodización de reminiscencia arcano-religiosa, con el ciclo lunisolar o treinta y tres años que se repite constantemente.
La concepción judía del tiempo difiere un poco de lo apenas dicho. Para la cultura a que pertenecen Jesucristo y Juan, el tiempo es lineal y positivo. Es decir, es sucesivo y progresivo. Es una visión positiva del tiempo: avanzamos siempre. No retrocedemos ni nos adelantamos, y mucho menos es un eterno retorno.
La mirada se tiene puesta en el presente, y se otea el futuro. Cuando se vuelve la mirada al pasado, es similar a como cuando utilizamos el retrovisor de nuestro carro. El pasado no es para anclarse en él, o para reparar taras y falencias, sino para recrear la memoria, o sea, recordar las acciones de Dios en favor de los hombres, acciones que los han llevado al momento presente.
La memoria es de orden celebrativa, nunca nostálgica. Por otro lado, en el caso específico del Nuevo Testamento, que fue escrito en griego, la concepción del tiempo tiene dos acepciones, Kronos y Kairós: la primera, es la «cronológica», en los mismos términos señalados en el párrafo anterior. A este punto, sin embargo, es necesario aclarar que el Nuevo Testamento fue escrito desde la fe en Jesús, para suscitar más fe en Él; los escritos neotestamentarios no son pues una cronología de la vida y hechos de Jesucristo.
La segunda acepción es difícil de traducir al español; por ello, me valdré de un ejemplo para definirla: una cosa es que yo tenga la edad y competencias para afrontar unos estudios universitarios, y otra muy distinta es que tomé la decisión de iniciar tales estudios. El Kairós es el «ahora sí», porque el tiempo es propicio, porque están dadas las condiciones, incluido el tiempo cronológico.
El tiempo en el Apocalipsis no tiene que ver con que este año se acabe el mundo, conclusión a la que llegamos al dirigir nuestra mirada a la historia notando cómo las señales descritas en el libro se están haciendo realidad. El tiempo del Apocalipsis es Kairós. Es decir, «llegó» el tiempo de que Jesucristo se manifieste, es el momento indicado de que nos revele a Dios Padre y Madre nuestro. Es el tiempo de Dios, de su manifestación gloriosa simbolizada en la «Nueva Jerusalén».
El tiempo en el Apocalipsis tiene la función de generar y consolidar la esperanza para todos aquellos que creen; para los que no creen, el tiempo «por venir» es un argumento de credibilidad del mensaje cristiano propuesto hoy día, «aquí y ahora» (en latín se dice «hic et nunc»; la frase es recurrente en Dark).
La «Nueva Ciudad Santa», la futura, le habla a «nuestras destartaladas ciudades», las del presente, para decirles que su momento presente no es definitivo ni definitorio, sino que el puerto de llegada es Ella, la «Nueva Jerusalén». Desde el momento en que «adelantamos» el futuro con nuestra predicación, este futuro en nuestro presente, es pasado. Este argumento está magnífica y preciosamente profundizado en Dark. O sea, el futuro para que pueda ser tal futuro, ha de apoyarse en su pasado para poder hacer acto de presencia en nuestro presente.
¿Cuál es esta predicación futura que, a pesar de hacerse pasado respecto a sí misma, le habla contundentemente a nuestro presente? El mensaje es sencillo y profundo: el Bien siempre vence al mal, por mucho que el mal en nuestro presente nos avasalle y triture. Y el tiempo apocalíptico viene a decirnos que «el juego aún no termina», sino que tenemos la real posibilidad de «revertir el resultado». Esto es así, porque hemos visto —contemplando la Nueva Jerusalén— nuestra victoria sobre el mal que nos aqueja y mata.
A diferencia del mensaje «no hay futuro» que Ulrich lleva en la espalda, que Doppler intenta borrar del pavimento al ingreso de la planta nuclear, el Apocalipsis afirma que sí hay futuro, y éste es acicate para nuestro presente. El Apocalipsis no es entonces el final de todo, sino la novedad de esta historia.
Una segunda conclusión. ¿Cuándo se introdujo la realidad del tiempo en nuestras vidas? No lo sabemos con exactitud. Sin embargo, la pregunta tiene un tenor similar a la que hace Tannahaus adulto a Jonas del futuro, en la primera temporada, octavo episodio: «¿Por qué te fascina tanto el tiempo?». Jonas responderá: «Quiero entender si puedo cambiarlo. Si todo tiene un propósito, y eso es así, ¿quién decide ese propósito? ¿Coincidencias? ¿Dios? ¿Somos nosotros mismos? ¿Somos libres en lo que hacemos? ¿O todo se crea de nuevo en un ciclo eternamente recurrente? ¿Seguimos las leyes de la naturaleza como esclavos del tiempo y del espacio?».
El planteamiento puesto sobre la mesa es netamente teleológico. Es decir, temporalmente nos encaminamos a una meta. Este télos, sin embargo, se inscribe en la inacabada discusión entre determinismo y libre albedrío de la persona que, por motivos de espacio, no puedo desarrollar aquí.
Dark, al colocar en la palestra diferentes definiciones del tiempo, no hace sino promover un «pastelito mental» a este propósito. Por otra parte, «despacha» de un brochazo el punto de vista religioso, cuando Noah al preguntarle a Mikkel sobre la creación del mundo, éste responde: «mi papá me dijo que la religión es el opio del pueblo». Una vez más, nos hallamos ante el auspicio de la inmadurez humano-religiosa y del fundamentalismo.
El Apocalipsis como lo más novedoso de la historia
He venido insistiendo en que el mensaje apocalíptico futuro nos sale al encuentro como la novedad de nuestra historia presente.
Que el Apocalipsis sea —física y concretamente hablando— el último libro de la Biblia, no quiere decir que sea el final de la Escritura ni de la historia tal como la conocemos, vivimos, padecemos y celebramos. La cuestión no puede plantearse con el binomio «comienzo-fin», sino con el «principio de novedad». Lo expresado simbólicamente en el Apocalipsis representa una novedad para el tiempo presente, como lo señalé antes: el Bien siempre vence al mal. Esto es radicalmente novedoso.
¿Cómo es posible que aquello que está al final represente la novedad en la actualidad? La mejor forma de entender este planteamiento es echando mano del griego (no olvidemos que el griego es el idioma-cultura con que fue escrito el Nuevo Testamento). «Último», en griego se dice «escathón», y escathón es asimismo sinónimo de «novedad».
Lo último es, entonces, lo nuevo. La manera de comprender esto, que pudiera parecer en un primer momento una paradoja, lo tomamos del mundo de la informática: cuando nos referimos a la laptop «más nueva», solemos decir «lo último en tecnología». El mensaje apocalíptico no es lo último de la historia, sino su novedad. Podríamos llegar a conceder que se trate del último capítulo de nuestra vida, pero ciertamente no del final de nuestra historia.
La novedad histórica es la persona de Jesús de Nazaret, «el primero y el último, el Alfa y el Omega». Con esta solemne frase se quiere significar que en la vida y acciones de Jesucristo se da el resumen de toda la historia: si alguno de nosotros pretende ser un verdadero Ser Humano, no tiene sino que contemplarlo a Él. Es el Señor quien nos enseña a ser hombres y mujeres, y no al revés.
Una tercera y última conclusión. He insistido previamente en la inmadurez humano-religiosa y el fundamentalismo, resultado de una lectura literal, inapropiada, parcial, del Apocalipsis. Se es inmaduro cuando se vive presa del miedo; en nuestro caso, vivimos cobijados por el temor de que el mundo se va a acabar.
En el Nuevo Testamento, lo contrario al miedo es la fe, y ésta se apoya en la confianza. Confianza en nosotros mismos, en la Humanidad y en Dios. Se es fundamentalista cuando esta fe se disocia de la cultura (en Dark se sigue insistiendo en que la religión se opone a la teoría de la evolución; cosa que no es cierto), y se condena e incluso asesina a quien no profese el propio credo.
Se es fundamentalista cuando, de entrada, uno es una persona inclusiva, abierta, pero no con el cristianismo-catolicismo. Se es capaz de aceptar la bifurcación de la línea del tiempo cuando «navegamos» por ella, o el modo de vestir y hablar, la orientación e identidad sexual, pero no admitimos ni damos espacio al cristianismo-catolicismo. Noah representa esta tendencia: una figura misteriosa, sibilina, manipulador, asesino, maquiavélico. Todo aquel que haya visto Dark, y nos mire portando el mismo traje clerical que lleva Noah, le resultará fácil hacer la asociación.
No puedo menos que reiterar todo lo dicho a propósito del Apocalipsis. Hoy día, la Humanidad —y, específicamente Venezuela— está urgida de un mensaje apocalíptico. Hemos de abordar nuestro presente con un mensaje de futuro.
El Colegio donde soy Rector desde 2017 tiene un mensaje, leitmotiv de nuestro co-fundador, el Padre José Gumilla, quien trajo el café a Venezuela: «lo sembré y creció». Nadie siembra una semilla sin esperar que sea semilla para siempre; la sembramos porque vislumbramos el árbol que será y los frutos que dará.
Esta visión de futuro es nuestro motor presente. Este futuro para ser activo y actuante en nuestro presente, tiene que hacerse pasado, tiene que sostenerse en el pasado en términos de memoria, de recuerdo celebrativo de la acción de Dios en esta historia.