Por Félix Arellano
La cumbre organizada por la monarquía de Arabia Saudita para explorar opciones de paz ante la invasión de Ucrania, efectuada en la ciudad de Yeda (Yidda), los días 5 y 6 del presente mes, confirma el complejo giro en la política exterior del reino, caracterizado por una progresiva vinculación al bloque iliberal que promueven China y Rusia; tratando de fortalecer su posición como potencia regional, pero sin romper abruptamente con sus socios tradicionales, particularmente, con los Estados Unidos, relaciones que se han debilitado en los últimos años.
La cumbre constituye un paso interesante, en la línea correcta, pero limitado, particularmente por la ausencia de Rusia, que ha reaccionado agresivamente con un intenso ataque de misiles sobre el territorio ucraniano. Adicionalmente, Dimitri Medvédev, expresidente ruso, ha afirmado: “Rusia no necesita negociar la paz. Ucrania debe arrodillarse y suplicar clemencia” (06/08/2023).
Entre los aspectos positivos de la cumbre destaca el número de países participantes, que se calcula en 40, incluyendo la presencia de gobiernos aliados a Rusia o supuestamente neutrales, como China, Sudáfrica, India y Brasil, que conforman el grupo de los BRICS. Países que asistieron básicamente en deferencia al gobierno anfitrión y actuaron como muro de contención, controlando las propuestas de Volodormir Zelenski, presidente de Ucrania, quien asistió personalmente a la cumbre.
En Arabia Saudita, el príncipe heredero oficial Mohammed bin Salmán, quien controla el poder desde el 2017, está desarrollando una política exterior compleja y contradictoria. En los primeros años en el poder, embarcó al reino en la guerra en Yemen, inició un enfrentamiento contra Catar por el liderazgo regional y exacerbó las históricas diferencias con Irán. Decisiones que incrementaron la conflictividad en la región.
Si bien en algunos de esos escenarios contó con el apoyo de Occidente, la llegada de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos no generó buenas perspectivas. Cabe destacar que, en la campaña presidencial, Biden llegó a calificar al reino saudí como “un paria” (2020) por la sistemática violación de los derechos humanos.
Situación que se agravó con el asesinato de Jamal Khashoggi, periodista saudí y columnista de The Washington Post, en el consulado de Arabia en Estambul (02/10/2018), pues existen serios indicios de la vinculación del príncipe heredero con el caso, lo que ha afectado sensiblemente su imagen en Occidente.
Las diferencias con los valores liberales de Occidente, en particular con la institucionalidad democrática y los derechos humanos; las discrepancias con el gobierno demócrata en los Estados Unidos y el tradicional enfrentamiento con Israel, en el marco del largo conflicto árabe-israelí; se han sumado para vincular al ambicioso e impredecible príncipe con los gobiernos autoritarios e iliberales, en particular con China, que es un importador neto de petróleo y, desde la presidencia de Xi Jinping, está desarrollando una hábil estrategia de expansión a escala global.
China y Rusia, han tratado de calmar sus diferencias, que son bastantes, para conformar un bloque revisionista del orden internacional liberal y, en particular, enfrentar el liderazgo de los Estados Unidos. Una línea de acción atractiva para el príncipe, pero compleja para su país, particularmente en términos de seguridad militar, por los estrechos lazos existentes con Occidente.
La vinculación con China ha sido gradual e intensa, y la mediación para lograr el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán representa un punto de inflexión. El enfrentamiento entre ambos países ha sido complejo y profundo, con raíces religiosas, toda vez que Arabia Saudita constituye el epicentro del sunismo e Irán del chiismo; dos visiones que se enfrentan dentro del islam.
A las diferencias religiosas se suman las ambiciones geopolíticas por el liderazgo en el Medio Oriente. Pero también existen factores que los vinculan, como el manejo del tema petrolero en el marco de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o el conflicto con Israel, en defensa del movimiento palestino.
Con la mediación china los dos países firmaron el acuerdo de restablecimiento de las relaciones en marzo del presente año. Luego, Irán abrió su embajada en Arabia y un consulado en Yeda en junio; posteriormente, Arabia Saudita abrió su embajada en Teherán y un consulado en la sagrada ciudad de Mashad en el mes de agosto. En tal contexto, Hoseim Amir, ministro de Relaciones Exteriores de Irán, ha realizado recientemente una visita oficial a Riad (17/08/2023). Este impresionante giro ya empieza a genera efectos, con el inicio de negociaciones de paz en Yemen.
Además del restablecimiento de relaciones con Irán, otras acciones vinculan al Reino de Arabia Saudita con el bloque iliberal, como es el caso de su participación como observador en el Grupo de Cooperación de Changai, bloque conformado en el 2001, e integrado en su mayoría por gobiernos iliberales y autoritarios.
En el giro rupturista frente a Occidente del príncipe heredero oficial, cabe destacar la reticencia en el reconocimiento del Estado de Israel, proyecto que ha promovido el Gobierno de los Estados Unidos, tratando de sumar el reino de Arabia en el marco de los Acuerdos de Abraham, suscritos por los Emiratos Árabes Unidos (agosto 2020) y Bahréin y Marruecos (septiembre 2022), reconociendo el Estado de Israel e iniciando relaciones diplomáticas.
En el análisis de escenarios se podría considerar que Arabia Saudita estrecha relaciones con países críticos de los Estados Unidos, como mecanismo de presión para lograr mejores condiciones y un apoyo más sólido en materia de seguridad e inteligencia. En relación con los acuerdos de Abraham, formalmente Riad argumenta que se debe llegar a una solución en el conflicto entre Israel y los palestinos, para poder avanzar; empero, tales acuerdos han evidenciado que varios gobiernos árabes conservadores temen más a Irán que a Israel.
Por otra parte, con la cumbre de Yeda el príncipe heredero oficial busca, entre otros, mejorar las relaciones con Occidente, fortalecer su imagen y liderazgo internacional. Adicionalmente, constituye un paso positivo que se inscribe en el proceso exploratorio para la construcción de la paz en Ucrania, que inició en Dinamarca el pasado mes de junio.
En estos momentos se presentan como esfuerzos incipientes para algunos simples juegos geopolíticos; sin embargo, pueden contribuir a definir condiciones para futuras y necesarias negociaciones de paz.
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Este artículo fue publicado originalmente en TalCual Digital.