Por Alfredo Infante, s.j.
Entramos en Cuaresma, tiempo litúrgico que nos recuerda que toda nuestra existencia es un camino de conversión; que los seres humanos “no somos”, “vamos siendo”; que nuestra vida está tejida de decisiones que nos humanizan o deshumanizan; que lo que fuimos, somos y seremos tiene que ver, en gran medida, con el ejercicio responsable de nuestra libertad, y que esta libertad es un don, en cuanto nacemos llenos de posibilidades para que ocurra y se exprese existencialmente en cada uno de nosotros, y que, al mismo tiempo, es una tarea, porque la libertad es una permanente conquista personal, social y política, históricamente situada. La libertad es, pues, un arduo camino de liberaciones constantes, inacabadas.
Para los cristianos, el paradigma del ser humano plenamente libre es Jesús de Nazaret quien, fundado en el amor al Padre, ungido y conducido por el Espíritu fraternal, se hace hermano, solidario de la humanidad y de la creación; y este modo responsable de asumir su existencia le lleva a serias contradicciones y conflictos con los poderes del mundo, a tal punto que, siendo él un judío de las periferias, su vida y su palabra se hacen incómodas para quienes se creían los dueños de la vida y de la historia.
Cuaresma, pues, nos llama a la conversión, a tomar conciencia de que nuestra vida está tejida de decisiones, que nuestras decisiones nos liberan, nos conducen a la libertad o nos atan, reducen y esclavizan; que Dios nos ama y nos quiere libres, pero para serlo debemos trascender los miedos, superarlos; que todos sentimos miedo, que el mismo Jesús lo experimentó y sintió la tentación de dejarse arrastrar por él, pero lo superó desde la fe y se entregó, movido por el amor fraterno a la humanidad y la confianza en su Padre-Dios.
Fuente:
- Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco N° 175, 17 al 23 de febrero de 2023.