Por F. Javier Duplá s.j.
Los jesuitas llegaron a Venezuela en 1916, un siglo después de la restauración de la Compañía por Pío VII en 1814. Llegaron pocos y sin hacer ruido, como les recomendó Juan Vicente Gómez. Se encargaron del Seminario de Caracas y en pocos años tomaron a su cargo el templo de San Francisco (1922), fundaron el colegio San Ignacio (1923), y el internado San José de Mérida en 1927. Pero no vamos a hacer una historia de los jesuitas en Venezuela, que ya está impresa en el buen trabajo del P. Joseba Lazcano “Sembrando esperanza. 100 años de los jesuitas en Venezuela”.
Ahora quiero hacer una síntesis de cuántos dieron su vida en estas tierras y murieron aquí. Hasta el año 2016 hay catalogados 231 jesuitas difuntos, que se pueden agrupar en cuatro épocas: 1) La primera llega hasta 1960, en la que murieron los jesuitas fundadores y otros que fueron llegando y fundando obras, en total 36 difuntos; el promedio de edad de los fallecidos es de 69,47 años; 2) La segunda época abarca desde 1961 hasta 1980, que comprende 53 jesuitas fallecidos con un promedio de edad muy semejante de 69,6 años; 3) En la tercera época (1981-2000) se eleva mucho el promedio de edad de los fallecidos, pues fueron 75 y su promedio de edad fue de 77,24; 4) Y aún se eleva más en esta época del siglo XXI, en la que se numeran 65 jesuitas fallecidos con un promedio de edad de 82,69 años. Es una subida muy grande, que tiende a estabilizarse. De los jesuitas difuntos hasta ahora 16 vivieron 90 o más años, con el récord del Hno. José Luis Alberdi, que cumplió 100 años en 2010. A 80 o más años llegaron 70 y llegaron o pasaron de 70 otros 77, lo cual da un total de 163, el 70,56 % del total. Es legítimo preguntarse por qué viven una vida tan larga la mayor parte de los jesuitas y la respuesta es múltiple. Podríamos resumirlos en los siguientes epígrafes: vida ordenada, espiritualidad, satisfacción por el trabajo.
La vida ordenada significa ejercicios piadosos diarios, comida nutritiva, horas de sueño regulares, cuidados médicos preventivos y curativos asegurados. Mucha gente joven lleva una vida desordenada, sobre todo los fines de semana, trastornados por la falta de sueño y la toma de licor. La espiritualidad da sentido a la vida, especialmente la fe, la esperanza y las buenas obras. La oración y la lectura de obras piadosas refuerzan la satisfacción de sentirse donde Dios les llama.
La satisfacción por el trabajo es también de suma importancia, sentirse útiles y productivos. Los jesuitas han amado a Venezuela y eso se aprecia en su trabajo apostólico, que para algunos fue humilde y de apoyo; por ejemplo, la enseñanza a niños, o la cocina, la carpintería, la enfermería o la sacristía, y también en las porterías de colegios y residencias. Este es el trabajo que hicieron sobre todo los Hermanos Coadjutores.
Otros jesuitas fueron de gran apostolado espiritual, formadores de otros jesuitas y de religiosas y sacerdotes, directores de Ejercicios Espirituales, que orientaron a muchos a conocer y amar al Señor y a crecer en el Espíritu. Hubo jesuitas fundadores de instituciones educativas como AVEC, Fe y Alegría y Aprofep, o de revistas como SIC. Los hubo emprendedores, constructores de colegios y residencias. Hombres que han ayudado a formar el clero diocesano, hombres que tanto bien hicieron con sus escritos religiosos, o con sus escritos para la educación y análisis de la realidad social y política. Algunos fueron párrocos y operarios, jesuitas que dieron su vida a los colegios, comunicadores, luchadores sociales.
Pero la vida de estos jesuitas no se reduce simplemente a lo que hicieron. Les alimentaba y daba sentido a sus vidas el trato con Dios, la austeridad de vida, la ilusión de hacer el bien, su apertura a la realidad cambiante y su seguimiento de las orientaciones de la Compañía y de la Iglesia. Los primeros tiempos fueron muy duros: pobreza extrema de las casas y de las obras, dificultades de traslado, carencia de medios. A medida que Venezuela se desarrolla, sobre todo a partir de los años 50, la Compañía cuenta con más medios y posibilidades y su radio de acción se amplía enormemente. A partir de 1939 vienen novicios de España y su número se incrementa mucho en las tres décadas que siguen. Comienzan las grandes construcciones de los colegios, del noviciado, de la universidad. Los viajes se multiplican, para reuniones, para cumplir compromisos apostólicos, o para visitar a la familia. El número máximo de jesuitas en Venezuela se alcanza en la década de los 60, cuando los catálogos numeran más de 300. Luego comienza una lenta disminución hasta ahora y el relevo definitivo de los jesuitas nacidos en España por los nativos de Venezuela.
Se puede decir que la Compañía de Jesús ha ayudado a la transformación de la sociedad venezolana desde muchos puntos de vista: religioso, educativo, cultural, social y también político. Los momentos que vivimos ahora necesitan una visión muy certera y un impulso muy grande, con gran confianza en la presencia de Dios. Que los años que puedan vivir los actuales jesuitas les permitan ver un mundo nuevo, un país nuevo, una sociedad reconciliada.