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Cuando tuve hambre

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“Cuando tuve hambre”, este pasaje del Evangelio de Mateo es acaso el mensaje más concreto con el cual Jesús nos increpa como cristianos de todos los tiempos. Podemos decidir actuar o dejar de actuar, podemos ocuparnos de los demás o dejarles a su suerte. Podemos ver y reconocer a Cristo en cada persona que se cruce en nuestras vidas o, en cambio, desconocerle e ignorarle. Podemos incluso solo preocuparnos y conmovernos sin hacer nada más, sin solucionar nada, o podemos, en cambio, actuar sin aspavientos. Cada quien decide.

Sin embargo, lo cierto –lo verdaderamente cierto– es que, indistintamente de la elección, la decisión tomada nos traerá inexorablemente consecuencias, definitivas en lo personal y en lo trascendente, pero también en lo social.

Ocuparnos los unos de los otros nos garantiza la salvación en términos de eternidad y al mismo tiempo nos ofrece la única fórmula salvadora en términos temporales: que a todos nos vaya bien.

¡Cuánto nos cuesta entender esto!

El llamado del papa Francisco a que seamos una Iglesia en salida atiende precisamente a ello: debemos ocuparnos todos, los unos de los otros. Y así lo ha asumido la Iglesia venezolana.

Resulta inspirador el trabajo que desde Cáritas se ha venido realizando por la gente, procurando soluciones reales, oportunas y efectivas para paliar las penurias de los más afectados por la emergencia humanitaria compleja que atraviesa Venezuela. Asimismo, nos resulta significativa la labor de acompañamiento que desde el Servicio Jesuita de Refugiados se realiza en las fronteras, atendiendo a nuestros hermanos venezolanos que se ven forzados a dejar sus hogares y su tierra en pos de oportunidades que no encuentran aquí.

También destacamos la actuación creativa, sensible, directa y casi siempre anónima de tantos párrocos que, con escasos recursos, se ocupan de atender a los fieles de sus parroquias, identificando las necesidades de su gente; compilando alimentos, ropa y medicinas; organizando iniciativas de reparto y atención especial para los más necesitados, entre otras tantas que podríamos mencionar.

La Iglesia venezolana se ha visto en la imperiosa obligación de convertirse en actora y gestora de soluciones, desde las bases hasta la alta jerarquía. Todos haciendo lo que les corresponde. Es así como la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) alza nuevamente su voz pastoral pronunciándose y condenando con vehemencia los sucesos violentos de la Cota 905, pero también fijando posición y llamando a la sindéresis nacional ante la apremiante crisis que nos atañe.

La conexión de la Iglesia es total con la situación del país y esto se evidencia en los estudios de opinión que destacan con preeminencia la percepción positiva que de ella tiene la población como la principal institución de Venezuela.

Pero ¡atención! Iglesia somos todos, no solo “la institución”.

Por ello, el llamado que se nos hace a salir al encuentro del otro, de los otros, no es únicamente asunto de curas, monjas y laicos comprometidos. No. Nos compete a todos.

La espectacular escultura de Timothy Schmalz, titulada When I Was Hungry And Thirsty (Cuando tenía hambre y sed), que hemos colocado en la foto portada nos lo explica gráficamente: Jesús extiende su mano herida y solicitante a todos, nos increpa a todos y al mismo tiempo nos da la oportunidad a todos de ser parte de la solución. El que tiene hambre y la que da de comer; la que pide ayuda y el que da asistencia; los que están solos y los que salen al encuentro…

Una Iglesia en salida es a la vez una Iglesia en llegada; una Iglesia que llega a todos. Una Iglesia que somos todos, no solo preocupada, sino ocupada en favor de todos.

¡Salgamos con ánimo! Pero eso sí, lleguemos sin excusas.

Toca seguir caminando, a mayor gloria de Dios.

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