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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Cuando pienso en Caracas

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Por Carlos Torrealba Rangel*

En su arquitectura, en su urbanismo, en su economía, en sus servicios públicos, me viene a la mente lo que decía un urbanista francés: “el peor sabotaje que se le puede hacer a una ciudad es la falta de inversión en infraestructura y en mantenimiento”. Lamentablemente, eso ha ocurrido y sigue ocurriendo con Caracas.

Hasta fines de los años 70, Caracas ocupaba un puesto privilegiado a nivel de la región latinoamericana en materia de disponibilidad de infraestructura física moderna; incluso no se encontraba muy alejada de la situación de las ciudades del Este de Asia. Cuarenta años después, la realidad es muy distinta. Caracas ha perdido sus ventajas competitivas frente a América Latina, donde ha sido superada por algunas de las principales ciudades de México, Argentina, Brasil, Colombia y Chile, y se sitúa en estos momentos muy por debajo de los niveles que ostentan también las ciudades asiáticas.

Es más, con las crisis económicas que han ocurrido en el país a partir de los años 80 hasta el presente, lo primero que se ha cortado en las ciudades venezolanas, y en particular en Caracas, es la inversión pública. A consecuencia de ello, disminuyó significativamente la construcción de infraestructuras, a niveles tales que hoy en día prácticamente ha desaparecido, como son los casos de la inversión en los servicios públicos por redes: agua potable, saneamiento, electricidad, telecomunicaciones y gas; en vialidad y sistemas de transporte público masivo basado en el metro y en autobuses; en edificios públicos asociados a la prestación de los servicios de educación, salud, deporte y recreación; en obras igualmente asociadas a la conservación y administración del ambiente y los recursos naturales renovables: uso y disposición de desechos sólidos, manejo de los recursos hídricos, parques y jardines de uso público, y todos aquellos requeridos para garantizar la vida social y ciudadana, entre otros.

No es de extrañar entonces que con la caída de la inversión en infraestructura, se haya perdido la capacidad de mantenimiento y conservación de los activos urbanos, públicos y privados, con lo cual la ciudad inevitablemente se deteriora, provocando también una pérdida del cariño hacia la misma.

Por ello, una de las primeras políticas que debe aplicarse, con la mirada puesta en el futuro, es aprender a querer a la ciudad, pero entendiendo correctamente lo que dice un refrán popular: “¡amor con hambre no dura!”… por lo que el afecto no durará en el tiempo si no es acompañado paralelamente con un incremento sustancial y sostenido de la inversión en infraestructura urbana, de manera que se puedan crear oportunidades para el desarrollo urbanístico, económico y social de la ciudad.

Decía la arquitecta y urbanista Marta Vallmitjana (1934-2020) que “Caracas es la ciudad con más ruinas modernas, con obras que no se terminan o que se deterioran tempranamente”.

Esa realidad debe cambiar, para que la capital de Venezuela vuelva a ser una ciudad para vivir bien, hacer empresa y forjar familia, reconocida nacional e internacionalmente por su excelente calidad de vida.


*Economista. Secretario Ejecutivo de la Fundación Plan Estratégico de Caracas (1995-2002) | @carlostorrealbarangel.

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