Jesús María Aguirre
He escuchado muchas frases elogiosas de Ignacio Castillo s.j., en sermones, obituarios, comentarios de amigos fieles u ocasionales, reacciones y cumplidos de velorio y otro sí de actos protocolares, por eso me ahorro el panegírico post-mortem. Solamente quiero rescatar tres aspectos que no se resaltan en el anecdotario pintoresco de su vida y que marcaron su vida intelectual y pasional.
Ignacio amó profunda y dolorosamente a la Iglesia venezolana desde una mirada un tanto insólita para el común de los teólogos y sociólogos de la religión, la del observador empático de la religiosidad popular y de sus expresiones estéticas, vinculadas al mundo afrovenezolano (Choroní, Bobures), indígena (Cacurí) y a sus hibridaciones criollas.
Desde que participó en el Centro Gumilla, recién ordenado, contribuyó a describir, analizar e interpretar los signos de nuestra iglesia en una colaboración interdisciplinar, uno de cuyos frutos fue la publicación “Análisis sociopolítico de la Iglesia Latinoamericana” del Curso Latinoamericano de cristianismo: Caracas: 1981.
Pero ya cinco años antes en 1976 con su inteligencia perspicaz sobre el momento eclesial esbozaba las tendencias innovadoras marcadas por la teología de la liberación y publicaba un ensayo, que sigue teniendo aún vigencia y hasta puede servir de evaluador del momento presente a partir de las expectativas planteadas. No se le escapaba el talante secularizador de la sociedad moderna, pero captaba las corrientes profundas de una cultura y religiosidad latinoamericanas que reconfiguraban la cultura dominante y jerárquica con nuevas expresiones rituales y plásticas.
(El futuro de nuestra iglesia / Ignacio Castillo.– 350-353.)
Ver en: Sic. — Caracas: Centro Gumilla. — 39, 388 (Sep-Oct. 1976)
http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1976388_350-353.pdf
En su investigación de postgrado en antropología bajo la guía de Gilberto Giménez analiza estos procesos de resemantización de la religiosidad popular en una población mexicana, que bajo una aparente alienación –opio del pueblo– sustenta hervores utópicos y subversivos. (San Pueblo: alineación y utopía. Ciudad de México: Centro de Reflexión Teológica, 1979.
A partir de estas búsquedas empíricas revisa la visión reduccionista del marxismo en boga sobre la función alienante de la religión y lanza unos apuntes lúcidos sobre las matrices de nuestro catolicismo popular.
Nuestro catolicismo popular: apuntes / Ignacio Castillo.– 345-346.– En: Sic.– Caracas : Centro Gumilla.– 44, 438 (Ago. 1981)
Sin embargo, su vocación investigadora no se ve satisfecha en aulas y escritorios y desde una perspectiva productiva se lanza a una labor creadora vinculada al imaginario religioso popular.
En segundo lugar, quiero destacar esa faceta del creador que quiere plasmar sus intuiciones en una obra. De alguna manera el proyecto de “Agua Fuerte” sintetiza su vocación arquitectónica –profesión que hubiera seguido de no haberse consagrado a la vida religiosa–, pues en ella conjuga su visión del espacio integrado a la naturaleza y la refuncionalización de una obra moderna como una hidroeléctrica abandonada en un hogar artístico y a la vez sacro de contemplación, reflexión y creación. Los murales del cielo, de las musas y el purgatorio debidos a Zapata y Elsa Morales, que iluminan las paredes del salón de máquinas, convertido en salón de actos, revelan su talante de curador de la cultura, sobre todo ligada a los contextos populares. En ese entorno él mismo cocinaba, tejía tapices, pintaba, organizaba eventos musicales –conciertos de guitarra y exhibiciones de conjuntos corales– y a la vez atendía las demandas religiosas de los caseríos del entorno de Uraca.
Y, por fin, en tercer lugar, el aspecto más desconocido es su contribución a la reflexión sobre el humor criollo. Todos sabemos de su fina ironía, pero no de su interpretación de las tácticas subversivas –en expresión del correligionario Michel de Certeau– con las que el pueblo juega para burlarse del poder. Tras insistirle que escribiera algo sobre el humor para la revista COMUNICACIÓN y ante su resistencia por cierto pudor intelectual, llegamos al acuerdo de publicar el escrito con un pseudónimo. Así en el número 38 de la revista monográfica sobre el humor, antecedido de unos versos de Kotepa Delgado “Cuando Aquiles Nazoa llegó al cielo”, publicamos el sermón de Fray Plácido de la Divina Gracia (pseudónimo que encubre al P. Ignacio Castillo) en la solemnidad de San Benito de Palermo, durante las parrandas decembrinas de Bobures en el año del Señor 1999, primero de la revolución.
Por eso en estas líneas de homenaje he escogido el título: “Cuando Ignacio llegó al cielo”, en paralelismo con los versos de Kotepa Delgado “Cuando Aquiles llegó al cielo”, pues tanto Aquiles como Ignacio sabían de humor y de amor.
Referencias:
Algunas pistas sobre el contexto de Producción y Consumo del Arte Popular / Ignacio Castillo.– 124-125.– En: Sic.– Caracas : Centro Gumilla.– 54, 533 (Abr. 1991)
Documento a texto completo
http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1991533_124-125.pdf
Por el humor de Dios / Fray Plácido de la Divina Gracias –pseudónimo de Ignacio Castillo–
-En: Comunicación: Estudios venezolanos de comunicación / Equipo Comunicación. — Caracas: Centro Gumilla. — 8, 38 (Jun. 1982)
- “Cuando Aquiles llegó al cielo”, de Kotepa Delgado
- “Por el humor de Dios”, de Fray Plácido de la Divina Gracia (pseudónimo del P. Ignacio Castillo, s.j.)
http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/COM198238_68-84.pdf
Testimonio de Manuel Antonio Teixeira sobre el P. Ignacio Castillo S.J.
Hay personas que son tan significativas en la vida que dejan una huella imborrable, una especie de sello indeleble en el alma. Una de esas personas fue y es el P. Ignacio Castillo. Fue alguien de una personalidad extraordinaria: tenía una refinada finura señorial propia de eruditos que se mueven entre las grandes obras de arte y teatro y una sensibilidad para descubrir en el arte y narrativa popular lo propio de las grandes obras. Esa sensibilidad es única. No había distancia entre un Claude Monet y un artista popular de Choroní. No había distancia porque sabía leer el alma en la obra de uno y de otro, y aunque las distancias técnicas eran visibles, percibía la semejanza del espíritu de ambos. Sólo alguien como el P. Ignacio podía admirar con el mismo agrado dos obras tan distantes. También tenía en la fe un peculiar modo de leer lo esencial. Recuerdo cuando venía a clases de Antropología Filosófica con aquellos collares extraños. No era una extravagancia, sino una comunión de fe. Saber ver en las prácticas de fe populares la esencia de la fe en Jesús es propio de un hombre orante e intelectual.
Me siento muy triste por su partida. No puedo evitar llorar su ida. Lamento profundamente no poder estar en el funeral. Con él aprendí a ser un poco Jesuita sin dejar de ser dehoniano. Gracias a la comunidad Jesuita por tan gran cura, profesor y amigo.