Antonio Pérez Esclarín
Hugo Chávez se montó en el poder con un discurso anticorrupción, inclusivo, anticlientelar, reivindicativo de los pobres y excluidos, refundador del país, opuesto a ese modo de entender la política como medio de acceder al botín del Estado, y superador de una economía excesivamente dependiente del petróleo. El país creyó en su mensaje, apostó por un cambio profundo capaz de superar los graves problemas estructurales y, montado en una ola de esperanza, subió Chávez al poder. Diez años después, el Presidente propone una enmienda constitucional que le permita seguir siendo reelegido sucesivamente porque, según sus palabras, no es que desee el poder, sino que el país lo necesita para profundizar la revolución en marcha. Es decir, que aunque él preferiría irse a sembrar maíz por Sabaneta, está dispuesto a ese tremendo sacrificio por amor a su pueblo. Ante esto, lo primero que a uno se le ocurre es preguntarse ¿qué democracia protagónica y participativa es esta que en diez años no ha sido capaz de gestar un sujeto político autónomo pues necesita todavía del líder carismático o del caudillo para poder sobrevivir?
Si Chávez está dispuesto a sacrificarse por nosotros y continuar en el poder, debe estar convencido de que lo ha hecho muy bien, que va a seguir haciéndolo muy bien y que nadie puede hacerlo como él. Por ello, su gran preocupación de que, para terminar de transformar el país (¿y el mundo?) no son suficientes los cuatro años que le quedan, el mismo tiempo que tiene Obama. Pero, después de diez años y la desorbitada cifra de 890.000 millones de dólares que han ingresado en este tiempo a las arcas del tesoro nacional, ¿cuáles son los logros fundamentales de esta supuesta revolución que hay que acelerar y profundizar?
No voy a detenerme en subrayar la inseguridad y la impunidad que ha convertido a Venezuela en uno de los más violentos del mundo, violencia que desangra al país más que si estuviéramos en guerra. Tampoco quiero ahondar en el abandono general de Venezuela, que por todas partes luce sucia, descuidada, llena de basuras y de huecos. En esta primera entrega, voy a detenerme sólo en dos elementos claves de toda genuina revolución: el combate a la corrupción y la transformación de la economía, sin la cual no hay revolución genuina.
Según Transparencia Internacional, Venezuela mantiene su imagen de país corrupto, sólo superado en este hemisferio por Haití, ubicándose con 1, 9 sobre 10, en el puesto 158 entre 180 naciones. Lo más grave del caso es que no hay voluntad política para enfrentar la corrupción, e incluso el vocear la fidelidad al gobierno se está convirtiendo en una especie de seguro para no ser enjuiciado y así poder seguir entrando a saco sin problema en el tesoro nacional. En este terrible maniqueísmo que vivimos, donde los buenos son los que vocean la fidelidad al presidente y los malos los que lo critican, sólo son o pueden ser corruptos los opositores. Todos los chavistas son unos angelitos inmaculados, libres de culpa y hasta de sospecha, pues son revolucionarios. Si se presentan pruebas contra ellos, son automáticamente descalificadas como calumnias, componendas de los pitiyanquis imperialistas, que desprecian al pueblo y están empeñados en que siga oprimido y marginado. En la línea de estas terribles falacias y maniqueísmo forzado, se quiere hacer ver también que los pobres siguen con Chávez y los ricos son antichavistas, desconociendo que ha nacido una nueva boliburguesía a la sombra del poder, que exhibe con todo descaro su nueva riqueza. En los días previos a las pasadas elecciones de Noviembre, cuando me desplazaba por las distintas carreteras de Venezuela, pude comprobar que las camionetas más lujosas y modernas llevaban, por lo general, propaganda del PSUV. ¿Estarán muchos de los que se autodefinen como revolucionarios defendiendo la continuidad de la revolución o la continuidad de seguir chupando del poder?
Pero tal vez el mayor fracaso de esta revolución es en la economía y en la productividad ignorando que la soberanía de un país se sustenta en su soberanía alimentaria. ¿Dónde quedaron los fundos zamoranos, los gallineros verticales, los huertos hidropónicos, la ruta de la empanada, las cooperativas productivas, el trueque, la sustitución del trigo por la gramínea caracas de nuestros indígenas precolombinos? ¿Quién va a responder por los miles de millones que se esfumaron sin ningún logro? Por otra parte, a pesar de tanta retórica antiimperialista, en estos últimos años ha aumentado el comercio entre Venezuela y los Estados Unidos y cada vez somos más dependientes del petróleo. De hecho, después de diez años de supuesta revolución y la expropiación de fincas y el reparto de tierra, tenemos que importar la mayor parte de lo que comemos y consumimos, lo que nos lleva a vislumbrar, a pesar de que supuestamente con el socialismo estamos blindados contra la crisis económica global, un futuro muy negro si los precios del petróleo se siguen derrumbando o no despuntan significativamente.