Revista SIC 786
Julio 2016
En Venezuela más que una crisis humanitaria nos hemos adentrado a una crisis de humanidad[i]. Esta crisis de humanidad se evidencia en dinámicas de relaciones donde prevalece la pasión por el poder y el beneficio propio por encima del respeto a la dignidad del otro y el bien común. Un Gobierno que por mantener la imagen internacional de una revolución decadente se niega sistemáticamente a reconocer la crisis y pone todos los obstáculos para la apertura de un corredor humanitario refleja, sin duda alguna, que ha perdido la humanidad. El hambre que deja sin aliento a muchos niños y adolescentes en nuestros centros educativos y que tiene al borde de la locura a muchas madres y padres cabeza de hogar, no es anónima, tiene responsables y estos se empeñan en desconocer esta realidad porque han endurecido su corazón en las redes del poder.
El hambre que vivimos es el resultado de la aplicación de un proyecto político totalitario encaminado a minar las iniciativas productivas y cualquier viso de institucionalidad donde estas puedan apalancarse. Cualquier apoyo a la iniciativa privada ha sido y es considerado, desde quienes nos gobiernan, pervivencia de la democracia burguesa que ha de ser extirpada con el fin de que resurja la nueva sociedad y el hombre nuevo. Se ha destruido la institucionalidad y el hombre nuevo que ha surgido desfallece de hambre y la nueva sociedad está entretejida por la anomia y la impunidad. En situaciones de hambre y sobrevivencia se desatan los bajos instintos, las bajas pasiones, y reina el “para sí” como modo de relación que deteriora tanto al sujeto personal como al sujeto social.
Es necesario concertar
Pero esta situación es superable si se establece un acuerdo de gobernabilidad, y se crea un gobierno de concertación nacional que tome las medidas necesarias y marque la ruta para enrumbar el país. Ante el cierre descarado de los espacios de diálogo por parte del Gobierno, es necesario apostar por el referendo revocatorio como salida pacífica e institucional para abrir el juego político y hacer posible la concertación nacional. Ahora bien, tenemos que estar claros que reconstruir al sujeto personal y social después de vivir este deterioro antropológico que hemos experimentado en nuestra convivencia y que ha desatado lo peor de nosotros llevará tiempo, el camino es largo, es un proceso de rehabilitación para una sociedad enferma.
La concertación es necesaria para crear unas mínimas condiciones objetivas. Una condición básica que hay que ordenar es la economía. Recordemos que el modo de producción económico determina el producto social. El desbaratamiento del aparato productivo por parte del Gobierno ha generado dinámicas irregulares y mafiosas de sobrevivencia que han deteriorado la calidad de nuestra convivencia y minado la interioridad humana sumergiéndonos en esta crisis de humanidad. Es básico recuperar el aparato productivo para crear las mínimas condiciones objetivas que posibiliten una nueva relacionalidad social. Quienes nos han gobernado estos 17 años, tienen grabado en su ADN ideológico una visión distorsionada del mercado y, han pretendido con su proyecto político, imponer una sociedad desmarcada del “demonio” del mercado, por considerar a este “la quinta esencia” del capitalismo neo liberal.
Sabemos por sentido común que el mercado es consustancial a la convivencia humana. Evo Morales en Bolivia con su olfato campesino así lo intuyó y trazó políticas económicas inclusivas con sentido de realidad. De igual manera Rafael Correa en Ecuador, como economista sabe que si se destruye el aparato productivo se destruye la economía y la casa queda sin ley; a merced del más fuerte. Los seres humanos somos seres relacionales y una de las relaciones más dinámicas ordenadas a mejorar nuestras condiciones de vida son las relaciones económicas, donde se inscribe el intercambio comercial que incentiva la productividad. Para el pensamiento cristiano, el mercado es connatural a la convivencia humana e imprescindible para el desarrollo de las sociedades, sin embargo, no es absoluto, es decir, no se puede dejar suelto a su propio dinamismo, necesita de un Estado que, con una institucionalidad fuerte, genere certidumbre, confianza, seguridad jurídica y sea capaz de orientar este dinamismo productivo responsablemente hacia el bien común, traducido en justicia social y medioambiental. Consideramos que si se ordena esta dimensión relacional básica de la vida se contribuirá cualitativamente a ir ordenando el entramado de nuestras relaciones y evitar de esta manera que nos sigamos deteriorando humanamente.
Hacia un Estado y mercado solidario
Hemos insistido en nuestra línea editorial que debemos evitar el totalitarismo de Estado, así como el totalitarismo de mercado, que lo justo es un acuerdo entre Estado, sector productivo, trabajadores y organizaciones sociales por el bien del país. El papa Francisco en sus dos encíclicas, el Evangelio de la Alegría y la Laudato Sí, ha insistido en la urgencia de buscar una alternativa que ponga en el centro a la persona humana y al bien común.
Consideramos necesario en cualquier propuesta de país crear las condiciones para fortalecer el cooperativismo. El mercado cooperativo, solidario y autónomo es una vía empresarial alternativa, colectiva y autónoma, que dinamiza y cohesiona socialmente las relaciones entre productores y consumidores al tiempo que genera un sujeto socio-económico y político alternativo. El cooperativismo en Venezuela también resultó trastocado por las políticas económicas durante estos 17 años de gestión revolucionaria. Por ejemplo, antes de la revolución, y a contracorriente de los gobiernos de turno, las cooperativas de café en el estado Lara se habían convertido en empresas exportadoras para el mercado solidario internacional llegando a posicionar sus productos en países como Alemania, Holanda y Bélgica. El Gobierno las tomó como bandera y las destruyó en lo más medular del cooperativismo que es el emprendimiento autónomo y social al convertirlas en clientes de la renta petrolera. La renta y la politización terminaron erosionando el emprendimiento autónomo quebrando el espíritu de muchas cooperativas. Harina de otro costal fueron las cooperativas de maletín que se fundaron solo para recibir las dádivas del Estado y desaparecer al instante aunque permanecen en el discurso oficial como uno de los grandes logros de la revolución. La única experiencia que ha logrado subsistir al tsunami de la renta ha sido Cecosesola, que supo, como organización, negociar y poner sus cortafuegos ante el clientelismo político para no sacrificar el espíritu cooperativo.
La empresa privada y la empresa cooperativa no se excluyen, se complementan. La diversidad de opciones para el emprendimiento son necesarias en la sociedad. El mercado es pues, necesario, imprescindible, pero relativo al bien común. Reactivar el mercado es una condición básica para crear las condiciones objetivas y no seguir hundiéndonos en esta crisis de humanidad.
Notas:
[1] Leonardo Boff en http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=301