Héctor Escandell
En las últimas semanas las palabras se ausentaron sin explicación alguna, no sé si se intimidaron o estaban de paro. Lo cierto es que no salió nada. Así como cuando quieres caminar por las calles, pero la inseguridad te lo impide, así.
Esta vez no sé si va a salir algo coherente, pero aquí vamos.
Tengo días pensando, en una palabra. Da vueltas y vueltas. Va y viene, no sé por qué, pero insiste en quedarse. Esa palabra es creo. Es tan corta que apenas alcanza para un suspiro, quizás sea por eso que sigue aquí, en la aspiración y la ilusión. También pueda que esté para tratar de nublar la realidad que nos asfixia, que nos golpea, que nos deja sin aire y que nos mantiene cual boxeador contra las cuerdas. Pero sigue creyendo.
A pesar de los últimos acontecimientos nacionales, -que no voy a relatar detalladamente- veo a un sin fin de venezolanos que no desmayan en el intento de recuperar la República. Ese creo que es principal objetivo a estas alturas. Lo escribí como una alerta el pasado 24 de julio y hoy parece consumada la intención de destruir la República e instaurar definitivamente el modelo de la patria.
Hoy también creo que las fuerzas del gobierno tienen como principal tarea eliminar la esperanza. Creo que todos los esfuerzos están orientados a expulsar a la mayor cantidad venezolanos que se niegan a bajar la cabeza e inclinarse ante su majestad. Hoy, cuando el salario es polvo cósmico y el hambre hace que la mayoría ande de caza y recolección en los basureros, el circo extiende su función y amplifica sus torpes actos de magia. Los altos dirigentes dicen: “Sí, hay errores, pero el pueblo sabe que no hay comida y medicinas por culpa de las sanciones de Trump”. Lo peor no es que lo digan, lo más grave es que hay quien lo cree y lo repite.
Sigo tratando de poner orden a las ideas para no dejarme llevar por el estómago. Veo mi cuenta en el banco y definitivamente no voy a llegar a la quincena, también sé que hay millones igual o peor que yo. Los precios de los alimentos suben a niveles realmente inalcanzables, el transporte público está casi parado y en los hospitales la frase más repetida es no hay, pero a pesar de esto, la revolución venció electoralmente a la oposición. ¿Cómo fue posible?, ¿Con quién está descontenta la población?, ¿Quién es el señalado por las masas?, lo único que se me ocurre es que definitivamente la gente no salió a votar.
“No se la vamos a poner fácil”, dijo un vocero del gobierno hace semanas y cumplió. Realmente el Consejo Electoral se comportó como un verdadero científico de las matemáticas y de las probabilidades. Cerró, nucleó, cambió centros de votación y descontroló la rutina electoral de la gente que no iba a votar por ellos. La jugada fue maestra y resolvió con estrategia lo que no podían asegurar con votos. Así lo denuncian los candidatos de la oposición y los analistas electorales.
La calle cada día está más dura. La mayor aspiración de la juventud pasa por conseguir un pasaje de avión o de autobús que los saques de la condena a la dependencia y les abra puertas para el trabajo y la superación. Así sea para trabajar en oficios para los que no estudiaron, pero con la ilusión de poder tener sus propias cosas y que no los maten para robarles el celular cuando estén caminando por una plaza.
Definitivamente, el creo que me da vueltas en la cabeza es tan confuso que puede servir para caracterizar un país entero. Aunque quisiera pensar que el creo es la variable de un verbo que me permite seguir generando resistencia a la desesperanza. Creo y seguiré creyendo que otro mundo es posible, que otra Venezuela puede ser la resultante de la tragedia que hoy nos toca remendar.
Pd: Los nuevos gobernadores también creen, aunque la gente no les crea nada porque sus colegas ya pasaron y son los coautores de la obra.
Fuente: https://cronicadelviernes.wordpress.com/2017/10/20/creo/