Por Pablo Martín Ibáñez
Hace ya tiempo que surgen voces contrarias a la figura de Francisco. Desde prácticamente el comienzo del pontificado, miembros de la jerarquía, pero también católicos de a pie han dedicado palabras y tiempo a desacreditar a un hombre que, si algo ha traído a la Iglesia es, al menos, ganas de renovarse. Cada gesto, cada palabra, cada declaración es furibundamente atacada por guardianes de las esencias que tratan de imponer una visión del Evangelio que se aleja con mucho de los pobres o los vulnerables.
El rigorismo moral, la tradición como fin y no como medio, la liturgia como realidad inamovible, carente de contextos, situaciones y personas. Toda una ristra de normas y leyes que espantan a los alejados y asfixian a los que se acercan. Al Papa se le ataca por no hacerse eco de todo esto y, además, criticarlo duramente.
Vivimos tiempos proféticos. La Iglesia, como institución humana, se encuentra en franco declive numérico. Su influencia social disminuye, al mismo ritmo que disminuyen los practicantes. Eso en Occidente. Resulta que hay otras realidades donde la Iglesia crece joven y fresca. Donde no hay miedo a la innovación pastoral y litúrgica. Donde, sin esconder el mensaje, el diálogo con otras realidades se mezcla con la fe en Jesús. Y funciona.
En esta Europa vieja y desencantada, las denuncias sociales de Francisco son recibidas por una parte de la sociedad laica como un soplo de esperanza. Pero siempre quedan reductos de personas o instituciones que creen sobrevivir al invasor, cuando en realidad lo que hacen es dar la espalda a los hermanos en necesidad. Que piensan que un Sínodo en que se hacen gestos o se respeta y se celebra la tradición de los pueblos originales es menos eclesial. Ofendidos porque el Papa defiende que no es tan importante llevar clergyman si se deja de lado la caridad.
Medios de comunicación que acusan al Papa de tener no sé cuáles intereses económicos por exigir una Europa en acogida con los migrantes del Mediterráneos. Por convocar un Sínodo para situar a la Iglesia en contexto de defensa del medio natural y de los pueblos indígenas. Por pedir ejercer la ternura con una mujer que aborta, en lugar de condenarla, sin perder de vista la enorme lacra del aborto. Por señalar a los que encubren casos de pederastia y abusos y entregar a los culpables a la justicia, defendiendo a las víctimas, acogiéndoles y escuchándoles. Por querer limpiar la corrupción fiscal en el Vaticano. Por reclamar que los pobres –los pobres materiales, los que mueren de hambre, las víctimas, los que huyen de la guerra– estén en el centro de la Iglesia.
Ahora díganme, ¿dónde está lo antievangélico? Explíquenme qué palabras del Papa van contra qué artículo de la moral católica más original. Muéstrenme, con el Evangelio en la mano, en qué gesto el Papa es herético o irrespetuoso. Y si no se encuentra, ¿por qué le golpean?