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Construir el centro político: una tarea democrática 

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Por Mercedes Malavé*

Remontar el camino de la abstención, o deserción política, no es tarea fácil. Una serie de condiciones sociopolíticas y socioeconómicas se entremezclan y potencian, dando paso al hastío, la desconexión y la confusión general. No es sólo un problema del liderazgo político que no atina una estrategia-organización-mensaje que convoque nuevamente a la mayoría y fomente la participación ciudadana; es también la ciudadanía que ejerce actos de rechazo, negación e inmovilidad, bajo el espejismo del ejercicio de actos de protesta y libertad, que no son tales.

Seguimos pensando que la lógica del adversario -ese que goza hoy de más del 80% de rechazo, bajo la categoría de “malo” y “muy malo”- es la de interesarse por revertir ese estado de ánimo del pueblo cuando, en realidad, es todo lo contrario: la deserción política expresada en la renuncia a los derechos y deberes ciudadanos es, precisamente, su activo más importante hasta los momentos. Parafraseando a Arendt, la incomunicación política entre los miembros de una sociedad es una forma de pretotalitarismo.

Se avecinan unas elecciones regionales y casi toda la oposición está dispuesta a participar. Pero el retorno al terreno electoral, lejos de dirimir las diferencias entre quienes siempre apostaron a la participación electoral y quienes se alejaron de ella, agudiza conflictos banales bajo formas ya tradicionales de sectarismo político. No se retorna a la política si no se está dispuesto a renunciar a esos particularismos propios de los tiempos de violencia política y guerras civiles. La política supone renunciar a diferencias circunstanciales con miras a un fin bueno y común.

Cuando los grupos en pugna no entienden o no están dispuestos al ejercicio honesto de la política, las razones pueden ser básicamente dos: por ignorancia o por intereses particulares. En el primer caso, la ignorancia no es por falta de cultura o instrucción, sino por no entender el alcance de la noción de bien común. Por bien común se entiende “el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (Cons. Pastoral Gaudium et Spes, n.26). La primera condición para situarse en la lógica moral política, aquella que promueve el bien común, es estar dispuesto a renunciar al propio grupo o proyecto político.

La cuestión moral no hay que planteársela en tercera persona sino en primera persona. No es lo que los otros grupos hacen o dejan de hacer, tampoco sus deberes con la justicia y la verdad, sino lo que cada uno de los líderes, con el grupo político al que pertenecen, están dispuesto a hacer (hacer que exige la reflexión acompañada de la acción) con miras al bien común, que no exige renunciar a los propios valores y principios, sino entregarse de lleno sin excepciones a la conquista del conjunto de condiciones que genere bienestar a todos los grupos sociales.

Si centramos el análisis en el terreno de las alianzas electorales, la necesidad de impulsar liderazgos naturales, de recuperar espacios de poder local y desplazar la hegemonía y el control social del proyecto revolucionario socialista, de abajo hacia arriba, constituyen exigencias del bien común aquí y ahora.

No deja de ser iluminante el caso italiano: siendo su líder Alcide De Gasperi, fue presidente del Consejo de Ministros (1945) de un gobierno formado por la coalición de todos los partidos antifascistas; la democracia cristiana se configuró así como el primer partido italiano en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1946, y obtuvo un triunfo contundente en los comicios de 1948, donde se presentó manifiestamente como el bastión anticomunista contra el Frente del Pueblo, compuesto por el PCI de Togliatti y el PSI de Nenni. Hombre de clara mentalidad estratégica y político, el primer objetivo de De Gasperi fue derrotar electoralmente al facismo; luego al comunismo.

No satisfecho con eso, con la mira puesta en la consolidación de una unión nacional alrededor de la noción de democracia posible, a pesar de tener mayoría parlamentaria, De Gasperi comprendió que debía formar gobiernos de coalición con los pequeños partidos de centro (socialdemócratas, republicanos y liberales). La época del centrismo terminó prácticamente con la derrota electoral democristiana de 1933, y la muerte de De Gasperi en 1934.

En la segunda mitad de los años cincuenta, mientras la DC iba formando gobiernos con uno u otro de los partidos menores, incluido el apoyo de la derecha (monárquicos y neofascistas), dentro del partido se preparó también, bajo la dirección de Amintore Fanfani y de Aldo Moro, una “apertura a la izquierda”, que permitió una coalición con los socialistas.

Fue este juego de alianzas y encuentros de fuerzas antagónicas, de flexibilidad ideológica en beneficio del sistema democrático, de la alternancia y del reconocimiento del espectro político real, lo que habilitó el sistema democrático italiano. Esfuerzo imposible de materializarse sin la presencia de hombres como De Gasperi, capaces de ver más allá de las diferencias, las exigencias del sistema democrático, tan elevadas y trascendentes como la noción misma de bien común.

Venezuela enfrenta enormes desafíos que van desde la superación de los altos índices de desnutrición, la crisis humanitaria compleja, el éxodo migratorio y la rehabilitación del sistema educativo, hasta el diseño de un marco jurídico que estimule la actividad económica en un nuevo modelo posrentista. Las condiciones de vida del venezolano, el atraso económico y social que afronta el país nos colocan en una situación similar a la de Italia y a la de tantos países que han superado crisis similares. Sin embargo, el panorama político luce desierto del interés nacional. No se vislumbra en el corto plazo posibilidades de alianzas estratégicas con miras a rehabilitar el sistema democrático, para que la dinámica política nacional se ajuste a los estándares democráticos y de derechos humanos.

Es la gran incertidumbre que nos aqueja hoy, y es la pregunta más importante que nos hacemos: ¿cuándo comenzará el siglo XXI para los venezolanos?


*Doctora en Comunicación Social Institucional por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz en Roma. Profesora Universidad Monteavila. Dirigente Político.

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