Por Alfredo Infante, s.j.
He tenido la oportunidad de visitar, después de un tiempo, varias regiones del país. Este reencuentro me ha brindado la oportunidad de re-conocer a Venezuela desde la perspectiva del interior, no desde el centro. Hablo de re-conocer porque Venezuela ha cambiado drásticamente en estos últimos años de emergencia humanitaria compleja. Situarme desde las regiones ha implicado otra mirada, salir de la visión acostumbrada y repensar el país de manera más integral.
En esta nueva responsabilidad como provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela, he tenido la gracia de palpar por períodos cortos e intensos la situación que viven los habitantes de Guayana, Mérida, Alto Apure, Táchira y Zulia. En estas visitas he podido conversar con personas que han decidido quedarse, apostar por el país y se encuentran dando lo mejor de sí, en medio de grandes estrecheces y adversidades.
Un breve recorrido
La Guayana de las grandes reservas naturales, de los grandes paisajes, de las empresas básicas, de la gran producción eléctrica para la nación, está hoy sumida en la fiebre del oro, en el extractivismo depredador, con los grandes ríos contaminados de mercurio y grandes desplazamientos forzados de pueblos indígenas, así como con movimientos pendulares de pobladores urbanos hacia las minas, lo cual supone grandes riesgos pues los niveles de violencia –que están produciendo muertes, desapariciones y extorsiones– están invisibilizados porque se ha instalado la cultura del miedo.
Mérida, la otrora ciudad universitaria y uno de los centros turísticos más importantes del país, se encuentra deprimida, entre otras cosas, porque los dos ejes dinamizadores de la economía y de la vida merideña –universidad y turismo– están reducidos a su mínima expresión.
Alto Apure y Táchira, así como parte de Barinas, Zulia y Mérida, son regiones que progresivamente se han ido asimilando a la economía colombiana, pues la principal moneda para transar comercialmente es el peso. Irónicamente, en los puestos oficiales como peajes, centros de salud y educativos se utiliza el peso, porque pagar con bolívares es casi un insulto para la estabilidad y sostenibilidad económica.
Zulia, de donde acabo de llegar, es quizás la más golpeada de todas las regiones, por lo prolongado de la crisis en el tiempo. La entidad está afectada duramente por los apagones eléctricos de dos y cuatro horas por día, las interminables colas para tanquear combustible, y los carros estropeados y hasta incendiados porque la gasolina que se distribuye es de mala calidad y, al parecer, carece de un aditivo químico que regula el grado de combustión.
En todas las regiones, el acceso a los derechos humanos fundamentales está siendo negado sistemáticamente y produciendo un continuo flujo de migración forzada, debilitando el tejido social.
Más allá de esta dramática descripción, tengo que decir que vengo impresionado por el empuje y deseo de transformación de los actores comprometidos en cada región, quienes dan lo mejor de sí, dispuestos a rehabilitar las condiciones de vida y la convivencia democrática en Venezuela.
Sin embargo, me preocupa que tanto daño esté progresivamente incubando un “resentimiento” legítimo, pero no sano, hacia el centro del país. La exclusión genera heridas, las heridas resentimientos y los resentimientos son una bomba de tiempo peligrosa, pues nunca sabemos ni cómo ni cuándo pueda estallar.
El centralismo autocrático, no solo de la coalición dominante, sino también de los actores de oposición, incluso de organizaciones sociales y de la Iglesia, está haciendo mucho daño en el ánimo de la gente que lo padece. El riesgo es que tanto daño infligido en el interior del país lleve a pensar reactivamente contra el centro, generando una mayor fragmentación y minando el sentido de nación.
Es necesario repensar la relación región-centro y centro-región, desde un horizonte común de país. Creo que la misma categoría de “descentralización”, aunque tiene sus bondades, peca de centralismo porque en ella se cuela que es el centro el que cede.
El reto que se presenta a la sociedad civil, a los actores económicos y políticos que hacen vida en las regiones del interior del país es repensar cada una de estas zonas, articular los procesos y proponer un sentido de nación compartido, para cuidar que el resentimiento, por tanta herida, no nos conduzca a una mayor división.
La región central es eso, una región en el concierto de las regiones, pero el centralismo ha generado tal desigualdad respecto al interior, que está amenazando el sentido de país.
Fuente:
- Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco, edición N° 184 (28 de abril al 4 de mayo de 2023).