MATERIALES PARA LA RED SOCIAL DE LA IGLESIA: CONSTRUCTORES DE PAZ
(seleccionados por Jesús María Aguirre s.j.)
Nota.- Con motivo de la participación de la Iglesia Católica en la Mesa de Paz en Venezuela a través de su Nuncio Aldo Giordano, traemos a la memoria de nuestros lectores algunas recomendaciones realizadas por el catedrático José Vidal Taléns.
José Vidal Taléns, catedrático de Teología de la Universidad de Valencia, en un retiro de la Fraternidad Secular de Carlos de Foucauld sobre el tema “Guerra y paz bajo el Reinado de Dios” señala la necesidad de incorporar la dinámica del diálogo para superar la confrontación que lleva a la guerra. (Cercedilla, 16-08-2005, Madrid). Recogemos el fragmento en el que reflexiona sobre el papel del diálogo en una cultura de la paz dentro y fuera de la comunidad eclesial.
Punto 4 – La cultura de la paz ha de ser cultura del diálogo.
Desde la creación de las Naciones Unidas se dispuso de una plataforma internacional de diálogo para la evitación de las guerras en los conflictos entre las naciones. Desde el pensamiento, a lo largo del siglo XX, se ha desembocado en la intersubjetividad: no había forma de ser persona sin el tú y sin el nosotros. Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia católica busca el diálogo con las otras iglesias o comunidades cristianas, con las otras religiones y con toda la humanidad. Desde Pablo VI el diálogo es una categoría fundamental para la comunión eclesial a imagen de la comunión trinitaria.
Las últimas décadas, ha crecido la crispación social y política y todos forcejean para imponerse con la lógica del poder de que disponen, lógica del poder acrecentada por los medios de comunicación. Los Parlamentos se han convertido en un juego aritmético de votos y alianzas, que impone sus resultados hasta la nueva convocatoria de votaciones. El hablar para hacerse entender, dialogar, dejarse convencer o convencer a otros es la definición teórica del parlamentarismo, pero bastante en desuso. Si pasamos al campo laboral, cultural, eclesial y hasta el familiar, se echa de menos muchas veces el diálogo, tomado en serio y con sentido de responsabilidad.
Este clima de hacerse valer por la fuerza o el poder de que se dispone es un retroceso respecto de los valores que la cultura occidental y la cristiana ofrecen a la humanidad, pero que ni el mundo occidental ni los cristianos están siendo capaces de practicar. Así pues, permanecen entre los ideales ciertos valores que nos urgen. Aunque ideales, orientan, corrigen, cuestionan nuestras conductas
1) Entre ellos está, por ejemplo, conceder a la racionalidad dialogante la primacía en las relaciones interhumanas. La violencia es por definición lo irracional; la fuerza bruta es en sí ciega; vencer por la fuerza no es tener razón. En el diálogo se buscará la mejor verdad que podamos sobrellevar entre todos. Nadie es más que nadie ni menos que nadie, decíamos. Nos imponemos el respeto a la dignidad del otro, y por eso aceptamos “consensos” que no siempre van a coincidir con los deseos de cada uno. La racionalidad ilustrada alcanzó a descubrir dos formulaciones de aquello que se nos impone como racional y justo: actúa de forma que tu modo de actuar pueda ser universalizable; y nunca tomes al ser humano como medio o instrumento para ningún fin. No estamos faltos de criterio.
2) El derecho, las leyes y la justicia, en principio, están para favorecer a los débiles. Aunque el momento actual nos alerte sobre la inflación legislativa y judicial, sobre los intereses egoístas que pueden influir en la creación de las leyes y sobre la desigual aplicación de las leyes según a qué individuos o sociedades, no por eso hemos de dejar de valorar la ley. La legislación positiva de un Estado o una institución será siempre perfeccionable. Pero no aceptar una ley y una instancia arbitral de apelación para todos, es dejar al ser humano sin posibilidades para una vida social. Ante el recrudecimiento de la violencia de todo tipo, preferiremos que los humanos nos atengamos a unas leyes que valgan para todos y a unos árbitros no implicados en el litigio.
3) Pero además de apelar a la racionalidad y al derecho, expresión del mejor Occidente, hay que apelar también al corazón, a la persona y su exigencia fundamental de amar y ser amada. Es un problema difícil la universalidad de los derechos humanos: ¿cómo se entienden desde otras culturas y religiones las ideas plasmadas en nuestra declaración universal de los derechos humanos? Desde el Islam se han hecho intentos de reformulación de los derechos humanos y no los entienden más que en la medida en que pueden ser asumidos por su ley religiosa. No se reconoce la autonomía de los seres humanos al margen de la voluntad de Dios.
Mientras los musulmanes hacen su experiencia hermenéutica del Corán capaz de un diálogo interreligioso e intercultural, junto a la apelación a la racionalidad y el derecho deberemos trabajar más el diálogo a un nivel más hondo en la persona, apelando al corazón humano, no mirando hacia otra parte cuando hay que mirar a los rostros de los niños o jóvenes, ellos y ellas, musulmanes o no musulmanes. Cuando nos confunden las discusiones sobre leyes y el alcance las leyes, divinas o humanas, Jesús nos interpela en Lucas: “¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es de justicia? (Lc 12,57). ¿Qué nos dice el corazón cuando miramos a los ojos de los rostros humanos?
Apelar al corazón es animar a unas presencias y unos encuentros entre los hombres, yendo con la gran fuerza moral del amor fraterno, desarmados de toda otra fuerza, a la espera y en la confianza de que nos vamos a poder entender y ayudar. Esto es lo que, últimamente, en ámbitos eclesiales ecuménicos e interreligiosos, se viene llamando “el diálogo de la vida” compartida (buena vecindad, apoyo mutuo, oración), que ha de vivirse antes, durante y después del diálogo de ideas o diálogo teológico.
Texto completo: ¿Por qué creo en Dios? (El Analysis Fidei hoy)