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¿Conspiración u obsesión?

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Por Félix Arellano

Que en una mayoría de los recientes procesos electorales en la región, hayan resultado ganadores grupos políticos del complejo espectro de la izquierda, genera varias lecturas, por ejemplo, la dinámica del péndulo en la política y las consecuencias del errático manejo de la pandemia del COVID-19; empero, desde una perspectiva radical, se alimenta la versión según la cual, el avance de una nueva ola roja, responde a una conspiración del autoritarismo internacional.

Tal apreciación resulta desproporcionada y simplificadora de la realidad, pues desconoce la intrincada dinámica de los temas sociales y, en particular, la magnitud de la crisis estructural e histórica que enfrentan la mayoría de los países de la región, situación que se ha agravado profundamente debido a los efectos de la pandemia del COVID-19.

Ahora bien, no debemos menospreciar la eficiencia de la guerra híbrida que desarrolla la geopolítica del autoritarismo, para debilitar los valores e instituciones liberales. Enfrentar esa tendencia, debería constituir uno de los objetivos fundamentales de quienes promovemos las libertades, la democracia y los derechos humanos.

En principio, resulta exagerado, incluso una obsesión, asumir que los movimientos críticos, populistas, de izquierda ganan las elecciones, producto de una conspiración coordinada a escala global, con un papel protagónico y decisivo de organizaciones como el Foro de San Pablo o el Grupo de Puebla.

Resulta evidente que las organizaciones radicales están realizando su mejor esfuerzo para generar inestabilidad en las democracias; en tal sentido, el creciente vandalismo en las protestas sociales en varios países de la región, puede estar directamente asociado a la guerra híbrida contra los valores liberales.

Pero la guerra híbrida es uno de los elementos que amenazan el futuro de las instituciones liberales, también participan otros factores y, asignar a los elementos externos toda la responsabilidad de los problemas, conlleva menospreciar la magnitud de la realidad estructural y la legítima reacción de los excluidos y maltratados. Es importante observar que los grupos radicales se presentan cercanos a la problemática de los más débiles, cercanía que en muchos casos aprovechan para la manipulación, la promoción de odio y polarización.

Teniendo en cuenta la dimensión de la guerra híbrida del autoritarismo, profundizar en su naturaleza, alcance y dinámica de funcionamiento –toda vez que utiliza una diversidad de mecanismos, en particular las redes sociales, para promover inestabilidad y minar las bases de las libertades y la democracia– debería constituir uno de los objetivos fundamentales de las fuerzas democráticas. Su conocimiento más exhaustivo podría fortalecer la estrategia de los sectores democráticos para contener su escalada.

En ese contexto, la situación que está enfrentando el gobierno del presidente Guillermo Lasso en el Ecuador, pareciera un caso extremo, toda vez que el crimen organizado ha decidido, con todos sus recursos, destruir la gobernabilidad del país, situación que seguramente deben estar aprovechando los grupos políticos radicales.

En las pasadas protestas sociales en Chile y Colombia, el nivel de destrucción que desarrollaron algunos grupos, lejos de una justa protesta, dejó claros los objetivos de violencia, destrucción e inestabilidad. El autoritarismo genera caos y aprovecha el caos para construir falsas narrativas salvadoras, cargadas de nacionalismo, sincretismo, que manipulan a los más débiles.

Estamos conscientes que los radicales aprovechan los legítimos reclamos de la población para posicionar su liderazgo y ganar elecciones con falsas promesas, en muchos casos, cargadas de odio y polarización, que debilitan las instituciones, lo que facilita su control.

Ahora bien, los sectores democráticos, en muchos casos, se presentan distantes. Algunos solo se acercan a los débiles y excluidos por fines electorales, pocos hacen vida cerca de los más vulnerables. Se generaliza la imagen de los sectores democráticos concentrados en sus agendas personales, desvinculados de la grave situación social de las mayorías, sirviendo la mesa para el ascenso del autoritarismo.

Sobre experiencias recientes podemos recordar cómo las divisiones de los sectores democráticos en Bolivia, facilitaron el camino para el triunfo del partido de Evo Morales y de su candidato Luis Arce. Luego, la situación se repite en proporciones más dramáticas en Perú, donde 18 candidatos participan en la primera vuelta y el radicalismo y la polarización se imponen en la segunda vuelta, facilitando el triunfo de Pedro Castillo desde el partido Perú Libre, con una propuesta de corte marxista.

En Colombia, en las pasadas elecciones presidenciales, pudimos apreciar como los sectores democráticos, contando con excelentes líderes políticos, en un clima de radicalismo y polarización, desecharon las opciones seguras para improvisar con una figura mediática, fugaz, un outsider, con grandes limitaciones en la política, que naturalmente facilitó la derrota.

En los casos mencionados sería poco responsable asumir que la conspiración internacional determinó el triunfo de las opciones menos democráticas. No podemos menospreciar la población pobre, en gran medida excluida históricamente, como las poblaciones indígenas, que por muchos años actuaron indiferentes a la política, pero progresivamente están logrando consciencia de sus derechos y potencialidades.

Frente a los más vulnerables el trabajo de los movimientos democráticos se aprecia deficiente, en la mayoría de los casos, no se presentan cercanos a sus problemas, poco trabajan en la generación de conciencia y en el apoyo humano y conceptual que requieren.

Con la pandemia del COVID-19 la crisis estructural de la región se ha agravado significativamente, situación que desarrolla exhaustivamente el reciente Informe sobre el Panorama Social de América Latina, presentado por la Cepal que, entre otros, resalta como la pobreza extrema se ha incrementado, estimando que para el 2021 llega a unos 86 millones de habitantes. Adicionalmente debemos sumar las erráticas políticas de algunos gobiernos para enfrentar la pandemia y, más recientemente, los perversos efectos que está generando la irracional invasión de Ucrania.

La pobreza está creciendo y los radicales y populistas prometen falsas soluciones para los más necesitados; además, debemos tener presente que, con hambre y con una percepción de menosprecio histórico, difícilmente se puede discernir sobre las manipulaciones y segundas intenciones de los proyectos radicales, que buscan votos para perpetuarse en el poder. Los excluidos encuentran a los radicales cercanos y, en muchos casos, los sectores democráticos resultan distantes, concentrados en sus burbujas políticas, desconectados de la realidad social.

No podemos desconocer que tenemos una cuota de responsabilidad en el ascenso de los proyectos populistas y autoritarios, y agravamos la situación al asumir que sus triunfos electorales son fraudes o constituyen jugadas de una estrategia conspirativa orquestada internacionalmente. Simplificando menospreciamos la pobreza, que además vive una manipulación profunda y sistemática de los grupos radicales.

La problemática que enfrentamos es profundamente compleja, las simplificaciones pueden resultar atractivas para el discurso, pero no aportan nada para la solución efectiva y sostenible de los problemas; por el contrario, los agudizan y generan otros nuevos. En este contexto, resulta fundamental que los sectores democráticos rediseñen sus estrategias, privilegiando la sensibilidad social, la participación, la convivencia, la equidad y el respeto a la dignidad humana.


Fuente:

Este artículo ha sido originalmente publicado por el autor en Tal Cual Digital, el 8 de noviembre del 2022. Disponible en línea.

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