Se dice – más con ligereza que con temeridad – que no hay que tenerles miedo a los conflictos. En su etimología, conflictus supone siempre un pleito, una pelea, una lucha, un combate, un enfrentamiento, un choque. Por ello – salvo el caso de encontrarnos ante la presencia de algún trastorno o algún trastornado, que por supuesto siempre los hay – mantenerse siempre en conflicto no sólo es en sí misma una situación de constante presión, angustia y desgaste tremendo, sino que además es una manera verdaderamente infausta e indigna de llevar la vida, de malvivir.
Entendido así, cuando se presentan los conflictos evidentemente no hay que temerles en el sentido de paralizarnos y no actuar, pero al conflicto como manera de entender la dinámica social es mejor temerle y rechazarle, a menos que pretendamos pasar toda nuestra vida en un pleito. Pero ¿cómo temer y rechazar un conflicto en términos sociales? ¿es ello posible? ¿es factible que un grupo social, una comunidad, un país pueda evitar los conflictos? Esta es la primera gran pregunta.
¿Tarea difícil?
Sin duda parece difícil, sobre todo porque socialmente cuando hablamos de conflicto, de conflicto social, estamos hablamos de una situación ante la cual las partes perciben que las actividades a desarrollar para la consecución de los objetivos se obstruyen entre sí, imposibilitando así que las aspiraciones de las partes sean simultáneamente alcanzadas.
Es lo que Thomas Sowell define como conflicto de visiones[1], cuando bien (o mal) sea por razones ideológicas, familiares, culturales, étnicas, históricas, es decir por circunstancias complejas, se generan controversias sociales y políticas que perduran por generaciones dando así a los conflictos una suerte de percepción de imposibilidad de conseguir solución.
Pero desde nuestra concepción, más allá de los conflictos, consideramos que sí es posible llegar a soluciones.
Sí se puede llegar a soluciones
El filósofo español José Antonio Marina, plantea que para poder dar soluciones a conflictos que pareciesen irresolubles, es indispensable “problematizar” esos conflictos. Debemos ser capaces de transformar un conflicto que parece irresoluble en un problema; problematizar algo significa darle un formato en el que se puede buscar la solución[2].
Esta sería entonces el primer paso para superar los conflictos: problematizar.
Se nos presenta ahora la segunda pregunta ¿cómo hacemos para problematizar, por dónde empezamos?
Para ello, la encíclica Fratelli Tutti, nos ofrece una claramente una vía: el diálogo.
Con siete verbos – o acciones – el papa Francisco nos propone en la encíclica una fórmula para hacer que el diálogo acontezca.
“198. Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta.”
Nos encontramos en las soluciones
El segundo paso entonces para la superación de los conflictos es el diálogo, dialogar para buscar puntos de contacto que nos permitan encontrarnos y así poder ayudarnos.
Vayamos de seguidas con la tercera gran pregunta ¿encontrarnos y ayudarnos a qué y para qué?
Pues es muy simple. Si los conflictos generan tensiones y luchas, pleitos y diferencias, peleas y enfrentamientos que producen heridas, se hace inexorablemente necesaria la reconciliación para poner bases sólidas a la convivencia, el respeto y la paz. Esto implica no solo debemos huir de cualquier tentación de recurrir a la venganza y la violencia, sino que debemos buscar la justicia abiertos a la misericordia y el perdón[3].
Al respecto nos dice Pérez Esclarín que perdonar es la única forma de ser libres, pues destruye las cadenas del rencor, la rabia, el enojo y el ansia de venganza que envilecen y consumen.
Pero atención, perdonar no es olvidar: es recordar sin amargura, sin dolor, sin respirar por la herida. Perdonar es un acto de valentía de la persona que quiere deshacer la fascinación del mal e incluso liberar al enemigo o al que ofendió de la esterilidad y el aislamiento[4].
Bien lo señala Javier Contreras S.J., para poder hablar de reconciliación no podemos caer en el error de pensar en la impunidad ni menos aún en una estrategia social opuesta a las víctimas. La reconciliación nos incumbe a todos pues es un horizonte que nos convoca e implica.[5]
La reconcilición es un camino pascual
En esta misma línea, el P. Arturo Sosa S.J. nos dice que la reconciliación es un camino pascual, es un camino que pasa por el sufrimiento y por las tensiones, es decir que pasa por la pasión y por la cruz.
“Si no somos capaces de ver el sufrimiento de la gente, o sea, la cruz de los demás, de los que están hoy sufriendo injustamente, porque la cruz es un sufrimiento injusto… Entonces, precisamente la reconciliación es posible porque por ese camino, que implica compartir el sufrimiento y esa humanidad que se desprende de ahí, de la entrega de la vida, es que es posible la reconciliación”.[6]
Una buenísima nueva
De allí que el papel de la Iglesia sea fundamental y al mismo tiempo sea el mismo de siempre: anunciar una buenísima noticia, la noticia de la posibilidad de la reconciliación.
La reconciliación tiene que comenzar con despolarizar, por ponernos en el mismo plano, reconocernos como sujetos del mismo proceso y con los mismos derechos, características y posiciones distintas.
Sólo después del reconocimiento, de reconocernos como hermanos (fratelli tutti, todos hermanos), es que podrá entonces darse el diálogo. Un diálogo que pretende encuentro y nunca obligar al otro o con-vencer al otro de la posición que yo tengo. Un diálogo que supone que soy capaz de cambiar mi posición inicial. Un diálogo que se hace para lograr una posición que no es ni la mía ni la tuya, sino una tercera posición que será el resultado de juntos construir una cosa nueva.
Encontramos y ayudarnos se trata entonces de superar los conflictos, ir más allá de estos para encontrar soluciones a los problemas que nos deshumanizan.
Todo un reto. Toda una necesidad.
[1] A conflict of visions. Thomas Sowell. Basic Books, 2002.
[2] Entrevista a José Antonio Marina. https://ethic.es/2024/03/entrevista-jose-antonio-marina-historia-universal-soluciones/
[3] Reconciliación y Perdón. Artículo de Antonio Pérez Esclarín publicado en la Revista SIC. https://revistasic.org/reconciliacion-y-perdon/
[4] Ibidem.
[5] Reconciliación: horizonte que nos convoca e implica. Artículo de Javier Contreras S.J. publicado en la Revista SIC. https://revistasic.org/reconciliacion-horizonte-que-nos-convoca-e-implica/
[6] Entrevista realizada al P. Arturo Sosa S.J., Prepósito General de la Compañía de Jesús. Publicada en la Revista SIC. https://revistasic.org/p-arturo-sosa-s-j-venezuela-despues-del-28-de-julio/