Por Félix Arellano
Pese a los esfuerzos del presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, por generar tranquilidad y confianza, tanto en el país, como en la comunidad internacional, reina una gran incertidumbre cargada de aprehensión. Algunos temen que el actual tono dialogante y prudente del presidente Petro, constituya una actitud estratégica, el ardid para calmar las aguas, lograr aliados y luego poder desarrollar con mayor facilidad un proyecto autoritario.
En el ambiente político se aprecia la incertidumbre de cómo actuar frente a la complejidad de los cambios. En ese contexto pareciera que el respaldo automático, por lo esperanzador del discurso y la urgencia de las transformaciones, puede resultar un camino para fortalecer el personalismo; empero, una actitud de oposición radical extrema puede llevar a un desgaste improductivo.
Pareciera que lo ideal, que tiende a chocar con la realidad, sería mantener una actitud crítica, reflexiva y constructiva; incluso, que la oposición democrática impulse proyectos de cambio que contribuyan a consolidar las instituciones democráticas y los derechos humanos.
Diversas razones justifican los temores sobre el presidente electo, pero también el señor Petro tiene sus prevenciones frente a la dinámica institucional. Sobre el presidente destaca, entre otras, un expediente de actividad política de tendencia agresiva y opaca. Algunos resaltan una trayectoria poco ética y la guerra sucia de la reciente campaña electoral confirma la tendencia. Adicionalmente, gran parte de sus amistades políticas nacionales e internacionales están relacionadas o forman parte de corrientes populistas y autoritarias.
Desde la perspectiva democrática, un gran temor tiene que ver con el ambicioso proyecto fundacional de “construir un capitalismo social” y superar «el feudalismo de minorías privilegiadas», que para el presidente prevalece en Colombia.
La magnitud del proyecto podría requerir de mucha discrecionalidad y un tiempo mayor al que permite la normativa constitucional para el ejercicio de la presidencia. En ese contexto, es factible que, en corto tiempo, el presidente Petro asuma el tema de la reforma constitucional como una de sus banderas políticas.
Ahora bien, es importante observar que, ante un potencial autoritarismo del presidente electo, el sistema político colombiano cuenta con controles institucionales, que seguramente preocupan al presidente Petro ante el temor que puedan paralizar la acción de gobierno.
Entre los controles institucionales destaca el Congreso de la República, donde si bien el Pacto Histórico cuenta con un número interesante de miembros en cada una de las cámaras, no tiene el control, lo que le obliga a negociar, en particular, con los partidos tradicionales, que resultaron bien posicionados en las recientes elecciones legislativas.
Pero el presidente electo tiene amplias posibilidades de lograr apoyos en el nuevo Congreso y, en efecto, el partido liberal ya ha informado que asume una posición de respaldo. Adicionalmente, es factible que contará con el apoyo de otros grupos políticos como los representantes de la plataforma Centro Esperanza o de Cambio Radical.
Frente a los potenciales escenarios en el Congreso es que conviene alertar lo inconveniente de las posiciones extremas. Por un lado, un apoyo mecánico y automático, que podría facilitar el camino del autoritarismo. Al respecto, la experiencia de Nicaragua resulta ilustrativa, pues los partidos que han respaldado al dúo Ortega-Murillo han facilitado la conformación del régimen autoritario que se está enfrentando ese país.
Sería peligroso que unos aliados complacientes en el Congreso permitan al Presidente desarrollar un gobierno plebiscitario, “gobernar por decretos”, con poderes especiales o leyes habilitantes, instrumentos jurídicos que pueden fomentar la discrecionalidad y la evasión de los controles institucionales que caracterizan a la democracia.
Por otro lado, una actitud radical de satanización del nuevo Gobierno, podría generar una guerra de trincheras que menosprecie, tanto la necesidad de cambios estructurales —que lo ha exigido el electorado colombiano— como la legitimidad de origen del nuevo presidente electo y desconociendo que cuenta con importantes respaldos.
Desarrollar la estrategia del ataque puede llevar a un conflicto largo y agotador, que estimule la cohesión del bloque en poder y debilite la fuerza democrática con una creciente fragmentación, y peores consecuencias para el país en su conjunto, en especial para los más vulnerables, y el caso venezolano constituye un precedente.
Pero el presidente Petro también tiene sus temores; por ejemplo, frente a algunas instituciones, como la Defensoría, la Contraloría o la Fiscalía, considera que sus autoridades han sido designadas por la Administración saliente y pueden obstruir la labor de gobierno; empero, podrían ser temores infundados. Por una parte, esas instituciones deberían cumplir con las leyes vigentes y, por otra, si el Presidente desarrolla una gestión respetuosa del ordenamiento jurídico, como lo está prometiendo, no sería objeto de mayores controles.
En la lista de las instituciones que hacen parte del clima de incertidumbres y tensiones también destacan las fuerzas armadas y policiales, el sector empresarial, los medios de comunicación e incluso la comunidad internacional, en particular los Estados Unidos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de la que Colombia es miembro, e incluso la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), donde tiene el estatus de aliado preferencial estratégico. Frente a todos ellos, el actual discurso del presidente electo es de prudencia y tranquilidad, promoviendo confianza para la nueva Administración.
Como parte de la estrategia de generación de confianza, se espera la designación de un gabinete de técnicos, expertos en las áreas, que evidencien profesionalismo y responsabilidad en el ejercicio de sus funciones.
Ahora bien, el actual discurso de promoción de confianza también es motivo de amplia discusión, los más críticos estiman que constituye un juego estratégico para calmar las aguas, lograr tranquilidad y progresivamente desarrollar el proyecto autoritario. En este contexto, el escritor colombiano Nicolás Martínez, ha vinculado la situación actual en Colombia con la llamada “Patria Boba”, la primera fase de los bolcheviques en la vieja Rusia, en su proceso para lograr el control totalitario del país.
Al final de su artículo, el señor Martínez recomienda al pueblo colombiano mucha oración. Estamos conscientes de que la oración es importante y ayuda a calmar las pasiones, pero no es suficiente. Se requiere que la oposición democrática colombiana, incluya a todos los sectores, aprovechando la actual actitud de apertura y diálogo del presidente electo, y construya una estrategia creativa de defensa de la institucionalidad democrática, asumiendo una actitud constructiva para la promoción de las reformas necesarias y una posición crítica contundente ante potenciales desvaríos, que busquen perpetuar al presidente electo en el poder.
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