Por Rafael Luciani*
1. La paradoja de una fraternidad quebrada pero abierta
El inicio de una nueva época
La lectura que la Carta Encíclica Fratelli Tutti presenta de la realidad actual, no puede ser separada del discernimiento que Francisco hizo antes de la pandemia junto al Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb durante su viaje a Abu Dabi (FT 5) en 2019. En el Documento sobre la fraternidad humana, firmado por ambas autoridades religiosas, el Papa explica que “desde este valor trascendente, en distintos encuentros presididos por una atmósfera de fraternidad y amistad, hemos compartido las alegrías, las tristezas y los problemas del mundo contemporáneo, en el campo del progreso científico y técnico, de las conquistas terapéuticas, de la era digital, de los medios de comunicación de masas, de las comunicaciones; en el ámbito de la pobreza, de las guerras y de los padecimientos de muchos hermanos y hermanas de distintas partes del mundo, a causa de la carrera de armamento, de las injusticias sociales, de la corrupción, de las desigualdades, del degrado moral, del terrorismo, de la discriminación, del extremismo y de otros muchos motivos. De estos diálogos fraternos y sinceros que hemos tenido, y del encuentro lleno de esperanza en un futuro luminoso para todos los seres humanos, ha nacido la idea de este «Documento sobre la Fraternidad Humana»”.
Con la irrupción de la pandemia, el 2020 exigía discernir nuevamente los “gozos y esperanzas, tristezas y angustias” del mundo (FT 56; GS 1). Las palabras del Papa durante el acto extraordinario de oración en la Basílica de San Pedro, el 27 marzo de 2020, describían a un mundo, cuya unidad aparente, había sido erosionada por la fragmentación y el olvido del bien común (FT 7). Se abría una nueva época de la humanidad marcada por el flagelo de la inequidad, no sólo entre las personas (FT 21) sino también entre las naciones (FT 126). La inequidad afecta las condiciones de vida de todos y todas desde lo económico, pasando por el favorecimiento de relaciones de exclusión —sea por género, raza o cultura— y generando nuevas formas de violencia social y política que brotan del malestar de las poblaciones ante la impotencia de no lograr una vida digna. Como explica Francisco en la nueva Encíclica, “quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. En efecto, «sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad». Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (FT 235).
Habría que agregar el estado de indefensión en el que ya se encontraban millones de personas antes de la pandemia. Esto hace que la vulnerabilidad sea otro de los signos de nuestro tiempo globalizado. Muchas personas y familias enteras se ven forzadas a migrar por guerras o situaciones precarias de vida. Otros padecen la amenaza de grupos de poder, sean del narcotráfico o de ideologías de control político de las poblaciones. Esto sin contar a quienes son cooptados a la fuerza para el tráfico de órganos y de personas. La pandemia derrumbó la falsa idea de una mayoría de la humanidad que vivía bien, o bastante bien. Se han caído las pequeñas burbujas (FT 191) y nos hemos encontrado con otro mundo que no era el que esperábamos (FT 32). Ahora nos damos cuenta que la mayoría del mundo es pobre, carente de bienes básicos, sin oportunidad de tener posibilidades para una vida digna. Asimismo, el rechazo a los más pobres ha quedado patente cuando, “tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes” (FT 37), favoreciendo la xenofobia y la exclusión, y olvidando “que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona” (FT 39). Todas estas situaciones no pueden ser vistas de forma aislada. Es un problema sistémico a nivel global que exige “luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales” (FT 116). En este contexto tan complejo la encíclica hace un llamado a recuperar la fraternidad y construir la amistad social.
La vía de la fraternidad abierta
Es la hora de recuperar la dolencia humana, la compasión que brota de una auténtica fraternidad que no se basa en la simpatía o empatía con unos o algunos y algunas, como tampoco se limita a la solidaridad, sino que, apuesta por la humanización de todos y todas por igual, desgastando la propia vida en ello. Padecemos profundos síntomas de un mundo deshumanizado y vaciado de solidaridad global. En este cambio de época, se pone en juego, una vez más, nuestra capacidad de repensar y discernir lo verdaderamente humano, aquello que nos da razón de ser y existir en este mundo, más allá de lo inmediato y coyuntural de nuestros quehaceres, que parecen no tener claro un proyecto común (FT 17). La actual pandemia no puede ser discernida sino al interno de esta realidad global quebrada con innumerables y diversas fracturas locales.
Preguntarnos en este contexto por lo humano, lo que humaniza, lleva, pues, a discernir la reconstrucción del tejido sociocultural de nuestros pueblos, los vínculos sociales. La encíclica propone hacerlo a la luz de una fraternidad abierta, porque “el amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos amistad social en cada ciudad o en cada país” (FT 99). Una visión así no se identifica con el asistencialismo o la filantropía, pero también pretende ir más allá de la mera solidaridad. Como explicó Francisco en su mensaje a Margaret Archer, presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, en 2017, “mientras que la solidaridad es el principio de la planificación social que permite a los desiguales llegar a ser iguales, la fraternidad permite a los iguales ser personas diversas. La fraternidad permite a las personas que son iguales en su esencia, dignidad, libertad y en sus derechos fundamentales, participar de formas diferentes en el bien común de acuerdo con su capacidad, su plan de vida, su vocación, su trabajo o su carisma de servicio (…). De hecho, el protocolo por el cual seremos juzgados será el de la hermandad: «lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40)”.
Son varios los teólogos que han hablado de la fraternidad. Joseph Ratzinger, en 1960, publicó un libro sobre la fraternidad de los cristianos, cuya visión ad intra, cerrada, se fundamenta en la incorporación nuestra a Cristo por medio del bautismo y la práctica de los sacramentos1.
Francisco retoma hoy, en Fratelli Tutti, este llamado de todo cristiano, pero desde la perspectiva de “una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite” (FT 1). Es un concepto que resuena, por vez primera, en el pensamiento de Karl Rahner SJ quien habló de la necesidad de una fraternidad abierta en la nueva época postconciliar, en la que la Iglesia debía salir de sí para abrazar a todas las alteridades de este mundo.
Rahner describe el cambio de época en los siguientes términos: “Vivimos en una situación en que la humanidad se va unificando en grado cada vez mayor y se va concentrando más y más. Esto no significa, en absoluto, que este mundo histórico del hombre, que se va haciendo más y más un solo mundo, signifique un mundo armónico y pacífico, con la interdependencia global de todas las realidades culturales del pensamiento y de las ciencias naturales profanas y de la técnica. Antes, al contrario: en un mundo en que las distintas historias de los pueblos y de las culturas no están ya separadas por espacios vacíos y por tierras de nadie, las situaciones conflictivas llegan a ser incluso mucho más peligrosas y amenazadoras que en tiempos anteriores”2.
Bajo este nuevo panorama epocal, Rahner presenta algunas incidencias de una fraternidad abierta. Primero, la estructura eclesial debe representar su carácter mundial, universal, ya que en “la época de una humanidad integrada que pretende reconocer a todos sus miembros la igualdad de derechos y la mayoría de edad, la Iglesia no puede seguir siendo ya una Iglesia europea que exporta a todo el mundo productos cristiano-occidentales, sino que tiene que llegar a ser realmente Iglesia universal. Y la realización de esta tarea consiste en una nueva forma de fraternidad cristiana que viene dada hoy día por nuestra situación y que debe reinar en las iglesias y en los hombres, todos los cuales constituyen una sola Iglesia”3.
Segundo, esta visión de una Iglesia mundial, replantea la misión de la Iglesia de cara a “una humanidad global y unificada“, interconectada y diversa, en la que va emergiendo “una nueva clase de interioridad del hombre“4, una nueva subjetividad humana, menos cerrada y más abierta, porque “un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud «si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (…). porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad” (FT 87). Asimismo, la Iglesia encuentra su razón de ser en el mundo “al salir de sí hacia el hermano” (EG 179), para ofrecerse, no como mater convocans, sino como fraternitas convocata5, que abraza a todos/as” sin distinción alguna (FT 94).
Referencias:
1. Cf. Joseph Ratzinger, Die chirstliche Brüderlichkeit, Kösel-Verlag, München 1960.
2. Karl Rahner, Was heisst Jesns lieben? Wer ist dein Bruder? Herder 1981. Ed. Española: Amar a Jesús, amar al hermano. Sal Terrae, Santander 1983, 103.
3. Karl Rahner, 106.
*Experto del CELAM y miembro del Equipo Teológico de la CLAR
LEA AQUÍ la segunda entrega:
Claves para leer Fratelli Tutti desde la eclesiología sociocultural de Francisco (II)