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Claves espirituales para leer los resultados de las elecciones del 21N

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Por Alfredo Infante, SJ*

“Todo punto de vista es la vista desde un punto” decía el sabio filósofo español Xabier Xubiri. Los resultados de los comicios del 21 de noviembre en Venezuela –evento en el que se eligieron gobernadores, alcaldes y los cuerpos legislativos regionales y municipales– están dando mucho qué decir entre los analistas políticos, cada uno haciendo aportes desde su perspectiva e interés, pero estos análisis serán letra muerta si no inciden e interpelan hacia una conversión en los operadores políticos, los partidos y la sociedad, para rehabilitar la política. Ojalá y este no sea un diálogo de sordos.

Chúo Torrealba, en entrevista con Vladimir Villegas, señaló que “la fragmentación del voto y la elevada abstención no son causas, son el resultado de la ausencia de una estrategia unitaria capaz de articular las fuerzas y movilizar a la población”, a la vez que añadió que lo positivo de estas elecciones es que “se han visibilizado nuevos liderazgos al margen de los partidos que conforman el G-4 y este hecho debe llevar al diálogo y reconocimiento para avanzar hacia una estrategia unitaria, sin prepotencias”. Henrique Capriles Radonski, por su parte, apuntó que “nadie tiene el liderazgo de la oposición hoy en día”. También, el reconocido politólogo Michael Penfold, vía Twitter, subrayó que:

La dispersión del voto y la fragmentación partidista fue el factor determinante que facilitó que el chavismo triunfara. Con acuerdos, la oposición hubiese ganado en más de 14 estados. Aun con la abstención el voto anti-chavista ganó el voto nacional.

En el fondo, lo que ha quedado claro es el divorcio entre el ejercicio de la política y la mayoría de la población, la sociedad opositora no se siente interpretada por los partidos políticos y sus dirigentes; tampoco la sociedad chavista.

En su informe preliminar, la Misión de Observación Electoral de la Unión Europea en Venezuela (MOE-UE) ha reconocido los esfuerzos del nuevo CNE, orientados a reinstitucionalizar el Poder Electoral y recuperar la confianza en el voto como derecho político de la ciudadanía, sin embargo, señaló graves irregularidades en el proceso:

Carencia de autonomía sancionatoria del CNE; falta de independencia del poder Judicial; exceso en el uso de los recursos del Estado en provecho de los candidatos del oficialismo; inhabilitación arbitraria de candidatos por vía administrativa por parte de la procuraduría; desigualdad en el acceso a los medios de información pública y violación a la libertad de expresión, entre otros.

Dicho de otro modo, el proceso de renovación del CNE, que para muchos entendidos es el más equilibrado de los últimos 20 años, tiene dos grandes desafíos: por un lado, revertir los vicios que ha inoculado el poder de facto en la institución, enquistados y al borde de la metástasis y, por el otro, recuperar la confianza por parte de la población hacia el voto como mecanismo de resolución y superación pacifica de nuestros conflictos. Sin embargo, pese a la abstención, hay que decir que lo sucedido en el estado Zulia muestra que se puede vencer al oficialismo por la vía electoral, si hay movilización ciudadana y si se reduce la fragmentación del voto opositor.

Si nos preguntamos por qué no hubo un acuerdo político que definiera una estrategia unitaria en la oposición en tan diversas regiones y municipios, no sólo para ganar las elecciones sino para recuperar la confianza en el 80 por ciento de la sociedad opositora y descontenta, nos encontramos con un asunto de carácter espiritual: la inflación del ego.

En las grandes religiones, el enemigo interno a vencer en los procesos personales, comunitarios y sociales es la inflación del ego, que conduce al egoísmo insolidario que nos desvincula del otro y, peor aún, a “la egolatría”, cuya expresión política es la soberbia de quien se cree a sí mismo “la solución” y “centro de gravedad”. El ególatra no escucha, no delibera, no cede y es incapaz de trascender los intereses particulares para pasar del “yo” al “nosotros”. El “ególatra” entiende la participación como subordinación a su incuestionable propuesta, para él no hay acuerdo, hay sumisión.

La expresión institucional de la “inflación del ego” es el corporativismo totalitario que procura la unidad homogénea, sin diversidad interna, expresada políticamente en nuestro país en la partidocracia o en las componendas partidistas tipo G-4, que no ponen los intereses del país en el centro, sino sus intereses particulares.

Este modo auto-centrado de entender y hacer política ha llevado a la población a la desmovilización electoral y a un desencanto hacia el ejercicio de la política, pues no encuentra en ella sentido ni utilidad y ha activado una enfermedad espiritual en el cuerpo social: la desconfianza, que se expresa en la “acedia” o descuido por una dimensión fundamental del ser humano: la política. Esta acedia es un signo del “daño antropológico” que está afectando al venezolano.

En definitiva: lo que se ha puesto sobre el tapete con las elecciones del 21-N es la urgencia de una conversión espiritual, tanto en los actores políticos como en el cuerpo social. Estamos a tiempo de convertirnos y retomar la ruta de la auténtica política, si queremos una solución pacífica a nuestro conflicto.

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